Un original de cómic es un objeto de indudable valor artístico, pero ¿es exhibir un original de cómic equivalente a hacer una exposición de cómic?
¿Qué se expone en una exposición de cómics? La pregunta no es baladí pese a que tiene fácil respuesta empírica: casi siempre, las exposiciones dedicadas al cómic están ligadas a la exhibición de originales de cómic. Y suelen tener mucho éxito: un original de cómic es un objeto de indudable valor artístico, en ocasiones, auténticas joyas de una belleza incontestable. Sin embargo, permítanme replantear la primera pregunta para centrar el problema: ¿es exhibir un original de cómic equivalente a hacer una exposición de cómic?
Y ahora, me temo, la pregunta se transforma en un peligroso campo de minas que lleva directamente a otra cuestión envenenada: ¿qué es un cómic? Una cuestión sin respuesta, pero necesaria de plantear para comprender si el original como tal es un cómic o no. Y, en estricta puridad, un original no es un cómic, sino parte fundamental del proceso creativo de un cómic.
el proceso creativo
Aunque a veces sí puede ser un cómic, mejor explicarlo: en principio, las páginas originales son la base de un proceso creativo emparejado a un proceso industrial que tiene como fin generalmente la reproducción, lo que lleva a que, muchas veces, el original de cómic solo muestre una parte de lo que será el cómic en su estado final: el color, el entintado o la rotulación, por ejemplo, no suelen estar asociados al original, que se verá completado en otras partes del proceso, incluso por diferentes artistas (sobre todo en las formas más comerciales, como el cómic de género de superhéroes o el álbum europeo, pero también en el manga).
Es evidente que la página en sí misma es un brillante y espectacular ejemplo de arte, pero de una disciplina que se practica en el cómic: el dibujo. Un dibujo que incluye, necesariamente, otros elementos propios de la narración gráfica, como la composición de páginas y el storytelling de la misma, la narrativa, pero limitada siempre a una sola página.
Pero un tebeo solo puede ser entendido como objeto artístico en su globalidad, en el estado final con toda la información ideada por los creadores para transmitir un mensaje, una historia que debe ser leída en tanto la plasmación como objeto artístico del cómic se produce cuando se ha leído (y ojo, leído aquí es mucho más que la descodificación de un código formado por letras).
Cuando se enmarca el original de un artista y se exhibe, se deconstruye lo que es el cómic: se ha separado una página, aislada, dando una información fraccionada que no permite analizar el cómic como arte independiente en sí mismo. Sería equivalente a juzgar Las Meninas de Velázquez por un fragmento de un boceto del mismo.
el arte del cómic
El original es un elemento clave del proceso artístico, indispensable, y la base de cualquier posterior reproducción de un cómic en toda su extensión, pero no es el cómic ni se puede inferir el cómic de él. Evidentemente, es fácil romper esta argumentación porque es posible exhibir originales mostrando el cómic en toda su extensión: si se exponen todos los originales de una historieta y estos muestran ya la forma final que se reproducirá del mismo, incluyendo todos los elementos que la autoría ha pensado para que la historieta pueda ser leída, el espectador de la muestra recibirá la misma información que el lector del cómic (que no la misma experiencia, claro, pero esa es otra cuestión, ligada a la diferencia entre medio y lenguaje) y podrá disfrutar en toda su extensión del arte invisible del cómic.
Sin embargo, lo habitual es exhibir originales de cómic aunque sean páginas sueltas de una historia más amplia. ¿Por qué? Personalmente creo que la exhibición de originales forma parte del tradicional complejo de inferioridad del cómic frente a otras formas de arte: ante la irreemplazable unicidad de la obra pictórica o escultórica, el cómic no ha sabido asumir la realidad reproductible de su expresión como medio, tal cual han hecho otros como la fotografía.
Mientras que parece que exhibir una página de cómic reproducida es «poco», a nadie se le ocurre cuestionar una reproducción fotográfica en un museo. El ataque continuado al cómic durante décadas dejó su poso y entre los mismos aficionados parece como si la propia naturaleza del medio historietístico llevara implícita su condición inferior frente a otras artes. Exponer un cómic debería ser exhibir el cómic publicado. Y debería poder leerse.
Es curioso que una de las primeras muestras de cómic en el museo, la exposición Bande Dessinée et Figuration Narrative en el Musée des Arts et Métiers de París en 1967, no incluía originales, sino reproducciones de viñetas ampliadas. Lo que supone, de nuevo, una deconstrucción del cómic para compararlo a los cuadros que se exhibían, pero en dirección contraria: aceptando su reproductibilidad pero negando su completitud.
Ahora bien, no juzguemos tan rápidamente: ¿es posible tener una exposición de originales que sea una exposición de cómic? La respuesta es sí, pero precisa de matizaciones: hay que dejar claro que lo que se exhibe no es un cómic, sino el lenguaje del cómic. Cuando vemos una página original estamos viendo un extraordinario ejemplo de ese misteriosa esencia del noveno arte que es el lenguaje del cómic, muy anterior al concepto de cómic como medio actual y que se entronca con la narración visual que la humanidad ha practicado desde que existe.
Cuando vemos una página original estamos viendo un extraordinario ejemplo de ese misteriosa esencia del noveno arte que es el lenguaje del cómic.
Cuando vemos una página original del Flash Gordon de Alex Raymond no estamos viendo el cómic de Flash Gordon de Álex Raymond, sino cómo el artista Álex Raymond aplicó el lenguaje del cómic para contar las historias de Flash Gordon. Puede parecer lo mismo, pero no lo es: en esta segunda apreciación hay que incluir una labor curatorial mucho más elaborada, que permita al espectador entender que lo que tiene delante no es solo un precioso dibujo enmarcado (que en sí mismo puede ser una obra de arte, del arte del dibujo) sino parte del proceso de creación de otra obra de arte otra disciplina, el cómic.
Entender que el dibujo, la composición, están al servicio de la transmisión de un mensaje, de una historia en este caso, que se prolonga durante muchísimas más páginas. De hecho, sería conveniente exponer siempre varias páginas para entender la relación entre las mismas, junto a bocetos, guiones, el resto de elementos del proceso creativo, así como del cómic reproducido. Y que ese cómic reproducido, ese tebeo, es la obra de arte, aunque haya miles de copias como ella (¡ay!, Mr. Benjamin, qué falta nos hace en el mundo del cómic a veces).
Evidentemente, el original de cómic es el objeto que tiene unicidad frente a la multiplicidad del cómic reproducido, lo que en el mundo del arte (y no olvidemos, lógicamente, las consideraciones económicas), parece darle más valor. Pero no caigamos en el error: el original de cómic y el cómic reproducido son dos obras artísticas, en la mayoría de los casos de disciplinas diferentes, pero totalmente equivalentes en su valor artístico aunque su valor económico sea muy diferente. No puede existir uno sin el otro, como el cine no puede existir sin la fotografía, pero no se pueden confundir.
El cómic es un arte que usa un conglomerado de disciplinas artísticas, pero no es solo dibujo. Con ese planteamiento no es difícil encontrar contraejemplos a lo anteriormente expuesto: la exposición de Krazy Kat en el Museo Reina Sofía de Madrid fue una excelente exposición donde se conjugaban ambos elementos. Cada original de George Herriman mostraba una página independiente publicada como Sunday, en muchos casos tal cual se veía en el original. Es cierto que, en otras, faltaba el color final, necesario para entender una obra como Krazy Kat, pero cuando la página original equivalía totalmente a lo que se había publicado se podía disfrutar tanto del cómic de Krazy Kat como del proceso creativo que había llevado Herriman al desarrollar esa misma página.
Y me echaré piedras sobre mi propio tejado: en casi todas las exposiciones de cómic que he comisariado, el original de cómic era el centro absoluto de la exhibición. En mi defensa diré que he intentado mostrar esos originales como parte de un proceso, que siempre he incluido necesariamente una zona de lectura, pero no tiraré la piedra y esconderé la mano: es más fácil que te acepten una exposición de originales que de cómics.
Es más fácil que te acepten una exposición de originales que de cómics.
Aunque he tenido la suerte de participar en excepciones tan interesantes como las planteadas por el IVAM en sus exposiciones temáticas, donde se incluían ejemplares de cómic como objetos artísticos en sí mismos. Sin embargo, la cosa no podía ser tan fácil como exponer un argumento y entonar un mea culpa: exponer un cómic es cada vez más complejo y, a la par, más rico, precisamente por esa compleja e imposible respuesta que tiene la pregunta ¿qué es un cómic?
el espectador, el lector
Tradicionalmente, se ha interpretado la definición de cómic como medio, estableciendo la reproductibilidad y multiplicidad como parte intrínseca de su naturaleza. Pero cada vez más voces defienden que el lenguaje del cómic es mucho más antiguo que el medio que conocemos y con muchas más opciones y posibilidades que la reproducción. La constante aparición de atrevidas incursiones del cómic como herramienta artística, fuera de su entorno como medio, reivindican un lenguaje del que se pueden rastrear ejemplos durante siglos y a los que posiblemente no nos atrevíamos a llamar cómics por el mismo complejo de inferioridad que nos ha llevado a anteponer el original al tebeo.
Esas experiencias defienden la esencia del cómic desde una unicidad y experiencia lectora completamente diferenciada: Viñetas desbordadas, de Ana Merino, Max y Sergio García y El dibujado, de Paco Roca, han sido historietas que, como su acertado título describía desbordaban una definición estereotípica anclada en el medio, demostrando que se puede exponer el cómic desde una perspectiva moderna y diferenciada.
No hay duda viendo estas muestras que estamos ante el lenguaje del cómic, ante historietas que han roto su dependencia de la reproducción para erigirse como obras únicas que pueden ser «leídas» en su globalidad. «Cómic expandido» que precisa de una concepción a su vez ampliada del concepto de «lectura», pero que nos permite replantearnos completamente qué es una exposición de cómic para entender que la propia naturaleza en continua mutación del noveno arte permite un riqueza increíble: desde el original y el proceso creativo hasta el propio tebeo como objeto, desde la intervención global hasta la experimentación más radical con su lenguaje. Un abanico inmenso de posibilidades que debe derrumbar todo complejo de inferioridad para reivindicar el tebeo como un arte tan importante como cualquier otro, pero sin olvidar que esta afirmación, aunque sea cada vez más aceptada, tiene todavía un recorrido que transitar para ser universal, obligando a una didáctica que permita trasladar a los espectadores de las exposiciones qué es realmente un cómic, la experiencia «lectora» que nos lleva a disfrutar de una obra de arte que puede tomar la forma de un manga, de un comic-book de superhéroes, de una novela gráfica, de un fanzine, de un mural o de una creación digital.
Exhibir el cómic debe ser trasladar al espectador las posibilidades infinitas de un arte que rebasa cualquier intento de establecer límites o fronteras, de un lenguaje en evolución y renovación constante de insondables posibilidades. Y eso se puede hacer con originales, con tebeos, con historietas en paredes, pero siempre pensando en esa experiencia final de relación entre la obra y el lector/espectador, en esa forma de transmitir un mensaje a través de la narración visual que marca lo que empezamos a vislumbrar como lenguaje del cómic.