La polémica suscitada a raíz de las reclamaciones del concurso de la marca de Santander tiene un análisis realmente interesante. Siempre que hay un concurso de diseño me llama la atención que aparezca una cláusula en la que se dice que el jurado es inapelable, es como decir, infalible. Los jurados también se equivocan y en ocasiones, mucho. Al fin y al cabo, son seres humanos.
También es corriente que en los concursos no haya baremos, puntuaciones o criterios para valorar los diferentes aspectos de un proyecto gráfico. Los hay en los proyectos arquitectónicos, en los administrativos, incluso en los académicos, que le pregunten a Cristina Cifuentes.
Creo que es hora de que se exija que en los concursos existan criterios medibles por los cuales los diseñadores sepan si se pueden presentar y, una vez presentado, cuáles son los motivos por los que no se ha ganado.
Recibo habitualmente quejas de los diseñadores por las decisiones de los jurados de los concursos. En su mayoría son por la falta de criterios que les digan porqué se les ha descartado, y sobre todo el motivo concreto, medible, por el que se ha elegido la propuesta ganadora. Están como huérfanos. Les suelo decir que eso les pasa por presentarse a concursos que no cumplen unos criterios mínimos.
Normalmente las resoluciones de los jurados se liquidan con una grandilocuente declaración en la que se vanagloria la capacidad del ganador o del proyecto. «Por su excelente resolución gráfica, y la capacidad de expresar el carácter y la idiosincrasia del proyecto». Esto no es serio.
Una profesión, un sector que pretenda ser considerado por la sociedad como profesional debe tener criterios profesionales. Y ahí, el Ayuntamiento de Santander lo ha hecho bien.
Ha pedido criterios objetivos. Ha medido a cada uno de los participantes para autorizar su participación o no en función de estos criterios. Ha puesto nota a cada una de las propuestas y los participantes saben los motivos de su descalificación. Se sabe quién ha ganado y porqué.
Bien es cierto que no siempre se ha respondido, en este caso, todo lo bien que debería responderse, pero las protestas son fruto de la oportunidad.
Cada uno podrá estar de acuerdo o no con esos criterios, pero se sabe si ha sido por no tener la experiencia suficiente, por no alcanzar los criterios económicos, porque su trabajo no ha alcanzado los puntos necesarios… ya nos gustaría que esto pasara en todos los concursos de diseño. En cualquier caso, esta vez, se puede. Hay base para ello y eso lo permite un concurso mejor organizado. Mejorable, pero mucho mejor que otros.
Desde mi punto de vista, esto tiene un doble efecto positivo. Por un lado, deja claro que no todo vale, ni todo el mundo. Nuestro trabajo es medible. Los profesionales somos medibles. A veces no nos gusta que nos lo digan.
Y por otro, si tenemos valoraciones con puntuación, tenemos opción a reclamar; a decir «no estoy de acuerdo» Y algo más, si nos dicen en qué fallamos podremos corregirlo para el futuro.
Con las habituales llamadas a los diseñadores a concursar, solo cabe la pataleta en privado ya que no hay por donde atacar la decisión del jurado, ni administrativamente ni judicialmente. Todos hemos visto decisiones que no atienden a criterios objetivos, que son pura subjetividad, por no decir otra cosa. Debemos dejar atrás las resoluciones de ‘es lo que le ha gustado al jurado’.
Si en lugar de diseñadores fuéramos abogados, casi la totalidad de concursos estarían recurridos por la ingente cantidad de anomalías que los rigen.
Tal vez sea burocratizar nuestro trabajo, pero en el ámbito público tenemos que apostar por sumar y no por restar. Poner más datos, más requisitos, medirlos, analizarlos… y si no estamos de acuerdo, tener derecho a reclamar.
Bienvenidas sean las reclamaciones.
PD: Por cierto, nadie se queja del ganador. Enhorabuena Pepe, porque seguro que lo haces tan bien como siempre.
Actualizado 05/04/2018