Historietas del Museo del Prado es el título con el que se ha bautizado el nuevo trabajo del dibujante Sento Llobell; un cómic con el que se conmemora el bicentenario del Museo del Prado a base viñetas en las que se plasman anécdotas que tienen en común la propia pinacoteca. Hablamos con Sento Llobell quien nos cuenta cómo ha sido la experiencia de crear este proyecto.
¿Cómo surge el encargo?
Me llama el conservador jefe de dibujos y estampas del Museo del Prado, José Manuel Matilla, un gran aficionado a los tebeos y conocedor de mi obra. Es a través de él por donde me llega la oferta.
Todos los años en el Prado hacen un cómic que siempre hace una referencia a la exposición del año. Por ejemplo, el año que estuvo El Bosco, lo hizo Max (El Tríptico de los encantados); el siguiente, estaba Ribera y lo hizo Keko y Altarriba (El perdón y la furia) y así sucesivamente. A mí me llamaron para el año 2019 que coincide con el bicentenario del Museo del Prado. Por lo que el planteamiento ya no era un dibujante que habla sobre la obra de un artista en concreto, sino que el objetivo era plantear un libro que hablara del museo en sí: del edificio, de la gente, del personal que trabaja allí… Y así es como surge.
Al principio, sentí mucha alegría y orgullo cuando me propusieron el encargo, pero al cabo de una semana me entró el pánico ante la magnitud y la importancia del proyecto. Aunque no me duró demasiado ya que me tranquilicé cuando empecé a hacer los dibujos.
¿Cómo abordaste el proyecto?
Matilla y yo estuvimos hablando mucho antes de empezar a trabajar en el cómic. Lo único que teníamos claro desde el principio es que no queríamos hacer un libro de historia del arte. Yo no tengo ni la capacidad ni los conocimientos para hacer un libro de estas características. No se pretendía eso.
Lo que queríamos hacer era una publicación más divulgativa que dedicada a hablar exclusivamente de cuadros; queríamos hablar de personas: los visitantes de sala, los restauradores, los conservadores, el público, los grandes aficionados… Y así lo fuimos haciendo.
Yo le iba proponiendo temas, anécdotas del Prado conocidas… Una vez los seleccionábamos, yo iba haciendo el guion. Desde el Prado me pasaban puntualizaciones y correcciones con el fin de evitar errores como el que apareciera en las viñetas un cuadro que en ese momento de la historia todavía no había llegado al museo. De este modo conseguimos darle mayor verisimilitud al libro.
Lo que veíamos claro era que teníamos que huir de la polémica en el mundo de la historia del arte. No queríamos trasladar aspectos que pudieran alimentar el debate entre historiadores de arte. No nos interesaba meternos ahí.
¿Qué tipo de anécdotas tiene Historietas del Museo del Prado?
Son siete historias cortitas. Empieza con una bastante conocida. Se trata de un incendio en 1891 en el que arde el Prado. Esta noticia tuvo bastante impacto en los ciudadanos quienes pensaron que se habían quedado sin museo. Pero en realidad era una fake news. La crea un periodista para llamar la atención sobre las malas condiciones en las que se encontraba el Prado. Advertía así que, cualquier día, con estas malas condiciones, la noticia podría llegar a ser cierta. El resultado en el cómic queda muy bonito porque es como una simulación del Prado ardiendo cuando en realidad, la gente va al día siguiente y es mentira. Un poco como la Guerra de los Mundos de Orson Welles.
Como esa, hay otra que es más detectivesca de un empleado que robaba dentro del museo; otra sobre la enorme cola que se hizo con la exposición de Velázquez; otra historia sobre Manuela Mena, una conservadora de Goya y del siglo XVIII y XIX, quien acompañaba a lo largo de las visitas a personalidades de todo el mundo que llegaban al museo como Gorbachov o el Primer Ministro de China porque sabía mucho inglés. Estuvimos hablando toda una mañana con ella y fue muy divertido. De ahí sacamos otra anécdota. Son este tipo de anécdotas. No entramos para nada en temas más transcendentales sobre el arte. Buscábamos otro tipo de contenido más del tipo de cotilleos o curiosidades.
Lo más bonito ha sido ir a Madrid varias veces, estar en el Museo y recorrer zonas que no están abiertas al público, teniendo la oportunidad de ver obras que no están expuestas. Estar por ahí, hablar con la gente —no solo con los conservadores, sino con muchos otros profesionales del museo—, te enseñan muchísimo y hace que te sientas parte del Prado. Ahora los siento como amigos.
Cuéntanos más sobre cómo ha sido el proceso de creación
Yo iba seleccionando anécdotas prácticamente de una en una para empezar a dibujarlas. Primero le preguntaba a Matilla si hacíamos una anécdota en concreto y cuando tenía confirmación, me ponía a hacer el guion que él, posteriormente, revisaba para que a nivel documental estuviera todo correcto. Tanto el guion como la extensión de la historia han sido decisión mía. Solo hay una historia que me propuso y que incluimos.
Este proyecto empezó en el verano del año 2017, cuando José Manuel Matilla me contacta. Al inicio —antes de ponernos a crear el guion y a dibujar—, estuvimos bastante tiempo concretando el proyecto, tanto en lo referente a los plazos y el presupuesto como en lo referente al enfoque de este. Cuando todo estuvo claro, empezamos a trabajar; no es que me pusiera manos a la obra el mismo día que me contacta, sino que con todo ello pasaría un mes y medio o dos.
¿Cuál ha sido el mayor reto en este proyecto?
El mayor reto diría que ha sido el empezar. Darle un poco el tono que necesitaba. Era lo que menos claro tenía yo. No quería hacer nada historicista.
Cuando encontramos el enfoque, es cuando empecé a ver las cosas más claras.
Aunque eran anécdotas e historietas tampoco se trataba de hacer un Mortadelo y Filemón de Ibáñez. De hecho, cuando Matilla me llama, lo hace porque acaba de leer el Dr. Uriel. Le gustó el punto emotivo que le aporto a las historias. Entonces vi hacia dónde quería que fuera este proyecto. Pero, la verdad es que me costó empezar.
¿Qué es lo que más has disfrutado del proyecto y su proceso?
Lo que más he disfrutado son las visitas al Museo. Fueron especiales porque —además de conocer a mucha gente muy interesante— de pronto te metías en Restauración y te encontrabas con un exceso de belleza al enfrentarte cara a cara con grandes cuadros de la historia. Por ejemplo, podías estar enfrente de un Goya, casi con la nariz pegada al cuadro. Y al lado, más obras que siempre has visto en los libros de historia del arte, los tienes ahí oliéndolos. Una situación en la que experimentabas el exceso de belleza del que hablaba Stendhal.
Quizá, esas visitas tan especiales han sido lo más bonito del proyecto. Ha sido como un gran viaje, como quien viaja al Polo Norte y puede decir «yo he estado allí».
He tenido la oportunidad de visitar el Museo del Prado de un modo muy diferente a como lo hace un visitante habitual. Yo entraba por la puerta principal, pero en seguida nos íbamos al sótano. Allí se encuentran multitud de obras de arte y los profesionales del museo que cuentan con largas trayectorias en el museo y que te cuentan cosas extraordinarias. Como los restauradores, con quienes hablaba sobre las técnicas de restauración. Es una forma genial de entender esta profesión: sus procesos, sus miedos, etc. De hecho, una de las historias del cómic trata sobre eso; sobre cómo una de las restauradoras habla con el fantasma del autor del cuadro para que le indique cómo restaurar su obra.
→ sento.es
Actualizado 28/02/2019