Distinciones al Diseño Social: La Fundació del Disseny de la Comunitat Valenciana ha decidido lanzar unos premios. Sí, otro evento más. Esta vez bajo el paraguas del diseño social, una disciplina tan necesaria como maltratada en su instrumentalización. La iniciativa, que se presenta con la loable intención de reconocer el impacto del diseño en la transformación social, tiene sin embargo un problema fundamental: no está diseñada para visibilizar a quienes realmente trabajan en el diseño social, sino para reforzar el discurso de quienes gestionan la Fundació y su círculo de influencia.

Las Distinciones al Diseño Social nacen con la intención –según dicen– de institucionalizar el reconocimiento a aquellos proyectos y profesionales que contribuyen a la sostenibilidad, la igualdad, la innovación y la ética desde el diseño. Suena bien. Sin embargo, cuando rascamos un poco en la estructura de estos premios, encontramos un sistema donde los mismos nombres de siempre se reparten el dinero público para organizar su propio acto de autobombo.
No es la primera vez que vemos este tipo de maniobras. La Fundació del Disseny, financiada en buena parte con fondos públicos, se ha especializado en generar eventos, exposiciones y actividades cuyo impacto en la profesión es difuso, pero cuyo beneficio para sus dirigentes es innegable. Un circuito cerrado donde los premios no están diseñados para reconocer a la comunidad, sino para fortalecer los lazos entre quienes controlan la institución.
El problema es aún más evidente cuando estos premios no surgen de la nada, sino que compiten directamente con los Premios ADCV, organizados por la Asociación de Diseñadores de la Comunitat Valenciana, que desde hace dos ediciones ha convertido el diseño social en una de sus categorías principales. A través de los Premios Impacto Positivo, la ADCV ya está reconociendo aquellos proyectos que contribuyen al bienestar social, la sostenibilidad y la accesibilidad, integrándolos de manera transversal en sus galardones. No se trata de una categoría marginal, sino de una de las más reconocidas dentro de sus premios.
Si la Fundació del Disseny realmente quisiera potenciar el diseño social, lo lógico habría sido sumar fuerzas con la ADCV, fortalecer estos premios y dotarlos de mayor peso y visibilidad. Pero no. Se ha preferido crear unos galardones paralelos, una iniciativa independiente que no refuerza al sector sino que lo fragmenta aún más. Y lo más paradójico es que, en lugar de construir sobre un reconocimiento que ya es sólido y cuenta con la participación activa del sector, han optado por lanzar su propio evento con un jurado que se elige a sí mismo y una ceremonia financiada con dinero público.
Bajo el paraguas de los Premios ADCV, la Fundació perdería el control del relato. No tendrían una ceremonia propia, no serían el foco de atención, no tendrían su “fiesta privada” financiada con dinero público. Sería desaparecer o, peor aún, ser irrelevantes. El diseño valenciano no necesita más premios, necesita premios mejores. Y la manera de conseguirlo no es creando eventos independientes con intereses particulares, sino fortaleciendo las estructuras que ya existen y que, con todos sus defectos, pertenecen a la comunidad profesional y no a un pequeño grupo de gestores con agenda propia.
Uno de los principales problemas de estas distinciones es su método de selección. En lugar de abrir una convocatoria pública donde cualquier diseñador o proyecto vinculado al diseño social pudiera presentar su candidatura, los premios han sido otorgados directamente por un jurado compuesto, en su mayoría, por miembros de la propia Fundació. Vicent Martínez, Amparo Bertomeu y Pepe Cosín, todos ellos del comité ejecutivo de la Fundació, han sido los encargados de decidir junto a Kike Correcher y Luis Calabuig (también vocales de la entidad) quién merece este reconocimiento. A este grupo se han sumado tres nombres externos –Xènia Viladàs, Anatxu Zabalbeascoa y Lilian González–, lo que en teoría debería añadir diversidad de criterios. Sin embargo, la ausencia de un proceso de selección abierto deja claro que estos premios no nacen de un análisis profundo del estado del diseño social, sino de una decisión interna tomada bajo criterios que nunca han sido explicitados.
Si el objetivo era dar visibilidad al diseño social, ¿por qué no se ha permitido que cualquier diseñador que trabaje en este ámbito presentara su trabajo? ¿Por qué no se ha hecho una convocatoria pública, transparente y accesible? La respuesta es sencilla: porque estos premios no están pensados para la comunidad del diseño, sino para la validación institucional de la propia Fundació. Un buen ejemplo de promoción del diseño social es la nueva expo del Disseny Hub ‘Matter Matters‘. Que tomen nota.
La decisión de otorgar una de esas Distinciones al Diseño Social a la británica Hilary Cottam es otro síntoma de lo que realmente se busca con estos premios. Nadie discute su trayectoria ni su impacto en el diseño social, pero lo que sorprende es la desconexión total entre este reconocimiento y la razón de ser de la Fundació del Disseny. Se supone que esta entidad existe para apoyar, visibilizar e impulsar el diseño en la Comunitat Valenciana. Si esa es su misión, ¿qué sentido tiene dar un premio internacional sin una convocatoria abierta? ¿Cuál es el criterio para seleccionar a una diseñadora británica, que probablemente jamás haya oído hablar de la Fundació, en lugar de reconocer a profesionales locales que llevan años trabajando en proyectos de impacto social en nuestra comunidad? La única explicación lógica es que esta distinción no responde a un criterio profesional, sino a una estrategia de posicionamiento. Un intento de establecer conexiones y legitimarse a través del reconocimiento de una figura internacional. Pero para Cottam, esta distinción será, en el mejor de los casos, una nota al pie en su trayectoria. Un premio de una institución desconocida, en una ciudad sin especial relevancia en el ámbito del diseño social global. O como diría ella misma: “Who the hell are these people?”
Si la selección de los premios profesionales es opaca, la de los estudiantes es directamente sospechosa. Los galardones han recaído en dos proyectos: Fauna, el joguet dels parcs naturals de Juan Manuel Pedro Aránega y Entornos educativos para niños con Trastorno del Espectro Autista de María José Bustos Garnica. No se pone en duda la calidad de estos proyectos, al contrario. Ambos abordan problemáticas urgentes y necesarias desde un enfoque de diseño comprometido con la sociedad. Pero la manera en la que han sido elegidos es un misterio. Si no había convocatoria abierta, ¿cómo han llegado hasta aquí? ¿Por qué ellos y no otros? ¿Quién ha decidido que son los mejores proyectos de diseño social del año sin haber visto ningún otro?
Por otro lado, hay un premiado cuya trayectoria es incuestionable y si merece una de esas Distinciones al Diseño Social: Manolo Bañó. Su trabajo en el diseño industrial, su vocación docente y su visión del diseño como herramienta de transformación social están fuera de toda duda. Si hay alguien que merece un reconocimiento en el ámbito del diseño social, es él. Su proyecto FREE Design Bank es una de las iniciativas más relevantes que han salido del diseño valenciano en los últimos años, demostrando que el diseño puede ser un motor real de cambio sin necesidad de adornarlo con discursos vacíos. Pero precisamente por eso, porque su trabajo habla por sí solo, porque lleva décadas construyendo proyectos con impacto tangible, resulta casi irónico que se vea envuelto en una estructura de premios diseñada no para reconocer el trabajo de personas como él, sino para que la Fundació siga manejando el dinero público sin control.
El diseño social es una disciplina que requiere recursos, apoyo institucional y una estructura que fomente la participación de todos los agentes implicados. Pero en lugar de destinar estos fondos a iniciativas que realmente impulsen el diseño social en la Comunitat Valenciana, se han utilizado para organizar un evento como las Distinciones al Diseño Social a puerta cerrada, con un jurado que se elige a sí mismo y unos premios que, lejos de democratizar el reconocimiento, refuerzan la estructura de poder existente. Mientras la Fundació siga funcionando como un club privado financiado con dinero público, cualquier iniciativa que impulse estará contaminada por el mismo problema de siempre: no es diseño para la sociedad, es diseño para la autopromoción.
Y eso, se mire como se mire, no tiene nada de social.
Actualizado 11/03/2025