Un comunicado y a otra cosa no es defensa profesional: es gestión de la impotencia

Las asociaciones de diseñadores llevan años reaccionando siempre igual ante los abusos institucionales: un comunicado, una publicación en redes y vuelta a la agenda de eventos. El caso del concurso de Jaén vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda pero necesaria: ¿para qué sirven realmente si no consiguen cambiar nada? Hay frases que se repiten tanto que acaban perdiendo fuerza. O quizá no. Quizá lo que ocurre es justo lo contrario: que a fuerza de repetirse acaban revelando una verdad incómoda. “Hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano”. Esa es, desde hace años, la frase no escrita que acompaña a casi todos los comunicados de las asociaciones de diseñadores cuando aparece un concurso degradante, un encargo público planteado de forma delirante o una convocatoria que ignora por completo la profesionalización del sector. El caso del concurso para la nueva marca turística de Jaén no es una excepción. La Asociación Andaluza de Diseñadores (AAD) emitió un comunicado firme, explicó con detalle un año largo de trabajo previo con el Ayuntamiento, denunció que se publicaron unas bases distintas a las consensuadas, se desmarcó del proceso, rechazó participar en el jurado y recomendó no concurrir. Todo eso es cierto. Todo eso está documentado. Y todo eso, siendo honestos, no ha servido para nada. El concurso siguió adelante. Las bases no se corrigieron. La administración no rectificó. Y el daño —económico, simbólico y profesional— volvió a recaer sobre los diseñadores. Una vez más. El ritual del comunicado Aquí es donde conviene dejar de andar con rodeos. El problema no es la AAD en singular, que me consta que son honestos y 'hacen lo que pueden'. El problema es el modo de operar de las asociaciones de diseñadores desde hace años. Pasa algo grave. Se redacta un comunicado. Se envía por mailing interno. Se publica un post en redes. Y a otra cosa. A organizar otro encuentro de diseño, otra mesa redonda, otra jornada, otra firma de colaboración, otra foto institucional. Ese gesto se ha convertido en un ritual. Un acto casi administrativo que tranquiliza conciencias internas pero que no genera ningún tipo de presión real. Un comunicado sin consecuencias no es una herramienta de defensa profesional: es una forma elegante de asumir la derrota. Y lo digo con total conocimiento de causa. Como diría el impresentable Miguel Ángel Rodríguez, “porque tengo canas”. Son muchos años viendo exactamente el mismo patrón repetirse, con los mismos resultados. O mejor dicho, con el mismo resultado: ninguno. Un universo paralelo Las asociaciones de diseñadores operan en un universo propio, casi hermético. Reuniones internas, reuniones con autoridades, comisiones, mesas de trabajo, jornadas sectoriales, encuentros profesionales. Un ecosistema muy activo, muy protocolario y sorprendentemente ajeno a lo que ocurre realmente en la profesión. La mayoría de los diseñadores no sabe qué hacen sus asociaciones. No porque no les importe, sino porque no hay capacidad real de difusión, ni audiencia, ni impacto. Y tampoco hay voluntad de utilizar los medios como aliados para amplificar los conflictos. Ni Gràffica ni otros periódicos generalistas reciben, en la mayoría de los casos, información estructurada, denuncias formales o estrategias coordinadas para llevar estos problemas más allá del círculo cerrado del sector. Eso sí: internamente, todo parece funcionar. “Ya hemos hecho lo que estaba en nuestra mano”. Y esa frase, repetida una y otra vez, es el mejor retrato del problema. No incomodar al poder ¿Por qué no se va más allá? La respuesta es incómoda, pero bastante evidente. Porque ir más allá es duro. Lo sé por experiencia propia. Supone enemistarse con la otra parte. Consume tiempo. Consume energía. Y, en ocasiones, cuesta dinero. A veces mucho dinero. Consultas a abogados, asesoramiento legal, defensas jurídicas. Y, para colmo, muchas veces sirve de poco. Y eso es precisamente lo que no quieren quienes están al frente de muchas asociaciones. No quieren —o no pueden— asumir ese desgaste. En gran parte porque siguen siendo diseñadores en activo, con clientes, con relaciones que cuidar, con miedo a quemar puentes con administraciones que mañana pueden contratarles. Y también porque tienen otro trabajo, otras prioridades, poca energía y aún menos ganas de meterse en un conflicto que no les va a reportar ningún beneficio personal. El resultado es previsible: se evita el enfrentamiento real. Se evita el juzgado. Se evita la denuncia sostenida. Se evita la movilización. Se evita la huelga. Se evita la protesta pública. Se evita todo aquello que podría hacer que a los políticos dejara de salirles gratis. La erosión constante Pero esa comodidad tiene un precio. Y no es pequeño. Cada concurso que no se revierte baja un escalón más la categoría profesional del diseño. Cada comunicado que no cambia nada erosiona un poco más la poca dignidad que nos queda como sector. Cada vez que se acepta que “no se ha podido hacer más”, el mensaje para las administraciones es clarísimo: seguid así. Los políticos no van a rectificar por convicción. Nunca lo han hecho. Rectifican cuando se les obliga. Cuando hay coste reputacional, mediático o legal. Cuando hay ruido sostenido. Cuando hay conflicto. Si no ocurre nada de eso, no hay incentivo alguno para cambiar. Y aquí es donde el papel de las asociaciones debería ser crucial. No para organizar eventos. No para firmar convenios vacíos. No para aparecer en fotos. Para conseguir objetivos. Para revertir procesos. Para proteger el espacio público y el trabajo profesional. ¿Para qué sirven entonces? La pregunta es incómoda, pero inevitable. ¿De qué sirve que una asociación emita un comunicado de rechazo ante un concurso denigrante si el proceso sigue adelante exactamente igual? Si no se consigue revertir, los diseñadores ya están haciendo ese trabajo en redes sociales, señalando el problema, denunciándolo públicamente. Para eso no hacen falta asociaciones. El balance es demoledor. Por cada evento organizado con éxito y por cada concurso degradante que no se consigue frenar, ¿cuál es el cómputo global para la profesión? La sensación general es que las asociaciones están a sus cosas, que el deterioro del sistema les preocupa relativamente y que el espacio público puede seguir siendo mediocre mientras se mantenga la agenda institucional. Resulta casi obsceno ver cómo, el mismo día en que se presenta un concurso delirante y todo el sector se lleva las manos a la cabeza, los representantes de los diseñadores están presentando no sé qué encuentro, firmando no sé qué colaboración o participando en no sé qué jornada. Todo menos arremangarse y pelear de verdad. O se pelea o no sirve Que hagan una derrama. Que lancen un crowdfunding. Que busquen apoyo legal. Que llamen a la movilización. Que conviertan a los medios en aliados. Que expongan públicamente a quien incumple. Que, llegado el caso, se acuda a los tribunales. No porque sea fácil, sino porque es la única vía que históricamente ha funcionado en otros sectores profesionales. Lo demás es gestionar la derrota con buenas palabras. Tal y como estamos ahora, lo siento, pero es una auténtica vergüenza. Y mientras sigamos aceptando que un comunicado es el final del recorrido, nada cambiará. Las asociaciones no están para quedar bien. Están para defender a la profesión. Y si no están dispuestas a pagar el precio que eso implica, quizá haya que empezar a decirlo alto y claro. Porque el silencio, en este punto, ya no es una opción.

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