«Cuando todo es gratis, todos perdemos», por Víctor Palau

Últimamente observo con cierta incredulidad algo que, si uno se detiene a pensarlo, resulta bastante revelador. En estos meses me he fijado en la cantidad de actividades que se celebran en torno al diseño: eventos, festivales, premios, exposiciones, mesas redondas, talleres, jornadas, ciclos, programas públicos, iniciativas privadas, lanzamientos, podcasts, newsletters, convocatorias... Todo. Hay más movimiento que nunca. Y eso, en principio, es una buena noticia. Comparado con 2009, cuando lanzamos Gràffica, el panorama es otro. Entonces había que inventar los espacios. Hoy proliferan. Nacen fundaciones, institutos, asociaciones, redes y plataformas casi cada semana. Lo que antes era una excepción, ahora es una constante. Pero hay una pregunta que me ronda desde hace tiempo: si hay más que nunca, ¿por qué todo sigue siendo tan precario? La mayoría de esos eventos que menciono —y no exagero— son gratuitos. Gratuito asistir a una conferencia. Gratis apuntarte a una mesa redonda. Gratis participar en unos premios. Gratis ir a un taller. Gratis, gratis, gratis. O en algunos casos, a precios simbólicos que, si has organizado algo en tu vida, sabes que no cubren ni la luz. ¿Cómo es posible? Hay dos motivos, principalmente. Uno: todo está subvencionado. Y dos: se hace desde la absoluta voluntariedad y precariedad. Sobre el primero, soy claro: no me parece una opción razonable. Si organizas algo y necesitas que todos te lo paguemos —vía impuestos— porque tú no has sabido encontrar la manera de hacerlo viable… eso no es justo. ¿Por qué mi vecina del quinto, que no sabe ni le importa a qué me dedico, tiene que sufragar con sus impuestos mi fiesta de cumpleaños? Y sobre el segundo motivo, aún me inquieta más. Porque la precariedad suele venir envuelta en entusiasmo. Las ganas, la ilusión, el deseo de hacer cosas para que pasen otras. Pero ese impulso, cuando se sostiene sin retorno, agota. Se quema. ¿Cuántos proyectos han empezado así y se han apagado en silencio? Hacer un podcast solo por visibilidad no tiene futuro. Hacer un taller solo por compartir conocimientos es hermoso, sí, pero no sostenible. Tarde o temprano hay que comer. Y eso, cuando no se resuelve, acaba empujando a quien lo hace hacia otro empleo, otra actividad, otro sector. Y mientras tanto, todo el sector se va acostumbrando a la idea de que todo debe ser gratis. Que lo normal es que no se pague por aprender, por escuchar, por participar, por compartir. Que alguien lo paga. Y, claro, cuando alguien se atreve a ponerle valor a una actividad —un precio, un presupuesto, una intención de beneficio— enseguida aparece el comentario: “esos lo que quieren es forrarse”. No. A veces lo que quieren es que eso que hacen no les cueste dinero. Que su trabajo se remunere. Que puedan pagar un alquiler. Que haya equipo, estructura, continuidad. Lo mínimo, vamos. Todos queremos empresas que funcionen, servicios de calidad, espacios bien gestionados, actividades profesionales, colaboradores bien pagados. Pero eso no puede sostenerse si nadie paga. Si todo es gratis. Si se asume que la única vía es que lo pague la administración. Y si además hemos instalado en el imaginario colectivo que el Estado nos roba, que los impuestos son un castigo, pero a la vez queremos que el Estado nos pague todo… hay algo en esa ecuación que no encaja. Recuerda: si es gratis, es porque alguien lo paga. Y si ese alguien eres tú mismo, a través de tus impuestos, entonces ya no es gratis. Y en ese caso, también deberías preguntarte si hay alguien que —con dinero público— cobra un sueldo desorbitado aprovechando que dice aquello de: “yo hago cosas y vosotros debéis pagármelas”. Porque si no estás dispuesto a pagar por lo que tiene valor para ti, lo que estás diciendo en realidad es que no quieres que existan estructuras sostenibles. Ni negocios. Ni proyectos con equipo, con recursos, con continuidad. Proyectos que, en el fondo, te benefician. Que pueden contratarte. Que pueden generar nuevas oportunidades. Si tú no estás dispuesto a contribuir, no te quejes luego de que el sistema no te paga lo suficiente.Empecemos por uno mismo. No estoy hablando de cerrar espacios. Ni de dejar de hacer cosas. Lo que planteo es si no hemos entrado en una lógica insostenible. Si no estamos perpetuando un sistema que se alimenta de recursos ajenos o de ilusiones privadas, sin modelo económico, sin retorno real. Un sistema que celebra lo gratuito mientras por dentro se desangra. Un ecosistema donde florecen las iniciativas, pero se marchitan las trayectorias. Hacer las cosas bien —con responsabilidad, con rigor, con visión a medio plazo— cuesta. Cuesta dinero. Cuesta tiempo. Cuesta energía. Y está bien que algunas actividades sean gratuitas. Pero no todas. No siempre. No por sistema. Porque cuando todo es gratis, todos perdemos: pierden los profesionales que no cobran, los organizadores que se agotan, los proyectos que no maduran y el público que cree que esto no vale nada. El diseño, como cualquier otra disciplina cultural o profesional, necesita algo más que pasión. Necesita estructura. Y esa estructura, por mínima que sea, se paga. Se paga con dinero. Con compromiso. Con corresponsabilidad. Porque si no, llegará un día en que no quedará nadie que quiera hacerlo. Así que, la próxima vez que vayas a un evento gratuito, pregúntate quién lo paga. Y si merece la pena que siga existiendo. Porque si la respuesta es sí, entonces tal vez sea el momento de asumir que eso —lo que sea— tiene un valor. Y que pagarlo no es un problema, sino una forma de respeto. De futuro. De justicia.

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