¿Son las asociaciones de diseñadores, los nuevos intermediarios, los nuevos comisionistas, de la administración pública? por Víctor Palau

Las asociaciones de diseñadores han pasado de ser plataformas para la defensa del colectivo a convertirse en gestoras de concursos públicos o simples comisionistas, según se mire. Lo que sí está claro es que algunas cosas han cambiado. Lo que antes era un espacio de representación, ahora se perfila como una agencia intermediaria entre la administración y los diseñadores, cobrando por organizar licitaciones y concursos en los que las condiciones económicas y laborales dejan mucho que desear. READ, por ejemplo, gestionó el concurso del logotipo de la Agencia Espacial Española y cobró por ello. Pero lo llamativo no es solo que cobrase, sino que ocultó la cantidad que percibió hasta que se hizo pública. ¿Por qué esconderlo? ¿Les avergüenza haber cobrado por organizar un concurso? ¿O quizás la cantidad era tan baja que deja en evidencia su falta de conocimiento sobre cómo se maneja realmente un encargo de diseño en la administración pública? Porque, sinceramente, ¿organizar un concurso para un ministerio y cobrar 1.500 euros? Es de estar completamente fuera de onda. Con ese nivel de valoración del trabajo, no me extraña que aceptaran los 6.000 euros para ese encargo. Históricamente, han sido las agencias de publicidad –que no son santo de mi devoción, tienen sus defectos– las que han gestionado la comunicación de las administraciones públicas. Estas agencias asumían la responsabilidad de seleccionar a los profesionales adecuados, organizar concursos internos cuando era necesario y, por supuesto, cobrar por ello. Y mucho. La diferencia es que las agencias contaban con el conocimiento y la experiencia para establecer criterios sólidos, además de ofrecer compensaciones económicas acordes con el mercado. Ahora, en cambio, nos encontramos con asociaciones que montan concursos innecesarios con bases cuestionables y criterios de selección subjetivos. ¿Desde cuándo las asociaciones de diseñadores tienen que ser las intermediarias entre los profesionales y la administración? ¿Son ellas ahora las encargadas de decidir quién trabaja, cuánto se paga y bajo qué condiciones? Y si lo son, ¿por qué las tarifas que consiguen son ridículas? Si realmente fueran defensoras del colectivo, deberían estar luchando por condiciones óptimas y retribuciones dignas, pero la realidad es otra: las asociaciones parecen más preocupadas por mantener buenas relaciones con la administración que por velar por el bienestar de los diseñadores. Las condiciones de trabajo en estos concursos son insostenibles. Horarios exigentes, derechos ambiguos y remuneraciones que no reflejan el valor del trabajo. Basta con mirar el acuerdo marco de Barcelona, el de Madrid o el reciente caso de la Agencia Espacial para comprobarlo. Un desastre absoluto. Si la administración no sabe gestionar un concurso de diseño, que aprenda. Pero no podemos aceptar que las asociaciones se conviertan en comisionistas de concursos públicos, porque eso no solo no mejora la situación del sector, sino que la precariza aún más. ¿Alguien se imagina al Colegio de Médicos organizando concursos para ver qué empresa construye un hospital? ¿O al Colegio de Ingenieros decidiendo qué empresa hará una carretera? No, porque su función no es esa. Entonces, ¿por qué en el diseño se acepta esta práctica? El problema de fondo es claro: las asociaciones se han quedado sin recursos. En la última encuesta realizada por Gràffica, el 90% de los diseñadores afirmaba no estar asociado. ¿La razón? No ven utilidad en ellas. No ofrecen valor, no ayudan en nada, y en muchos casos están dirigidas por personas que priorizan sus intereses antes que los del colectivo. Según mi opinión, sin recursos propios y sin producto que vender, su única salida es la financiación pública. Pero no basta con recibir subvenciones: ahora se han dado cuenta de que pueden capitalizar la ignorancia de la administración en cuestiones de diseño para presentarse como gestores y organizadores de concursos. Y lo hacen sin transparencia, sin comunicar abiertamente que están cobrando por ello y sin reconocer que su papel ha cambiado. Si las asociaciones de diseñadores quieren ser intermediarias y comisionistas de concursos públicos, que lo digan claramente. Que expliquen su rol y que lo hagan transparente, para que el resto del sector pueda entender cómo posicionarse ante ellas: como proveedores, competidores o simples espectadores de este nuevo modelo de gestión. Porque lo que está en juego no es solo la función de las asociaciones, sino la estructura misma del sector del diseño. Si las asociaciones han decidido que su futuro está en la intermediación con la administración, los diseñadores deben saber que, cuando participan en un concurso gestionado por ellas, parte del dinero destinado al proyecto se lo quedan como comisión. Y como en cualquier intermediación, el diseñador acaba siendo un mero ejecutor, sin capacidad de negociación, sin poder decidir sus normas y sus formas de trabajo. Yo creo que las asociaciones han cambiado su papel. Ahora, les toca a los diseñadores decidir si aceptan este nuevo modelo o si exigen una representación que realmente defienda sus intereses. Otro día ya hablaremos como utilizan su representatividad para conseguir otros beneficios, pero eso será otro día.

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