Jaime Compairé ha sido pintor, escritor, compositor, publicista y hombre de radio y televisión. Observador y artista inquieto, ahora presenta Claustroboscopio en la galería Blanca Berlín del 19 de abril al 27 de mayo.
«Aparato óptico para observar el movimiento en un espacio cerrado. Eso es un claustroboscopio. Yo no tengo ninguno porque no existen, pero puede que él*, sí. Le conozco lo suficiente como para saber que es observador, está casi siempre atento a lo que se mueve, y tiene claro que el territorio que habitamos es un espacio cerrado de unos pocos milímetros cuadrados; que estamos atados en corto, que andamos bajos de cobertura, que nuestra área de influencia se mide en nanosegundos, que el planeta de cada uno es un cubículo; que el aire [libre] que respiramos es asistido.
Y que somos idiotas. El universo es infinito y a nosotros nos da por levantar un muro. Nunca llegaremos a la puerta de Tannhäuser y perdemos el tiempo en discutir si existe. El tiempo huye y gastamos las pilas calculando cuánto mide el nicho.
Pero no nos pongamos intensos. Nada de lo que vais a ver es agobiante. Vivimos en un zulo sin luz excavado en el sótano, pero siempre está la posibilidad de encontrarse en el rellano con una persona encantadora».
Martina Gil Compairé
Sobre Jaime Compairé
Pintor, escritor, compositor, publicista, hombre de radio y televisión, Jaime Compairé (Huesca, España) ganó muchos premios cuando era joven y ahora que hace muchos años que no lo es tanto, incómodo con la especialización que impone el mercado, ha regresado al siglo en el que mezclar pigmentos, inventar máquinas de guerra o diseccionar lagartijas para comprobar que tienen alma eran la misma cosa.
Paradójicamente, convencido de que lo más divertido está por llegar, sigue empeñado en encontrar atajos entre las sales de plata (una pasión heredada de su abuelo, el extraordinario fotógrafo Ricardo Compairé) las herramientas digitales y las formas más expresionistas de la pintura.
«En el mes de enero de 1955 decido ser pintor. Recuerdo el dato con precisión, porque el calendario de la Unión Española de Explosivos de ese año estaba dedicado a Velázquez, y enero era el cuadro de La Vieja friendo huevos. Me pareció magia que alguien hubiera reparado en que un cuchillo apoyado sobre el borde de un plato pudiera proyectar una sombra tan curva. En febrero, flipé en colores con la barba del segundo herrero empezando por la derecha de La Fragua de Vulcano. Ya no solo quería ser pintor sino que quería ser don Diego de Silva Velázquez. La vocación me duró hasta marzo cuando, al pasar la hoja, descubrí dos gotas resbalando por la cántara de El Aguador de Sevilla. Eso, mucho más que mágico, era sobrenatural. Yo nunca podría pintar como un ser de otro planeta, así que pensé en dedicarme a cualquier otra de las bellas artes como, por ejemplo, ¿la escultura?
El cuerpo desplazado de su eje, los pliegues del ropaje, el vestido ceñido por el viento al torso… Estoy en una sala del Louvre frente a La Victoria de Samotracia, conocida también como La Victoria alada, una escultura del periodo helenístico realizada en mármol hacia el 190 a.C. que representa a la hermosa Niké, mitad fuego, mitad agua, hija del titán Palante y del río Éstige. No se sabe quién fue su autor aunque por una inscripción en la que figura el nombre de Rodios, puede que se trate de un artista de la isla de Rodas, en el Egeo oriental. Como yo no nací en Rodas sino más bien al sur de los Pirineos, descarto absolutamente que el autor sea yo, lo cual me convierte en un creador irrelevante, de errática trayectoria, con la autoestima por los suelos y muy desautorizado para aspirar a nada remotamente comparable a tanta belleza. Así que decido hacerme francotirador».
Jaime Compairé
Actualizado 29/03/2017