Así usamos Internet: adicción, IA y cookies sin leer

La AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) acaba de publicar una nueva edición de su estudio “Navegantes en la Red 2024”, en el que analiza los hábitos y percepciones sobre el consumo de internet en nuestro país. Y lo que revela no sorprende tanto como confirma lo que ya sospechábamos: la conexión digital se ha vuelto tan omnipresente que ya ni reparamos en ella. Ya no se trata solo de ver memes o mandar mensajes —aunque eso también—, sino de una integración casi orgánica de la tecnología en nuestras rutinas. Para muchos, el mundo digital no es una herramienta, sino una extensión más de su día a día. Fascinación, comodidad, dependencia, inquietud... Todo convive en ese mismo ecosistema donde siempre hay una notificación pendiente.¿Y cómo viven esta hiperconexión los internautas españoles? El estudio refleja una mezcla de emociones: comodidad y eficiencia, sí, pero también cierta incomodidad ante la sensación de estar constantemente vigilados o dirigidos por algoritmos. Para algunos, la digitalización supone una herramienta liberadora; para otros, una rutina cada vez más rígida y difícil de cuestionar. Estar desconectado, según se desprende de muchas respuestas, ya no es solo inusual… es casi impensable. El móvil: de accesorio a apéndice vital A estas alturas, ya ni sorprende: el teléfono móvil no solo lidera el acceso a internet en España, lo ha conquistado por completo. El 92,8% de los internautas lo utiliza para conectarse y un 61,5% lo declara su dispositivo principal. Pero esto va más allá de cifras: si hace unos años el móvil era ese “por si acaso” guardado en el bolso, hoy es el centro de operaciones de nuestra vida digital (y emocional, si nos ponemos intensos). Y la dependencia va en aumento. Un 35,6% de usuarios admite estar conectado casi todo el tiempo desde el móvil, mientras un 24% pasa entre dos y cuatro horas diarias frente a la pantalla. Pero lo más revelador —y un poco inquietante— llega con las confesiones: el 44,5% reconoce que lo consulta de forma casi compulsiva, y un 28,5% asegura que “no podría vivir sin Internet en el móvil”. Ya no hablamos de un dispositivo: hablamos de una prótesis emocional, de un apéndice digital que vibra (literal o figuradamente) cada pocos minutos. Inteligencia artificial: fascinación con cláusula de advertencia La inteligencia artificial ya no es una novedad brillante de laboratorio: se ha colado, sin pedir permiso, en nuestra rutina digital. Cuatro de cada diez internautas españoles han utilizado en el último año herramientas como ChatGPT, Midjourney o Copilot. Y ojo, un 20% lo hizo ayer mismo. Entre todas, las que generan texto son las auténticas reinas del baile: ChatGPT alcanza una abrumadora popularidad del 96,7% entre las IA conversacionales. Y no solo la usamos: la valoramos muy positivamente. Su nota media ronda el notable alto, un 3,95 sobre 5. La satisfacción general con estas tecnologías ronda el 3,72. Traducción: nos gusta, pero aún no nos termina de enamorar. Se utiliza tanto en lo personal (59,9%) como en lo profesional (43,2%), aunque —dato curioso— más del 81% solo ha probado versiones gratuitas. Parece que, por ahora, la inteligencia artificial nos interesa… pero no tanto como para meter la tarjeta de crédito. Eso sí, tanta promesa tecnológica también activa las alertas. Un contundente 82,4% teme un uso poco ético o directamente indebido; un 63,7% reclama más regulación; y un 63,6% se preocupa por su capacidad para generar desinformación o deepfakes con apariencia de verdad. De hecho, un 37,1% cree que los riesgos ya pesan más que los beneficios. Además, un contundente 91% da por hecho que la IA cambiará el mundo en los próximos años. Eso sí, con condiciones: la mayoría reclama que todo contenido generado por estas tecnologías esté claramente etiquetado. Porque si algo tenemos claro es que, aunque la inteligencia artificial deslumbra con su potencial, también genera un cosquilleo incómodo en la nuca. Privacidad en pausa: bienvenidos al escaparate digital El entusiasmo digital, según el informe, convive con una sensación de vigilancia permanente: el 74,2% de los internautas afirma sentirse “mucho” o “bastante” observado mientras navega. Y no se trata solo de paranoia conspiranoica: un 28,1% está convencido de que sus dispositivos escuchan conversaciones privadas, y otro 21,9% confiesa que, al menos a veces, lo siente así.Pero la contradicción llega justo después: más del 63% acepta cookies en casi todas las webs sin detenerse ni un segundo a pensar qué está autorizando. Reclamamos privacidad con vehemencia, pero aceptamos términos y condiciones que ni siquiera hojeamos. En resumen, tememos al “Gran Hermano”… pero seguimos dejándole la llave bajo la alfombra. Ciberdelitos: una experiencia cada vez más común Uno de los capítulos más delicados del informe es el que aborda los ciberdelitos. El 39,7% de los internautas declara haber sido víctima de alguna fechoría digital: un 28% asegura haberlo sufrido al menos una vez, y un 11,7% en más de una ocasión. Suplantaciones de identidad, estafas económicas, robos de contraseñas... el menú habitual para casi 4 de cada 10 usuarios. Un dato que evidencia no solo la creciente sofisticación de los ataques, sino también la fragilidad de nuestros hábitos en línea. Y lo paradójico es que este escenario convive con lo ya mencionado: más del 63% acepta cookies sin leer absolutamente nada. Exigimos seguridad, pero abrimos la puerta sin mirar por la mirilla. El último informe “Navegantes en la Red” confirma lo que ya intuíamos: vivimos pegados al móvil, asistidos por IA y bajo la mirada incesante de aplicaciones y algoritmos. Nos seduce la tecnología por su eficiencia, personalización y comodidad; pero esa fascinación comparte espacio con el deseo de mayor regulación, ética y control. Queremos movernos a la velocidad de la luz, pero también nos escandaliza sentirnos como ratas de laboratorio en un experimento. Tal vez el desafío del mañana no consista en usar la tecnología —eso parece que lo tenemos resuelto—, sino en aprender a convivir con ella sin perder el control (ni la cabeza).

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