Estos días muchos diseñadores se están haciendo la siguiente pregunta: «¿Me puede pasar a mí?». La noticia del registro por parte de la policía judicial en busca de software ilegal a dos empresas dedicadas al diseño parece no haber dejado indiferente a nadie.
«¿Me puede pasar a mí?». La respuesta, claramente, es sí. Puede volver a pasar. No será habitual ni común ver este tipo de actuaciones, pero sí es probable que vuelva a suceder.
Algunos, ante lo sucedido, vuelven a mencionar los tópicos ya conocidos para excusarse: «Mis clientes no me pagan suficiente», «si ya están mal las cosas, encima esto…», «las empresas de software ganan mucho», «es muy caro», etcétera.
Todo el mundo tiene software ilegal. Es prácticamente imposible salir indemne de una inspección. Es imposible que todos y cada uno de los programas, tipografías, o utilidades que hay metidos en un ordenador estén regularizados. Pero, como en todo, hay niveles.
Una cosa es tener una tipo pirateada para probar, y pagar por ella si finalmente se emplea con un uso comercial. Es muy difícil (por no decir imposible) que, en estructuras grandes con muchos ordenadores, se tenga control sobre todo lo que se descarga, prueba, y se utiliza de forma habitual. No se trata de justificarlo, pero es cierto que mantener un control férreo es complicado.
Pero no estamos hablando de descuidos o de falta de celo en el uso de licencias y derechos. Lo que está en juego es la costumbre de no pagar por el uso de las herramientas digitales que utilizamos cada día. No es lo mismo un ordenador sin casi uso con una copia de Acrobat para leer PDFs, que ordenadores con todo pirateado donde se desarrollan trabajos con grandes presupuestos.
Todos conocemos agencias, estudios, diseñadores, imprentas que no tienen ni una sola licencia activa. Todos hemos trabajado con freelance que no piensan pagar por utilizar Word o Photoshop. Todos hemos recibido llamadas pidiéndonos una tipografía. Es la costumbre.
En la mayoría de los casos, la excusa es que el cliente no quiere pagar por lo que cuesta una tipografía o un programa de gestión; en otros, nos vemos impotentes ante la imposibilidad de costear una herramienta de trabajo porque nuestros ingresos son muy bajos. Pagamos por otras cosas porque no tenemos más remedio. Seguro que a estos dos estudios que les han pillado no se les pasó piratear la conexión de internet, algo mucho más fácil que un paquete de software. Es cultural.
Dealers
Ya no es solo la costumbre de piratear o descargar software para luego crackearlo. La mayoría tienen su dealer particular de software que les da, sin demasiada dificultad, la última versión del Creative Cloud, la última actualización del gestor tipográfico, o un buen paquete de mierda digital que te cubre todos los frentes.
Este es el problema. Está institucionalizado, permitido y socialmente bien visto. Recuerdo cuando estudiaba en Inglaterra. Le pedí a mi profesor que me pasara una copia de Freehand para que, cuando volviera a España, pudiera tener una herramienta con la que trabajar (aquí era difícil conseguir esa droga). La cara que puso y el discurso que soltó fue serio. Al final me entregó una copia, por la noche en su casa y en total secreto, con la promesa jurada de que no saldría de mi ordenador de estudiante.
¿Qué pasa con ser pirata?
A casi nadie le da vergüenza reconocer que se baja películas o usa software pirateado. Es más, parece que algunos se vanaglorian de tenerlo y te miran con cara de listos (y a ti se te queda cara de tonto). Parece que, si no lo haces, es que no te enteras. Es un tema moral sin más. Lo mismo da que sea un programa, que proceda de una gran multinacional (con más razón) que una tipografía, un gestor de contenidos o una aplicación de contabilidad. Si se puede conseguir gratis, ¿por qué voy a pagar por ello?
Es curioso que freelancers, estudios pequeños, medianos, grandes, agencias, multinacionales… no paguen el software que utilizan, el que les sirve para trabajar cada día. Y luego, sin embargo, te encuentres a algunos estudiantes que se compran una licencia de formación porque creen que eso es lo normal.
Mercado adulterado
El problema de todo esto no es tanto que seamos unos piratas o unos inmorales; cada uno debe ser responsable con lo que hace. El gran problema es que el mercado está adulterado. Hay una competencia desleal. Por un lado, algunos ofrecen sus servicios a precios ridículos que no tienen explicación. Si no pagas las herramientas, claro que se puede. También si no pagas tu cuota fiscal, la wifi o el alquiler de tu estudio… Porque de esto también hay.
El mercado en el que nos movemos está totalmente alterado, y todos miran para otro lado por que nadie es inocente. Nadie quiere tirar la primera piedra.
Es curioso ver a estudios con presupuestos sustanciosos o a diseñadores muy conocidos no pagar una simple cuota de 60 euros al mes por el paquete de software bajo la excusa de que «es mucho dinero». En algunos casos el pretexto es, simplemente, «no me da la gana». Pero luego quieren ser tratados en igualdad.
¿Es justo que los legales y los ilegales compitan en el mismo mercado? ¿Estamos dispuestos a estar en el lado oscuro por no subir nuestros servicios a los clientes? Ese es el verdadero problema: mantenernos en el lado oscuro porque no somos capaces de comercializar nuestros servicios a precios competitivos. Está claro que, si a muchos les exigieran cumplir con la legalidad a rajatabla, tendrían que cerrar o subir sus precios muy por encima del servicio que son capaces de ofrecer.
Hace años Erik Spierkermann, en una visita a Valencia, explicó que esto ya ocurrió en Alemania. La policía entró en los estudios y agencias y los pilló. El resultado fue que todo el mundo regularizó su situación e inevitablemente subieron los precios. La competencia se igualó.
Concursos públicos
Lo más increíble es saber que muchos de los que se presentan a concursos públicos de diseño no tienen compradas las licencias con las que desarrollan su trabajo para la administración. Si investigáramos muchos de los proyectos presentados por las múltiples administraciones descubriríamos, sin duda, estudios sin licencia, tipografías no autorizadas, incluso imprentas fuera de la ley.
¿Puede ganar un concurso público alguien que no tiene licencias de software? ¿Imprentas que revientan precios para blanquear? Eso ya ocurrido. ¿No debería exigir la administración un mínimo nivel de legalidad? Aunque, si en la mayoría de concursos no se exige estar al corriente de pagos con la administración, cómo se va a exigir que tengan la licencia del software con el que trabajan.
Es obligación de la administración proteger los derechos de la propiedad intelectual y, por tanto, debería ser obligatorio exigirlo. Exigirlo todo para regular el mercado, para igualar las condiciones de competencia. Ahora directamente hay competencia desleal por parte de muchos.
Auguro un aumento exponencial de compras de licencias. Eso espero, pero también tengo la esperanza de que los profesionales (si quieren llamarse profesionales), cumplan con ello, porque sino deberemos empezar a dividir a los que lo hacen y a los que no. A unos les llamaremos profesionales y a los otros…. pues no sé, ¿aficionados?
Ahora es el momento de poner «las barbas a remojar», como dice el refrán, porque seguro que habrán otros registros. Sin embargo, lo importante no es si nos pillan saltándonos un semáforo; lo importante es saber si conducimos con el carnet, la itv, el seguro o el impuesto de circulación en regla.
Si esto no consigue regularizar el mercado del diseño es para plantearse seriamente si queremos seguir jugando en un negocio en el que unos juegan cumpliendo las reglas, y otros no.
Actualizado 01/06/2017