El próximo 2 y 3 de octubre, Alicante acoge el II Congreso Internacional de Diseño, una cita donde se cruzan diseñadores, juristas y empresas para abordar, desde todos los ángulos, una cuestión clave: cómo se protege el diseño. Entre los protagonistas del programa destaca la presencia de Josep Maria Mir, socio fundador de SUMMA Branding, diseñador con más de 50 años de trayectoria y una voz respetada en todo el ecosistema del branding nacional.

Como siempre, Mir nos ha atendido amablemente, incluso en pleno periodo vacacional, para compartir una serie de reflexiones que no solo responden a las preguntas que le planteamos, sino que abren nuevas dudas y matices. Su conocimiento, afilado por la experiencia, es un mapa valioso para entender por qué el diseño ya no puede seguir funcionando bajo los mismos esquemas de hace veinte años. Y mucho menos si hablamos de propiedad intelectual.
Lo sencillo ya no sirve
Off the record, Mir admite algo que puede sonar paradójico, especialmente viniendo de uno de los estudios que mejor ha sintetizado la identidad corporativa de grandes marcas españolas: “Ahora lo importante ya no es ser minimalista. Lo importante es ser complejo”. Y lo dice con rotundidad.
Diseñar de forma sencilla —aquello por lo que muchos diseñadores han luchado durante décadas— se ha convertido, en términos legales y de registro, en un problema. “Es muy difícil hacer un logo con una A mayúscula y que no haya alguien, en algún lugar del mundo, que no haya hecho algo similar en los últimos 50 años”, nos explica. Es una cuestión de probabilidad matemática: las combinaciones se agotan, y lo que antes era una virtud —la síntesis formal— hoy puede jugar en contra si se busca diferenciación y protección legal.
“Aquello que en branding es preciso (la síntesis formal) deviene el mayor problema para lograr ser diferencial y reconocible. En un mundo tan dinámico como el actual se generan tantas identidades visuales que resulta muy difícil que sean registrables, pues con toda probabilidad ya existirán muchas que presenten similitudes.”
La solución, según Mir, pasa por aceptar una cierta complejidad gráfica, aunque ello implique nuevos retos. Porque si lo sencillo ya no garantiza originalidad, lo complejo al menos permite explorar zonas menos saturadas. El problema es que esa complejidad, visualmente hablando, dificulta la legibilidad, la escalabilidad y la reproducción en entornos digitales, donde los tamaños son cada vez más reducidos. Es un equilibrio delicado. Como él mismo señala, es un fenómeno muy parecido al de los nombres de dominio: cuando no quedaban palabras libres, se pasó a frases, a juegos de palabras y, en muchos casos, a auténticos trabalenguas. “Esto lo podemos extender también al naming”, apunta.
Todos mirando al mismo lugar
Mir no vive en las redes sociales. No ha querido sumarse a la velocidad de los flujos digitales, aunque no es ajeno a ellos. Conoce los códigos, entiende los lenguajes, pero no participa del ruido. Y quizá precisamente por eso tiene una visión más nítida de lo que está ocurriendo.
“El hecho de que la información de lo que se genera en cualquier lugar del mundo sea tan inmediatamente accesible sin duda influye en que sea inevitable que se produzca una cierta uniformidad en lo formal, resulta casi imposible abstraerse a estas influencias ya que proporcionan una cierta seguridad, hacen que la sensación de riesgo sea menor.”
Según Mir, las herramientas digitales han traído consigo una apariencia de perfección formal que puede ser estéticamente eficaz, pero que paradójicamente neutraliza la identidad. Todo se parece. No porque se copie directamente, sino porque todos miramos al mismo sitio. Y además, lo que se produce tiene un nivel de acabado tan pulido que ya no hay lugar para el error, ni para lo inesperado. Todo es correcto, pero también todo es intercambiable.
“Parece como si lo formal se imponga sobre lo conceptual, al menos en lo que respecta a su percepción inmediata, a primera vista.”
Lo que Mir está describiendo no es solo un problema visual. Es un problema de sistema. Una manera de producir imágenes que prioriza la forma sobre el contenido, lo reconocible sobre lo distintivo, la ejecución sobre la intención.
¿Quién firma un diseño colectivo?
En su intervención para el Congreso de Alicante, Mir participará en el debate titulado ¿Copias o coincidencias?, junto a Ramón Úbeda y moderado por Víctor Palau (Incripciones abiertas en: Congreso Internacional de Alicante). Pero ya nos adelanta uno de los temas que, en su opinión, debería formar parte de cualquier conversación seria sobre propiedad intelectual: la autoría colectiva.
“Creo que un tema para debate podría ser el de la propiedad intelectual acerca de los trabajos realizados en equipo (multidisciplinar, o no). ¿Quién es el autor de un trabajo realizado en equipo?”
Es una pregunta sencilla, pero de respuesta compleja. Porque en los estudios de diseño actuales —y SUMMA no es la excepción— los proyectos se construyen a partir de la colaboración entre diseñadores, redactores, consultores, técnicos, estrategas y, a veces, el propio cliente. Entonces, ¿de quién es la idea? ¿Quién es el responsable de la forma final? ¿Cómo se reparte la autoría… y la responsabilidad?
Más allá del blanco y negro
Josep Maria Mir no es dado a los extremos. Sabe que el mundo del diseño está cambiando, pero no se deja llevar por discursos apocalípticos ni por entusiasmos vacíos. Y por eso mismo su voz resulta tan valiosa. Porque habla desde la práctica, desde el conflicto real, desde la negociación constante entre la forma y el sentido.
Sus reflexiones no solo enriquecen el debate, sino que nos invitan a repensar qué entendemos hoy por originalidad, autoría y diseño protegido. Y por qué, en pleno 2025, no basta con diseñar bien: también hay que saber defender lo que se diseña.