De cómo los adultos se convirtieron en público para el cómic.
Nuestra tradicional focalización occidentalista nos lleva a pensar siempre que el cómic adulto nace por estos lares, ya sea en las experiencias transgresoras de la Francia de los 60 o en la provocación del underground americano de la misma época. Sin embargo, una década antes, el cómic ya estaba buscando desde Argentina y Japón un público lector muy alejado del tradicional infantil y juvenil en el que se le había encorsetado.
En el primero, H.G. Oesterheld comienza ya a mediados de los años 50 a romper con el común tono infantilizante con obras como Sargento Kirk, Ernie Pike o El Eternauta, pero sería en el segundo donde el movimiento hacia un cómic adulto se estructura de una forma casi organizada gracias al empuje de autores como Yoshihiro Tatsumi, Takao Saito o Masamiko Matsumoto.
Ellos fueron algunos de los fundadores del llamado Movimiento Gekiga, que rompía por completo las convenciones del manga que había estandarizado la obra de Osamu Tezuka.
No fue un camino fácil, pero muchos autores lo han contado desde sus fundamentales memorias con prolijo detalle. Si hace ya unos años se trataba el tema en la extraordinaria autobiografía de Tatsumi, Una vida errante (Astiberri, traducción de Alberto Sakai), ahora le toca el turno a Los locos del Gekiga, de Masahiko Matsumoto (Satori, traducción de Marc Bernabé), donde otro de los grandes protagonistas de esos años de efervescencia creativa desmenuza no solo la cronología que va desde la revista Kage a Garo, sino que aporta dos perspectivas fundamentales.
En primer lugar, la descripción exacta de la realidad de la industria del manga en aquella época, dividida entra las grandes revistas que se publicaban en Tokio y el mercado del manga de alquiler, los kashihon’ya, una particularidad de aquella sociedad no tan alejada de los tradicionales quioscos de cambio de libros y tebeos que existían en España hasta bien entrados los 70.
En segundo lugar, la pulsión de los creadores por salir del encasillamiento, por dignificar el manga como un arte más allá de la producción en serie industrial. La lucha por alejarse de esa espiral sin fin, las aspiraciones de los autores, sus miedos creativos, las complejas relaciones con la industria… Todo se va tejiendo como una telaraña que atrapa las ilusiones de unos jóvenes que creen con devoción en su trabajo y en sus posibilidades.
La obra de Matsumoto supone un testimonio de un valor incalculable para entender no solo el manga, sino todo el cómic actual y la aspiración del noveno arte por su reconocimiento.
Matsumoto aporta a un relato biográfico la épica del manga tradicional, convirtiendo la lectura en un ejercicio de pura pasión que se contagia con facilidad en la lectura, pero también en el inicio de un género en sí mismo:los autores y autoras de manga han plasmado en numerosas ocasiones a través de sus obras las difíciles condiciones de trabajo de una industria que exige de los dibujantes un esfuerzo aveces inhumano. De hecho, ha sido todo el proceso editorial y sus problemas han sido los protagonistas de series de éxito recientes como Bakuman, de Tsugumi Ōbay Takeshi Obata, en la que es fácil lanzar comparaciones entre la insurgencia de los creadores del gekiga y la realidad del actual mundo del manga.