«El paraíso de unos, la precariedad de otros» por Víctor Palau

Llevo más de 20 años asistiendo a todo tipo de eventos de diseño y, a estas alturas, resulta bastante claro percibir lo que realmente se esconde detrás de cada uno de ellos. No es muy difícil discernir la realidad cuando se conoce bien a los organizadores y se comprende el esfuerzo y el coste que implica cada actividad.

Conozco unos cuantos y sé que la pasión compensa el beneficio que les genera, y a esos hay que agradecerles su dedicación. Muchos de estos eventos están sostenidos sobre las espaldas de quienes no solo invierten su capital y tiempo —familia, amigos, e incluso su salud— sino también su pasión y esperanza en una industria que a menudo promete más de lo que entrega. 

En contraste, existen otros eventos, organizados desde una posición de seguridad y opulencia, que no solo desafían el espíritu del diseño, sino que también traicionan a quienes sinceramente buscan avanzar en esta profesión. Me refiero a esos congresos y encuentros diseñados más como una plataforma para sustentar sueldos desorbitados que como verdaderos espacios de aprendizaje y networking. También conozco a algunos de estos. Sus organizadores no arriesgan ni la suela de sus zapatos. Todo subvencionado y bien pagado. Si hay público bien, sino también. 

Bajo la promesa de un intercambio enriquecedor y la exposición ante grandes nombres del diseño, lo que realmente sucede es un ciclo repetitivo de presentaciones superficiales donde lo único que se despliega son portafolios que no ofrecen consejos prácticos ni enseñanzas aplicables. Estas conferencias, lejos de promover un verdadero intercambio de conocimiento, se convierten en meras exhibiciones sin substancia que no representan una verdadera oportunidad de crecimiento para los asistentes.

Mientras los directores y organizadores de estos magnos eventos se sientan cómodamente en la cúspide de la estructura financiera, manejando presupuestos inflados con dinero público, mientras cosechan retribuciones que superan en tres veces a los de los asistentes. Esta disparidad no solo es alarmante, sino que también levanta cuestionamientos sobre la ética y la sostenibilidad de tales eventos.

Esta forma de operar revela una desconexión fundamental entre quienes organizan y quienes asisten. Mientras los primeros disfrutan de la seguridad financiera y la promoción de un evento que, francamente, ha quedado obsoleto en sus métodos y propuestas, los segundos son llevados a creer en una ilusión de progreso y éxito que, para muchos, permanecerá inalcanzable. Estos eventos, que se venden como aspiracionales, no son más que mecanismos para perpetuar un sistema que beneficia a unos pocos a costa de muchos.

La promesa del paraíso es seductora sin embargo, la realidad es que estas conferencias son más un espectáculo que una plataforma de verdadero aprendizaje o cambio. Los verdaderos beneficiarios son aquellos que lo organizan, no quienes asisten con la esperanza de enriquecer su práctica profesional.

En este contexto, la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿cuál es el verdadero coste de estos eventos? No me refiero solo al coste económico, que sin duda es elevado, sino al coste humano y profesional. ¿Cuántas oportunidades reales se pierden cuando los recursos se canalizan hacia eventos que no ofrecen retorno alguno más allá del entretenimiento pasajero? ¿Cuánta innovación se sofoca bajo el peso de un sistema que valora más la apariencia que el contenido?

Este tipo de eventos perpetúa un modelo obsoleto que, aunque cómodo para unos pocos, es insostenible e injusto para la mayoría. Promueve una visión del diseño no como una profesión de colaboración y crecimiento mutuo, sino como un espectáculo para ser consumido. Y mientras tanto, los organizadores continúan beneficiándose de un modelo que prioriza sus abultados ingresos sobre el bienestar y desarrollo de la comunidad de diseño.

Es hora de reconsiderar nuestra participación en estos eventos y preguntarnos si realmente están sirviendo a nuestros intereses y a los de la comunidad de diseño en general. ¿Estamos contribuyendo a nuestro propio engaño? ¿Estamos invirtiendo en nuestro futuro, o estamos simplemente financiando la comodidad de otros?

Debemos exigir más. Más transparencia sobre cómo se utilizan los fondos, más equidad en la distribución de los recursos, y más compromiso con la creación de valor real para todos los participantes. El diseño, en su esencia más pura, es sobre innovación y solución de problemas, no sobre la autopromoción y el enriquecimiento de unos pocos.

Mientras que algunos pueden considerar el paraíso como un éxito superficial, los que realmente entienden el verdadero objetivo del diseño saben que estos eventos son cualquier cosa menos paradisíacos. Son un espejismo en el desierto de la creatividad real; atractivos de lejos, pero al acercarse, claramente desprovistos de sustancia.

Así que, como comunidad, llamemos a estos eventos por lo que son: una fachada que no merece nuestra tiempo, energía ni nuestro dinero. Busquemos y apoyemos aquellas iniciativas que realmente se alineen con nuestros valores y aspiraciones, aquellas que no solo prometen un paraíso, sino que proporcionan las herramientas y el espacio para crearlo juntos.

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