Ya se sabe que, si algo tiene que funcionar, mejor siempre con una rimbombante etiqueta, a ser posible en inglés para redondear la apuesta: es el caso de Young Adult.
En los últimos años, hemos visto la ascendencia meteórica de la etiqueta «Young Adult», que desde la literatura se ha propagado viralmente a todas las artes, desde el cine al cómic, protagonizando los bombazos de taquilla y de ventas editoriales o, mejor dicho, blockbusters y bestsellers. No es ninguna sorpresa: el mundo adolescente es el gran consumidor de la industria cultural desde hace décadas y solo hay que ver las películas que encabezan los rankings de taquilla o de los libros más vendidos. Las películas de superhéroes, las sagas de terror romántico o los libros de jóvenes magos, por solo citar algunas, tienen como público principal a una juventud que abraza con alegría el consumo de estos productos. Nada que objetar ante esto: el modelo imperante de nuestra sociedad capitalista tiene estas cosas y la industria necesita este tipo de fenómenos de consumo masivo para dejar pequeños espacios de libertad para otros tipos de creatividades. La discusión es evidentemente otra, si ese modelo es sostenible y razonable, pero eso lo dejaremos para otros debates.
Una realidad que, como vemos, era ya preexistente, pero que en el caso del cómic está protagonizando una auténtica revolución, sobre todo en el omnipresente cómic mainstream americano. La noticia saltaba durante la pandemia: la editorial DC Comics estaba llevando a cabo una serie de movimientos corporativos para potenciar la nueva línea de novelas gráficas Young Adult, que podía terminar en detrimento de los comic-books tradicionales. Una suposición que ha hecho arder las redes, pero que está llena de lógica aplastante en un momento en el que el género dominante en el cómic americano está en plena transición. Los herederos de Superman han ido dejando paulatinamente las viñetas y el papel para convertirse de facto en el mascarón de proa de las nuevas narrativas intermediales, el famoso transmedia que Jenkins enunció en el siglo XX se acopla como un guante al fenómeno superheroico que llena(ba) las salas de cine, inunda las plataformas de series basadas en ellos, es protagonistas de temporadas de los videjuegos online de moda e incluso todavía sobrevive sorprendentemente en los cómics. Un cambio radical que se ha realizado en apenas un par de décadas y que, olvidada la creatividad, solo se rige ya por la razón de los números, la única que admiten los gerifaltes de las macrocompañías que dirigen el ocio mundial. Y, atendiendo a esos números, es evidente que nuestros queridos cómics están en clara minoría: cualquiera de las películas de «Los Vengadores» debe haber generado más ingresos que todos los cómics de los poderosos personajes desde que iniciaran sus aventuras de la mano de Jack Kirby y Stan Lee en 1963. Seis décadas después de que Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko comenzaran a crear el Universo Marvel, cualquier niño o joven de hoy en día identificará rápidamente a sus famosos personajes, pero no como héroes de las viñetas, sino como protagonistas de películas, series o videojuegos.
Sin embargo, este éxito choca con un razonamiento que, con seguridad, es el que ha llevado a los ejecutivos de Warner, propietaria de DC Cómics, a plantear los cambios: los cómics son también un éxito de ventas… Pero no los de superhéroes. Los cómics de Marvel y DC dejaron atrás las ventas millonarias de los años 90 y se mueven en cifras sonrojantes que, apenas un par de décadas antes, se hubieran traducido en un cierre inmediato. Un dato que contrasta con la realidad de las ventas: en 2019, los dos libros que arrasaron en las listas de ventas fueron dos cómics, Dog Man, de Dave Pilkey (editado en España por SM Ediciones como Policán) y Guts, de Raina Telgeimeier (editado en España por Maeva como Coraje). Y no era ninguna sorpresa: si Pilkey llevaba años arrasando con series como Capitán Calzoncillos, las novelas gráficas para young adults de Telgemeier coleccionaban prestigiosos premios Eisner mientras sumaban ventas multimillonarias.
Los cómics de Marvel y DC dejaron atrás las ventas millonarias de los años 90 y se mueven en cifras sonrojantes que, apenas un par de décadas antes, se hubieran traducido en un cierre inmediato.
¿Cómo era posible que un género que está teniendo tal éxito en el audiovisual, no tenga también ventas espectaculares en los cómics? La razón, posiblemente, haya que buscarla unas estrategias editoriales que han buscado nadar y guardar la ropa: los fieles aficionados a los comic-books fueron creciendo y las temáticas se hicieron cada vez más adultas, uniéndose a una compleja continuidad en las series que las hacía cada vez más herméticas. La edad media de los lectores aumentaba, alejando un ansiado público adolescente que no era atraído por sucesivos reboots que intentaban simplemente volver a contar la misma historia con algún cambio estético. Con miedo a perder a los lectores de toda la vida, muy críticos con cualquier modificación de los personajes, las series de superhéroes entraron en un bucle infinito que las aislaba de todo.
El cambio no ha podido ser más radical: la líneas DC Ink para young adults y DC Zoom para niñ@s abandonan el tradicional formato comic-book para abrazar el de la novela gráfica, dejan la continuidad a un lado y no buscan autores con experiencia en el género, sino fundamentalmente autoras que vengan del ámbito de la literatura juvenil e infantil. Kami García, Leigh Bardurgo, Sarah Kuhn, Marieke Nijkamp, Melissa de la Cruz, Laurie Halse Anderson, Alex Sánchez, Maggie Stiefvater, Kirk Scroggs, Rideley Pearson o Lauren Myracle no son nombres conocidos para los aficionados veteranos, pero tienen una impecable carrera en las novelas infantiles y juveniles.
Es indudable el atractivo y frescura de la apuesta de Warner/DC Cómics: las nuevas novelas gráficas rompen la estética y narrativa tradicionales para acercarse a otras formas más comunes en la literatura juvenil e infantil, sin renunciar a todos los estereotipos y clichés de los géneros juveniles, pero aceptando que los superhéroes ya no tiene porqué cargar con el pasado de otros creadores. Se apuesta y mucho, por el protagonismo femenino: ya no es solo que los tiempos defiendan el necesario empoderamiento de la mujer no solo en la realidad y, por supuesto, lo trasladen a la ficción, sino que las estadísticas suelen identificar al lector más voraz como una mujer adolescente a la que se persigue abiertamente. Queda en el debe el curioso contraste que algunas de estas obras presenta entre la clara apuesta por la liberación y feminismo de las protagonistas frente a su obsesión por el enamoramiento más clásico y romántico, que comienza —tímidamente, eso sí— a aceptar la diversidad de género.
Queda en el debe el curioso contraste que algunas de estas obras presenta entre la clara apuesta por la liberación y feminismo de las protagonistas frente a su obsesión por el enamoramiento más clásico y romántico, que comienza —tímidamente, eso sí— a aceptar la diversidad de género.
Y el resultado no puede ser más claro: una de las primeras publicaciones de este nuevo sello, Under The Moon, a Catwoman Tale, de Lauren Miracle e Isaac Goodhart encabezó con fuerza las listas de ventas de novelas gráficas en su salida. El resto de salidas (que en España está publicando la editorial Hidra) siguen rigurosamente el estilo y coordenadas de esta obra, con un nivel medio de calidad interesante, pese a la sensación de minucioso y claro diseño que sobrevuela todas estas obras. Wonder Woman, la Cosa del Pantano, Mera, Catwoman o Raven viven nuevas aventuras que entroncan mucho más con la tradición del relato High School tan clásico y conocido por los americanos (no solo en el cine, recordemos que una de los tebeos más conocidos y vendidos de la historia de los EE.UU. es Archie, ahora conocido en el mundo por la adaptación de Netflix, Riverdale) que con las aventuras que vivieron en los cómics y películas.
La pregunta es: ¿cómo afectará este cambio a los cómics mainstream americanos? Es indudable que el cambio ha llegado para quedarse y afectará con toda seguridad a un género que tiene no pocos problemas y traumas del pasado. La gran competidora, Marvel, ya ha iniciado junto a Scholastic, la todopoderosa editora de Telgeimeir y Pilkey, una serie de novelas gráficas dedicadas a los jóvenes, estrenando con Miles Morales Shock Waves, de Justin Reynolds y Pablo León un claro movimiento mimético que parece anunciar una dura batalla en el campo de los superhéroes para young adults.
El cómic no es un híbrido, no es la unión del dibujo y el texto, sino una narración dibujada que adquiere todo su potencial como lenguaje desde lo visual.
Eso sí, en ese camino parece que todas las editoriales se olvidan de los y las dibujantes: por desgracia, en el diseño de las nuevas novelas gráficas de DC, podemos ver cómo se da prioridad absoluta al nombre de las escritoras y se relega el nombre del dibujante a un espacio minúsculo, como si su contribución no tuviera mayor importancia y demostrando que, como casi siempre, los grandes ejecutivos no entienden que el cómic no es una obra en la que la suma de las partes pueda separarse: el cómic no es un híbrido, no es la unión del dibujo y el texto, sino una narración dibujada que adquiere todo su potencial como lenguaje desde lo visual.
→ ¿Por qué necesitamos un Centro de Estudios y Conservación del Patrimonio del Cómic?
Actualizado 15/04/2021