Resulta que en la Asociación de Ilustradores de València las aguas están revueltas. Qué raro que en una asociación pasen estas cosas (nótese el sarcasmo). Todo esto me suena.
Hace muchos años que ya no pertenezco a ninguna asociación profesional. Y es que, más allá de las disputas personales y los rencores habituales entre personas, las asociaciones están fuera de sitio. Y ese es el verdadero problema.
Las asociaciones son un ente anacrónico que no responde a la realidad actual. Hace 25 o 30 años las asociaciones eran necesarias. Eran el punto de conexión de los profesionales, la sala de reuniones donde verse y reconocerse. Una asociación era lo más parecido a una pequeña familia.
Las asociaciones entonces eran necesarias porque el desierto era muy grande y era necesario construir entre todos muchas cosas que de otro modo eran imposibles. Por supuesto, defender los intereses del sector, pero, principalmente, hacer exposiciones, cursos, talleres, conferencias, métodos de trabajo, normas… incluso trucos y secretos que tenían los más mayores y que con gusto pasaban a los más novatos.
Todo esto cambio con la irrupción de internet y mucho más con la aparición de las redes sociales.
Las asociaciones se quedaron sin el canal de comunicación. En ese momento cualquier profesional anónimo tenía más información en la mano que cualquier gerente, director o presidente de cualquier asociación. Y por tanto ya no hacían tanta falta.
Pero además la actividad profesional siguió creciendo y lo que hace décadas era impensable para muchos estudios ahora es perfectamente viable: generar negocio alrededor del diseño.
Los profesionales se lanzaron a organizar eventos, conferencias, talleres, cursos… todo tipo de cosas y ahí les pisaron la manguera de nuevo a las asociaciones.
Y para rematar, aunque la administración sigue necesitando estas entidades como interlocutores, con el tiempo se han dado cuenta de que su capacidad para dirigir los designios de la profesión son muy pocos. En muchas ocasiones la administración los ignora o directamente los engaña.
Defender a la profesión es el mantra en el que se mueven, pero hoy no hay grandes batallas que librar.
No estamos en la dictadura del patrón; hay leyes, escuelas, másters… la gente está formada y conoce sus derechos. Abogados especializados para defender lo que se cree que es de cada uno. Agentes y agencias que se especializan en gestionar la carrera y el negocio de los profesionales.
La defensa de la profesión, que, aún siendo necesaria, suena a sindicalismo postindustrial. Hoy no estamos en la situación de hace 30 años, aunque algunos se empeñen en verlo todo desde el cristal de la precarización y del pesimismo.
Y si esto no fuera suficiente, la credibilidad de las asociaciones se va por la alcantarilla cuando vemos que algunos se montan de la nada asociaciones que más bien parecen agrupaciones religiosas que se encomiendan a Dios para que les guíe en su destino. Todo para seguir viviendo del cuento de las subvenciones públicas. Que ese es otro tema.
Las asociaciones se han quedado sin capacidad para generar negocio y solo siguen vivas gracias a las infinitas subvenciones que son capaces de conseguir. Subvenciones para todo tipo de proyectos tan innecesarios como inservibles: libros, encuestas, aplicaciones, eventos…
En este cocktail las asociaciones se han quedado sin un sentido práctico para su actividad. Nadie sabe muy bien para qué sirven ni qué beneficios reportan a la profesión. Hay muchos que siguen en la fe de que es mejor estar unidos, pero nadie sabe darte razones de peso y convincentes para que la mayoría forme parte.
En uno de los últimos estudios que realizamos en Gràffica, el 90% de los profesionales encuestados no pertenecían a ninguna asociación. Una buena prueba de que algo hacen mal.
Suelo decir que una asociación es una pequeña muestra de la política más cercana a la profesión. Y viendo el panorama que hay en la política nacional uno se hace a la idea de que los que están no siempre son los más preparados.
Y ese es otro de los problemas que atacan a las organizaciones asociativas. No suelen estar dirigidas de forma profesional y competente. Y no por maldad, sino porque todo es muy voluntarioso, poco profesionalizado y con niveles de capacidad muy limitados.
¿Qué pasa fuera? Pues que esto ya no existe. En Londres una asociación como el D&AD se ha convertido en un negocio muy lucrativo. Art Directors Club de NY, lo mismo. Se han convertido en estructuras de promoción y difusión del diseño y la creatividad, pero desde una vertiente comercial. Eso ha mejorado en casi todo a la profesión.
Las cosas no se ven desde el punto de vista de la precariedad y la voluntariedad de los miembros de una asociación. No se persigue al que quiere hacer negocio con la creatividad acusándole de querer aprovecharse, sino que todos participan y conocen las reglas. El resultado es un sector más competitivo, profesionalizado y de mayor calidad que finalmente genera industria.
Un buen ejemplo en València está siendo la asociación para la Capital Mundial del Diseño. Dejó atrás a la ADCV y ahora se comporta como una empresa, con la creación de un equipo multidisciplinar bien pagado para conseguir los mejores resultados en unos años.
Y ese es el problema: que las personas que dirigen las asociaciones no saben qué pasa a su alrededor y andan perdidas en batallas estériles y preocupadas de cosas de las que no se deberían preocupar.
Hace falta una profunda reflexión para saber dónde recolocar a las asociaciones, que hacen falta y que son un buen motor profesional, (me consta que están en ello) pero que ahora mismo están sin rumbo y con la brújula rota.
Primero hay que entender la realidad para luego actuar.
Feliz lunes.