Desde Nueva York a Tokio, las serigrafías de Patrick Thomas han atravesado el mundo. Esta historia empieza en la universidad Central Saint Martins, en su Reino Unido natal, donde el entonces estudiante se inicia en la serigrafía.
Después de co-crear el estudio multidisciplinario barcelonés “La Vista” en 1997, el artista gráfico decide dedicarse a proyectos personales y abre su primer taller de serigrafía en Barna. En 2011, Patrick Thomas se establece en Berlín, donde abrirá su segundo taller de serigrafía. Desde 2013, el iconografista internacional enseña en la Stuttgart State Academy of Art and Design, una actividad que no deja de alimentar su práctica personal y le impulsa a explorar otros formatos de expresión. Hoy, hablamos con Patrick Thomas.
¿Nos puedes contar la historia de tu encuentro con el diseño gráfico?
Durante los años 80, al contrario de lo que ocurría en Londres, en el norte de Inglaterra nadie hablaba de diseño gráfico. Descubrí esta disciplina a través de la música. Es decir, a través de carteles, billetes de night-clubs, camisetas, packaging de CDs, etc. Cuando le preguntaba a mi profesor de arte que me explicara qué era aquello, me contestaba: «No, no quieres hacer eso. Tú, lo que quieres hacer es arte». Parecía haber una especie de desconfianza hacia el diseño.
Sin embargo, Manchester –que es la mayor ciudad más cercana a Liverpool–, era diferente. Era más espabilada en cuanto a diseño. En aquella época, íbamos con mis amigos a un night-club llamado “La Hacienda”, cuya identidad absolutamente fantástica, había sido diseñada por Peter Saville. Así fue como empecé a sumergirme en el mundo del diseño. Cuando, finalmente, llegó el día de inscribirme en la universidad, tenía dos vías posibles: el arte, o esta cosa nueva llamada diseño, alrededor de la cual gravitaba de forma natural. En ese momento, estudiar diseño parecía tener más sentido.
Sin embargo, hoy, muchos de tus trabajos nacen de un proceso artístico…
Empecé mi carrera como ilustrador freelance y, luego, cree mi estudio de diseño. Mi trabajo era percibido como muy arty y, desde entonces, no creo que haya cambiado. Pero siento que, de alguna manera, la industria se acercó a mí. Anteriormente, las fronteras entre diseño y arte estaban muy definidas. Ahora existe esta zona gris y borrosa, a la cual yo siempre he pertenecido y es donde quiero estar.
Recientemente, has publicado varios proyectos realizados a partir de Processing, lo cual parece alejado de tu práctica de serigrafía.
Descubrí Processing a través de la enseñanza. En Stuttgart, estábamos un poco atrasados en cuanto a tecnología. Me parecía increíble seguir haciendo solo ilustraciones estáticas cuando teníamos estas maravillosas herramientas y plataformas a nuestra disposición.
En realidad, este proyecto está directamente conectado con mi trabajo análogo. Solía juntar imágenes aleatorias usando procesos de impresión tradicionales –esencialmente serigrafía–, para generar piezas únicas. Llamé estas series Multiples. Quemaba imágenes de objetos que encontraba o que tenía en mis archivos y, después, sin planearlo mucho, los imprimía mecánicamente, aunque no iban necesariamente juntas. Cuando descubrí Processing y el diseño generativo, vi directamente las sinergias con mi trabajo y quise sumergirme en eso. No soy una persona muy tecnológica, pero empecé a mirar en Internet y, con algunos estudiantes, creamos un pequeño club de código en la universidad para intentar llenar este vacío. Como profesores, tenemos que entender las herramientas que nuestros estudiantes están usando.
¿Qué es lo que te interesa en el diseño generativo?
Después de 30 años de práctica, uno tiene demasiadas ideas preconcebidas acerca de la composición. Es absolutamente fascinante cuando, simplemente apretando un botón, una máquina te permite construir este tipo de proyectos. Es una manera de ver tu diseño bajo una nueva perspectiva, ya que una máquina te propone cosas que no se te hubieran ocurrido ni en un millón de años. Esta herramienta me parece fascinante, aunque también genera mucha basura.
Ambos proyectos, análogos y digitales, involucran la superposición de elementos. ¿Qué buscas explorar con este proceso?
Cuando combinas dos imágenes, obtienes una tercera imagen. Las dos imágenes iniciales siguen allí, pero también existe la suma de las dos. Es un truco muy básico que he estado usando durante mucho tiempo. Cuando superpones dos imágenes, el cartel se vuelve ligeramente más difícil de interpretar, lo cual genera una mayor conexión con el público. Unas veces, la relación entre los dos objetos es muy obvia; otras, en cambio, son completamente dispares. Cuando llego a una nueva ciudad, recolecto todo tipo de elementos, los llevo a mi estudio y los combino. Es casi como un diario visual. Algunos resultados son puramente estéticos, pero, ocasionalmente, se puede desarrollar una narrativa entre 2 o 3 piezas que convierto en serie.
A pesar de tu especialización en serigrafía, muchos de tus proyectos involucran una gran variedad de soportes como camisetas, instalaciones, video, etc. ¿Qué buscas en la exploración de nuevos formatos?
Creo que diseñar un cartel es un ejercicio maravilloso para los estudiantes. Es increíblemente difícil hacer un buen cartel y es una parte muy importante de su formación. Pero estoy un poco preocupado por la obsesión de los estudiantes con el diseño y los concursos de carteles. Tienen que ver más allá. A menos que seas un famoso diseñador suizo, nunca te podrás ganar la vida con eso. Y perdonadme, pero un cartel que diga “salven a las ballenas” o “salven a los refugiados” no va a cambiar nada.
Creo que tenemos que encontrar diferentes formas de enfrentar estos problemas. Cuando empecé a enseñar en Stuttgart, por ejemplo, Alemania estaba recibiendo muchos refugiados. Era un momento crítico, con mucha gente en situaciones muy precarias. Quería hacer algo al respeto.
Fue entonces cuando propuse hacer una exposición con piezas en formato postal. Junto a los estudiantes, invitamos a amigos, academias, ilustradores y artistas locales –nacionales e internacionales–. Creo que recibimos 3.000 piezas y luego hicimos la exposición en Stuttgart, con la que conseguimos unos 15.000 euros. Eso sí, necesitábamos un póster para anunciar la exposición. En este caso, el cartel estaba completamente justificado.
Sin embargo, quiero que quede claro. Respeto absolutamente este medio y me encanta. Lo que quiero decir es: sigan haciendo carteles, pero hagan otras cosas también.
Actualizado 21/11/2018