Dijo Ralf Speth: «Si crees que un buen diseño es caro, deberías ver el coste de un mal diseño». Pues lo estamos viendo. Lo hemos podido comprobar en Valencia con la actuación qué se está haciendo alrededor de la plaza del Ayuntamiento, tanto en su urbanismo como en su apartado de señalización.
No es solo la indignación de los ciudadanos, que pasará, sino las secuelas que deja un mal diseño en un sector profesional siempre débil. Y la muestra la experimenté en primera persona.
Pregunté al farmacéutico que hay en la misma plaza qué le parecía lo que se estaba haciendo. Su respuesta fue directa: «¡Una mierda! Y el alcalde dice que esto lo han hecho diseñadores profesionales. ¿Y por esto cobran? Pues menudos profesionales».
Trascender el valor de una actividad como el diseño a la sociedad lleva años, décadas de trabajo minucioso e invisible. Cientos de diseñadores que han regalado su tiempo y su saber hacer saben lo duro que es. Y con el tiempo se consiguen hitos que mejoran la profesión y sobre todo mejoran a la sociedad hasta el punto de entender y saber ver. Educar visualmente es muy costoso. Todo lo ganado se ha perdido con una sola frase: «esto está hecho por ‘profesionales del diseño’»
Con acciones como esta todo ese prestigio, todo ese conocimiento, se va por la alcantarilla.
Habrá que explicarle a la administración que no siempre ‘profesional’ significa bueno. Hay muchos profesionales que su nivel es bajo (y no pasa nada) y profesionales que son muy buenos en otras materias, es decir, no todo el mundo vale para todo.
Lo mismo ocurre con la señalización. Unas señales que no se ven o no se interpretan o que están literalmente mal diseñadas cuestan dinero real. Si un conductor no es capaz de verlas o entenderlas y hay que poner dos policías al final de la calle para decirle al vehículo que se ha saltado la señal es que no funciona. Y el coste de esos policías es muy superior al coste que hubiese supuesto hacerlo bien.
Sufrimos en los 80/90 la frivolidad del diseño y sus consecuencias. «Esto es de diseño» era una frase que se utilizaba para designar aquellas cosas raras, sin sentido y con una dudosa funcionalidad. Que esta disciplina es cara también es el resultado de aquella época en la que algunos diseñadores estrella ganaron indecentes cantidades de dinero por algo que no se entendía o era muy banal. El resultado han sido décadas en las que el diseño se ha considerado caro porque era superfluo y decorativo.
Ahora, con actuaciones como esta, el diseño, gracias a las autoridades públicas, se ha convertido en algo feo e inútil y por tanto carisísimo, porque además del coste de la provisionalidad habrá que invertir otro tanto en la opción definitiva.
¿Mensaje recibido por la sociedad? El diseño es feo, caro e inservible.
Diseñar bien cuesta dinero, pero diseñar mal cuesta más que dinero: cuesta prestigio. Y eso cuesta mucho de recuperar. Como dijo Xavi Calvo, director de la València Capital Mundial del Diseño 2022, en una entrevista a razón de un mal diseño público para Alcossebre: «Es el mal ejemplo que da, no como diseño, sino como manera de hacer las cosas. Flaco favor al sector profesional». Me encantaría una frase similar por su parte ahora mismo.
Toda la actuación que se está desarrollando en la plaza del Ayuntamiento es el ejemplo perfecto de todo lo que no se debe hacer: contratar a quien no se debe, a quien no está preparado; hacer las cosas dirigidas por nadie y planificadas con un único fin político. Otro día si queréis hablamos de la placa del memorial a los fallecidos por la COVID-19 en Madrid.
No se trata de lo bonito o de lo feo: se trata del coste social y profesional que suponen estas acciones.