Recuerdo perfectamente el día del accidente en la central nuclear Vladímir Ilich Leninel 26 de abril de 1986. Aunque la información que llegaba a España, en principio, era bastante confusa, poco a poco pudimos comprobar que se trataba de una catástrofe sin parangón. Fue algo que, los que lo vivimos por esa época, no podremos olvidar nunca.







Siempre tengo en mente un listado de lugares que visitar, no lo tengo apuntado en ninguna libreta, es algo que lo tengo claro. A veces esa lista imaginaria crece, otras decrece, como el día que por fin pude tachar Chernóbil. Fue en noviembre de 2017, el mismo año que también me propuse conocer Transnistria, en Moldavia, un país de facto sin reconocimiento internacional. Fui en tren de Bucarest a Chisinau, de Chisinau a Tiráspol, y de Tiráspol a Kiev.
Aunque fue mi amor por los espacios abandonados, la fotografía de territorio y Eurasia, lo que allá por mediados de los 90 me hizo ir poco a poco obsesionando con poder visitar aquella ciudad, en concreto, Prípiat. Mi primer contacto fue a finales de los 80 gracias a mi hobby de coleccionar Spy Numbers Stations, o emisoras de números. Emisoras de radio de onda corta de origen dudoso que transmitían voces leyendo secuencias de números, palabras, o letras. En concreto me fascinaba una llamada “Pájaro Carpintero Ruso”, “Russian Woodpecker”. Esta señal provenía de la antigua Unión Soviética y pudo ser oída en la onda corta entre julio de 1976 y diciembre de 1989. La señal la emitía la antena Duga 3, un escudo antimisiles soviético y que, adivinad dónde se encontraba: a pocos kilómetros de Chernóbil.

El propósito de conocer Chernobíl, Prípiat y la antena que 20 años antes me hizo transportarme a 3.600 kilómetros de distancia a través de una señal, fue poder conocer en primera persona qué pasó allí y poder fotografiar y grabar aquel misterioso lugar.
No critico negativamente el “turismo de desastres”, está bien conocer la historia para no repetirla. Por ejemplo, para algunos ucranianos hablar de Chernóbil es un completo drama, normal. En un mundo globalizado, hacer turismo negro, el morbo de visitar lugares marcados por la tragedia, por ejemplo, ir a Chernobyl o a Hiroshima, Nagasaki, Auchswitz o Sachsenhausen está a la orden del día. Pienso que estos viajes hay que hacerlos con una consideración especial, reflexionando sobre lo que sucedió, dejando el ego a parte; conocer y profundizar desde el respeto para que no se repitan estas desgracias y ponernos en la piel de todos lo que sufrieron en ese lugar, ya que, a causa de la era de exhibicionismo que vivimos resultará muy fácil banalizarlo todo.
Después, por otra parte, es interesante desmitificar estos lugares, porque existen mitos, como la radioactividad en la actualidad, que no existen animales, o incluso el mito de que Chernóbil fue provocado para ocultar un desastre soviético, como muy bien nos muestra Alexandrovich en el documenta de The Russian Woodpecker. ¿Y adivináis con qué proyecto frustrado se relacionaba el desastre nuclear? Exacto, la famosa antena que se escuchaba a más de tres mil kilómetros.

Otro mito es el de la radiactividad, lo siento mucho para los alarmistas, pero no es tan grande.
Por ejemplo, durante un día en la zona de exclusión de Chernóbil tu cuerpo recibirá una dosis de radiación gama comparable con una dosis de 0,0005 recibida en exámenes de rayos X, que equivale a 3-5 horas en avión. Hablando en números significa que recibirás 3-5 microsieverts de radiación gama. Se trata de una radiación que no resulta perjudicial para el cuerpo. Para comparación la mayor parte de las centrales nucleares mundiales tiene el límite de seguridad de sus empleados fijado entre 50-100 microsieverts al día. Durante un solo día de recibirás aún menos: 4-6 microsieverts de radiación gama. Lo más probable es que recibas más radiación durante el vuelo a Kiev.


Lo mismo sobre la ausencia de animales. ¿Existen en Chernóbil perros? Sí, y caballos, y todo tipo de animales. Además, Chernóbil se ha convertido en un paraíso para la vida silvestre, y desde diciembre de 2018 se reabierto como reserva natural. Viven lobos, bisontes y osos, como también 231 especies distintas de aves. La paradoja de la vida. Incluso hay un proyecto de una planta solar que presume ser la más grande del continente europeo.
En resumen, si cuando fui en 2017 pensé que había llegado tarde (todavía recuerdo emocionado el reportaje, allá a fínales de los 90, de una pareja de motorista que se habían colado en Chernóbil), imaginad ahora con el estreno de la magnifica serie de HBO. Y es que a Chernóbil la envuelve una industria turística —y no tan turística—, brutal: videojuegos, publicidad, películas… poco a poco Prípiat irá perdiendo —por lo menos en lo que a credibilidad se refiere—, la categoría de ciudad fantasma para comenzar a convertirse en un parque temático. Por ejemplo, algunos objetos que se ven en algunos edificios están puestos adrede como atrezo para darle dramatismo al lugar y, ¿sabias qué dentro de Chernóbil existe un hotel para turistas? Chernóbil ya no es lo que era.
Sobre Pedro Saavedra
Director de Arte y apasionado de la fotografía, el vídeo y los viajes. Trabaja en proyectos diversos relacionados con el territorio, el deambular, la deriva y la espiritualidad; los espacios y aquellos que los habitan. Aventurero inquieto, explorador y curioso compulsivo que le llevaron a descubrir la Ashura en Irán, los guerrilleros zapatistas en Chiapas, la misteriosa Pyongyang en Corea de Norte, los campos de refugiados de palestinos en Cisjordania, Hezbollah en Beirut, la recóndita Albania, el peligroso barrio del Chorrillo en Ciudad de Panamá, Transnistria —el país que no existe—, la ciudad fantasma de Pripyat en Chernobyl, la república independiente de facto Abjasia en Georgia, o la peregrinación de Arbaeen en Irak . Su reflexión sobre la belleza y la melancolía como eje transversal de su trabajo ha llevado a que sus trabajos se difundan en exposiciones y diversos medios del sector especializado.