Ha vuelto a ocurrir. Otro organismo público ha lanzado un concurso de diseño abierto y especulativo en el que el trabajo del diseñador se ha visto dañado y menospreciado. En esta ocasión ha sido Metro de Madrid el protagonista de lo sucedido. Así, convocó un concurso el pasado noviembre para escoger un nuevo logotipo que sirviese como imagen corporativa durante las celebraciones que se lleven a cabo para conmemorar su centenario. Recientemente se ha conocido a su ganadora, cuyo diseño ha sido elegido entre las más de 1.500 propuestas ciudadanas que fueron enviadas. Se trata de Azucena Herranz, una arquitecta madrileña de 40 años que ha recibido un premio de 5.000 euros, además de un abono transporte anual que también fue dado a los otros cuatro finalistas.
Por desgracia, no es la primera vez que en concursos así los ganadores no tienen nada que ver con el mundo del diseño gráfico ni de la comunicación. Por ejemplo, cada año la Junta de Cofradías de Cuenca convoca un concurso público abierto para escoger el cartel oficial de la Semana Santa de la ciudad.
El nuevo diseño de Metro de Madrid –que representa el número 100 integrado en el rombo característico del modelo original y contiene la palabra ‘Metro’ en su interior– cautivó al jurado, que estaba formado por representantes de la Comunidad de Madrid, Metro de Madrid y expertos en marketing y marca. En este sentido, es muy positivo que entre el jurado destaquen profesionales con conocimientos sobre publicidad, pero se echa en falta que haya expertos en branding, en diseño de marca.
En cuanto a las bases del concurso, la cuestión que más llama la atención es la referente a la propiedad intelectual e industrial. Muchos creativos y creativas deben luchar diariamente con sus clientes para hacerles entender que ellos ceden unos derechos, pero por un tiempo limitado y para un uso determinado en algunos casos. En este sentido, ¿qué ejemplo ofrece un organismo público convocando un concurso en el que «la titularidad de cualquier derecho de Propiedad Industrial e Intelectual asociado a la propuesta ganadora corresponderá, por tiempo ilimitado, en todos los países y lenguas del mundo, a Metro de Madrid»?
¿Dónde queda la voluntad del autor? ¿Y el respeto a su trabajo? Con este tipo de concursos lo único que se consigue es contribuir a la precarización del diseño gráfico, echar por tierra avances que todavía se están intentando conseguir en numerosos ámbitos y aprovecharse de forma deshonesta del trabajo de personas que, al final, están trabajando gratis o por un bono anual de viajes de metro.
Denuncias de los finalistas
Tras el acto que se celebró el pasado 16 de abril para la entrega de premios, uno de los finalistas del concurso se ha puesto en contacto con Gràffica para denunciar, según comenta, irregularidades de las cuales ha sido testigo durante los últimos meses.
Vicente Méndez, diseñador gráfico en su estudio VERSAL Diseño Gráfico de Madrid, afirma que dichas irregularidades se produjeron desde el inicio del concurso. Así, en primer lugar, las bases establecían que el fallo del jurado se produciría a partir del 5 de febrero. No obstante, él comenta que le comunicaron por teléfono que había quedado finalista el 5 de abril.
Fue ese día cuando le solicitaron todos los archivos vectorizados de las cuatro propuestas que había presentado para mostrarlos durante el acto y a la prensa. Pero, según sostiene, ni a él ni al resto de los finalistas se les indicó cuál de las diferentes propuestas era la que había conseguido llegar a la final. Igualmente, «no han publicado los diseños finalistas, como dijeron, en ningún medio».
Del mismo modo, a pesar de que le dijeron a Méndez que sería el día del acto cuando se daría a conocer el nombre del ganador, el día 13 recibió un documento Word con el programa del evento del día 16 y en él ya aparecía el nombre de la ganadora. Fue así como se enteró de quién había ganado el concurso.
En cuanto a los finalistas, las bases determinaban que habría cinco. Sin embargo, finalmente solo hubo 4, porque el quinto «dijeron que es que era vasco y no iba a venir a Madrid a recoger un Abono Transporte de Madrid», tal y como apunta el diseñador.
La visión de Metro de Madrid
Según Sonia Aparicio, directora de Marca y Medios de Metro de Madrid, en un principio se valoró la opción de que solo participasen profesionales en el concurso. No obstante, teniendo en cuenta cómo funciona la contratación pública, que el Metro de Madrid «es un producto muy distinto a otro tipo de marcas, ya que está muy metido en la ciudad, en el ocio y la cultura» y que uno de los objetivos del centenario era «sacar el metro a la calle y dar participación a todo el mundo en la celebración», se pensó en hacer un concurso abierto a todo el mundo.
Aparicio lo define como «una acción de comunicación y participativa de ciudadanos y usuarios» y, además, sostiene que se decidió dar una dotación económica al ganador para que no les acusaran de que estaban buscando ideas de manera gratuita.
En este contexto, la directora declara: «Respeto y valoro enormemente el trabajo de los diseñadores, por supuesto, pero en este caso era quizás una estrategia de comunicación vinculada a abrir el centenario de Metro de Madrid a la participación de los ciudadanos y los usuarios».
Asimismo, añade que para garantizar que la iniciativa tuviese un resultado bueno se formó «un jurado con miembros de reconocido prestigio en el sector» y que, con todo, están «muy contentos con el resultado obtenido y con la participación de la gente».
¿Y si un diseñador gana un concurso de arquitectura?
Con todo ello, el problema no es únicamente que las bases sean abusivas y que se haga un concurso abierto en el que no se valore el trabajo de los diseñadores y se transmita la idea de que para hacer lo que ellos hacen basta con ‘saber dibujar’ y no hace falta ningún tipo de conocimiento sobre estrategias de comunicación o planificación.
Lo más grave de la situación es que se presume de esto último. Otra prueba de ello es que, según la consejera madrileña de Transportes, Rosalía Gonzalo, la Comunidad quería «dar la oportunidad a las personas de a pie, no profesionales», a que pudiesen participar en una iniciativa como esta. En este contexto, la pregunta es la siguiente: ¿Puede cualquier persona entender cuál es la función de un diseño que debe servir como identificación de una marca y, además, saber responder a sus necesidades comunicativas?
El mismo concurso responde a la pregunta: No. Según Méndez, los finalistas del concurso, aparte de él, fueron los siguientes: la ganadora, Azucena Herranz Bartolomé; Gabriel Sánchez Casero, un estudiante de diseño de 22 años; José Manuel Otero Amoedo, un profesional del diseño que ha cerrado su estudio por quiebra y ahora trabaja para otros; y un residente en el País Vasco que no acudió al evento. Por tanto, ¿de qué sirve presumir de que se hace un concurso abierto para que puedan participar todos los usuarios de Metro si las propuestas que cumplen los objetivos planteados son prácticamente todas de profesionales? ¿Compensa lanzar una propuesta populista a cambio de despreciar el trabajo del diseñador?
Igualmente, los diseñadores también deberían reflexionar sobre todo ello. ¿Qué pasaría si en un concurso de este tipo no se presentase ningún profesional? ¿Cuál sería el resultado? Quizás dejar de participar en estos concursos contribuiría a que comenzasen a desaparecer.
Por otro lado, este hecho trae consigo otra cuestión. En un concurso justo y bien organizado se debería contar con un número específico de profesionales cuyas propuestas deberían ser remuneradas. Porque al participar ya presentan un proyecto terminado; ese es su trabajo y merecen ser pagados por ello y, además, invierten en materiales. En este caso, al tratarse de un concurso abierto, únicamente se le paga al ganador.
Por último, otro de los asuntos que también cabe destacar es el hecho de que se trata de una empresa pública. Es por eso mismo que debería dar ejemplo y debería convocar un concurso cerrado y profesional. Del mismo modo, el dinero que se destina a este proyecto es de todos, por lo que se tendría que invertir correctamente para que ofreciese un resultado con todas las garantías.
¿Alguien se imagina un concurso de arquitectura en el que participen –y ganen– diseñadores gráficos? ¿Por qué al revés sí sucede? ¿Por qué se da por supuesto que el trabajo de un diseñador lo puede hacer cualquiera?
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Actualizado 25/04/2018