A Julia le cambia la vida a los 48 años cuando su hija le obsequia con una aparatosa cámara de madera y una nota que le dice que intente divertirse haciendo fotografías durante su soledad. Así fue, Cameron consigue evadirse de la aburrida vida que llevaba junto con su marido en un pequeño pueblo de la isla de Wight y se convierte en una de las más importantes artistas de la fotografía del siglo XIX.
Su estilo innovador, caracterizado por el efecto de desenfoque, el raspado de los negativos o la impresión sobre negativos rotos o dañados, dividió a los críticos en dos, los cuales opinaban por un lado que el estilo de la retratista era novedoso y original, y que por lo tanto dotaba a su trabajo de una absoluta personalidad; y por otro lado, otros cargaban contra la fotógrafa haciéndole creer que no dominaba a la perfección el arte del oficio. A pesar de eso, Cameron tenía claro que la finalidad de su trabajo y obra era la de sorprender y rechazaba toda observación negativa.
La retratista pretendía plasmar en su trabajo todo su optimismo con una fotografía que fuera fiel a la realidad, pero con la suficiente belleza como para confundirla con un poema. Solía acompañar todas las imágenes con textos. En uno de sus retratos, la fotógrafa resumía de esta manera su filosofía creativa:
«Aspiro a ennoblecer la fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal, sin que la devoción por la poesía y la belleza sacrifique en nada la verdad».
Parte de la obra de esta fotógrafa, considerada como una de las pioneras de la fotografía del siglo XIX, puede verse en la sede madrileña de la Fundación Mapfre. Una exposición comisariada por Marta Weiss, conservadora de Fotografía del Victoria & Albert, que estará abierta al público hasta el 15 de mayo.
La muestra está conformada por cinco secciones que resumen toda la obra de la retratista. Las cuatro primeras se centran en la evolución de la artista, y la quinta contextualiza toda su obra y la compara con otras producciones artísticas. Durante el recorrido se pueden ver retratos que la artista solía hacer a personas de su entorno, como sirvientes, vecinos, familia, amigos y personajes conocidos del panorama cultural y artístico de la Inglaterra victoriana, como Charles Darwin o Julia Jackson, madre de Virginia Woolf.
Dos de las series que incluyen los retratos, las Madonnas y las Fantasías con efecto pictórico, tienen una finalidad moralizadora e instructiva, y siguen las creencias religiosas de la artista. Muchas de ellas están inspiradas en la pintura renacentista y en el medievo, una fotografía estéticamente muy próxima a la pintura de su época.