Hace ya algún tiempo Javier Jaén nos lanzaba la siguiente pregunta: “¿Qué hacer en caso de plagio?”. La pregunta venía a raíz de descubrir que la firma de ropa Stüke Estudio había utilizado una ilustración idéntica a uno de sus trabajos, incluso el avatar identificativo de la marca era exactamente igual a su ilustración. En su momento, la coincidencia fue tanta, que finalmente la marca retiró la imagen de Javier y su web quedó inactiva (si bien ahora continúa como Stüke Desing).
El caso de Javier Jaén no es un hecho aislado y cada día son más los diseñadores, ilustradores, fotógrafos… que ven como sus trabajos son objeto de apropio de terceros que además hacen un uso comercial y lucrativo de forma indiscriminada. En el caso de Javier, su trabajo alguien lo había cazado al vuelo en internet. Prácticamente, lo mismo que le ha pasado al fotógrafo iraquí Tuana Aziz. Tuana reside en Suecia y al entrar en una tienda de Mango descubrió que una fotografía suya publicada en Instagram aparecía impresa en una de las camisetas de la colección La última princesa, sin consentimiento del autor a la marca catalana.
Es lo que tiene esto del mundo global y las redes sociales; el universo donde elegir es tan amplio y tan goloso, y paralelamente la moda es tan cambiante que, acaso, ¿quién se resiste a apropiarse de algo cuando es tan fácil de conseguir? Alimentar a diario a ese gran ‘monstruo’ que son las nuevas tendencias con un proceso de reciclado tan rápido se hace harto complicado.
El fenómeno es más complejo de lo que parece. Los departamentos internos de Inditex, Mango, H&M… tienen proveedores repartidos en todo el mundo que a su vez tienen a sus diseñadores que ojean por aquí y por allá, que un día están en Nueva York y otro en Singapur, y que trabajan a un ritmo tan acelerado que, en ocasiones, es muy fácil coger un imagen bonita que uno ha visto en Instagram, Flickr… y adaptarla sin más para que el universo de la moda la engulla. Y en esta cadena de proveedores e intermediarios, a veces, es complejo saber a quién pedirle explicaciones, si bien esa complejidad no exime a las marcas de su responsabilidad. El problema viene nuevamente porque en este mundo globalizado y en red, finalmente todo acaba saliendo a la luz.
Un portavoz del departamento de comunicación de Mango ha explicado en declaraciones para El País que todo es fruto de un error y exponen: «Fue una propuesta que nos hizo un proveedor. Nos aseguró que tenía los permisos, como suele ser habitual, y no fue así». Mal. Reprimenda para la marca.
A todo ello hay que añadir otro punto: el tema legal. Y es que, en el momento en el que uno entra a formar parte de Instagram, Facebook, Flickr… se da de alta y sube una imagen, el propietario de los derechos no es esa persona, sino Instagram, Facebook, Flickr… o la red social en la que se supone que uno ha leído el contrato y aceptado las condiciones. Es decir, independientemente de si la cláusula de Instagram es abusiva o no, a efectos legales el fotógrafo iraquí poco podría rascar. Otra cuestión es que Mango haya optado por retirar la camiseta del mercado. La marca de moda ha pedido disculpas: «Lo sentimos. Nos fiamos pero es cierto que no tenían los permisos», según palabras de su portavoz. Quizás por aquello de no generar mala imagen y no acabar como trending topic, tal y como ya sucedió con Inditex, que copiaba las imágenes tomadas en Flickr de bloggers de moda para trasladarlas en ilustraciones en sus camisetas.
Todos estos casos nos ponen sobre aviso de una situación a la que no podemos ser ajenos y es que en el momento en el que participas dentro del juego de vivir en comunidad y de las redes sociales acabas vendiendo en cierto modo tu alma (de autor) al diablo.
Actualizado 20/05/2021