¿Optimismo? ¿Optimismo de qué?, por Víctor Palau

Ayer celebramos, según el calendario que nos marcan, el Día Mundial del Diseño. Un día que, curiosamente, no conmemora el nacimiento de un creador, un hito histórico para la profesión o una conquista social. No. El 27 de abril lo que se celebra es la fundación de ICOGRADA, ahora rebautizado como ICOD, una organización anglosajona que, por razones que merecerían ser analizadas con más calma, ha decidido para todos cuándo es nuestro gran día. Resulta, cuanto menos, llamativo que el día más importante para el diseño a nivel mundial no surja de una efeméride vinculada al avance o reconocimiento de nuestra profesión, sino de la fecha de constitución de un organismo que, además, no forma parte de nuestro entorno europeo ni responde necesariamente a nuestras realidades. No hay días mejores? El nacimiento de Cruz Novillo, la implantación de los toros de Manolo Prieto en las carreteras, el descubrimiento de las pinturas de Altamira… yo que sé! Efemérides que conectan de verdad con el diseño como expresión cultural y social. Lo más preocupante es la falta de ambición de nuestras propias instituciones nacionales. Asociaciones, fundaciones, redes e institutos que, en lugar de buscar una fecha significativa, prefieren plegarse a una celebración dictada desde fuera, sin plantear alternativas ni reivindicar un espacio propio para nuestra profesión. Reciben ingentes cantidades de dinero público, pero parecen incapaces de construir un relato crítico o propositivo. Simplemente se suman a la corriente. Este año, además, el lema que nos proponen es "Optimismo extravagante". Una consigna que, en las circunstancias actuales, suena a burla. ¿Optimismo de qué? ¿De ver cómo la inteligencia artificial amenaza con sustituir gran parte de nuestro trabajo? ¿De comprobar cómo el mercado precariza cada vez más a los diseñadores, con salarios que apenas alcanzan el SMI? ¿De ver cómo nuestro oficio, que requiere años de formación y especialización, sigue siendo subestimado y mal pagado? En un mundo en el que los retos son monumentales, en el que el cambio climático, las crisis económicas y las desigualdades sociales exigen respuestas urgentes, salir a celebrar con "optimismo extravagante" roza la frivolidad. Es como si el 1 de mayo, día del trabajo, los sindicatos organizaran una fiesta para felicitarse sin reivindicar nada. Una traición al espíritu crítico y transformador que debería guiar tanto a los diseñadores como a sus organizaciones. Cuando veo a asociaciones, redes, fundaciones, institutos e incluso instituciones públicas celebrar el Día Mundial del Diseño sin una mirada crítica, sin un solo gesto de reivindicación, entiendo por qué cuesta tanto avanzar. Entiendo por qué el diseño, pese a su importancia creciente en una sociedad cada vez más visual y compleja, sigue sin ocupar el lugar que merece. Pero a pesar de todo, cuando pienso en los diseñadores y diseñadoras que cada día, desde sus estudios, aulas o estudios, crean, imaginan y resisten, sí encuentro motivos para ser optimista. En las escuelas de diseño, llenas de talento y energía joven, en los profesionales que transforman ideas en realidades visuales, en los proyectos que cada día demuestran que la creatividad humana no se rinde ante la adversidad. Nuestro trabajo está evolucionando. Cada vez es más conceptual, estratégico y necesario. En un mundo saturado de imágenes, el diseño no es un lujo, sino una herramienta esencial para comprender, emocionar y conectar. La creatividad, incluso en los momentos más oscuros, encuentra caminos para expresarse y para cambiar el mundo. Sí, hay que celebrar el Día Mundial del Diseño. Pero no porque una institución anglosajona nos marque el calendario. No porque nuestras asociaciones hayan decidido que toca aplaudir sin más. Hay que celebrarlo porque cada diseñador y diseñadora, cada estudiante, cada creador independiente, sigue aportando valor, sentido y belleza a un mundo que los necesita más que nunca. Viva el día a día del diseño. Viva el trabajo, la pasión y la creatividad de quienes hacen del diseño una forma de vida.

¿Optimismo? ¿Optimismo de qué?, por Víctor Palau

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