Llama la atención la proliferación de asociaciones de diseñadores en España durante los últimos años. En la última década han aparecido nuevas siglas por todas partes y me consta que a muchos este fenómeno les parece disgregador y anticuado. Disgregador porque creen que ya existen entidades que cubren ese ámbito territorial —por ejemplo, aparece una nueva asociación provincial cuando ya existe una autonómica— y anticuado porque cuanto más se extienden y más se usan las redes sociales de Internet, parece que este tipo de entidades son ya cosa del pasado.
Sin embargo, hablando recientemente con algunos de los impulsores de estas nuevas asociaciones, pude comprobar que explican su razón de ser con argumentos que son muy actuales y necesarios. Sobre la profesión y los profesionales, hablan de “promover”, “dar a conocer”, “coordinarse”, “ayudarse”, etc. Pero sobre todo lo más importante para ellos es lograr “hacer cosas allí donde habitualmente no se hacen”. Es decir, actos presenciales relacionados con el diseño —sean cursos, conferencias o premios— en lugares como Valladolid, Granada o La Coruña.
Tiene sentido. No todo tiene que pasar en Barcelona, Madrid o Valencia. Y la verdad es que gracias al esfuerzo de unos pocos, cada vez hay más eventos en lugares donde hay diseñadores pero no había quién los agrupase y los hiciese visibles. Podemos discutir si el ámbito de una nueva asociación es el adecuado, si es mejor que sea local, provincial o autonómica. Pero eso sería entrar en un terreno tan difícil como el de la propia organización territorial de este país. La cuestión es que si estas asociaciones funcionan bien, si dan vida al diseño local y lo conectan con el mundo, si dan a conocer el diseño de la forma correcta a la sociedad en general, tienen sentido. Bienvenidas pues y que se vayan formando tantas como sea necesario. Olvidémonos de las jurisdicciones, estamos hablando de hacer que las cosas se muevan. Las entidades son las personas que las forman y si lo hacen bien, permanecerán. Y si no, ya desaparecerán.
Dado que pertenezco a una de estas entidades que promociona la profesión, concretamente a una que lleva más de cien años intentándolo, dejadme que os diga cuáles me parece a mí que son los peligros y errores que en estas asociaciones solemos cometer.
El primero es hacer la competencia a las escuelas.
Recuerdo perfectamente el día que se dio a conocer una nueva de estas nuevas entidades en Barcelona cuando, delante de los representantes de otros colectivos relacionados con el diseño, su director nos anunció que la primera acción que iban a poner en marcha era unos másters de carácter internacional. Después de las felicitaciones y elogios de compromiso, algunos de los representantes de las escuelas que hoy imparten graduados y las Universidades tuvieron que recordarle que, tal vez, esa no era la función de esta nueva entidad y que si en algo sobresale nuestra ciudad es en la oferta educativa. O dicho de otra manera, que si quería hacer también docencia, no estaría mal hablar primero con ellos.
La tentación de hacer cursos es comprensible. Pero lo lógico es mirar primero el panorama, ver si es necesario y, en todo caso, trabajar al lado de las escuelas, que saben lo que hay y cómo se hace.
El segundo es intentar hacer de policía. Decidir quién es diseñador y quién no lo es.
La frase “hoy en día cualquiera con un ordenador cree ser un diseñador gráfico” que algunos colegas usan como lamento o que gente de fuera de la profesión te cita buscando tu complicidad, no me parece como para indignarse. Al contrario, creo que es una señal de que el mundo felizmente está cambiando.
Francamente, no me preocupa el intrusismo en diseño gráfico. Al contrario, me alegro de que exista una profesión que, gracias a la tecnología, cualquiera con cierto talento puede ejercer. Ojalá hubiese más sectores donde pasase esto. ¿No les gustaría a ustedes que hubiese una web para poder hacer de abogados con la simplicidad que se compra un billete de avión? ¿O no tener que ir nunca más a un notario? Es más, ojalá vengan más intrusos y se lleven por delante a todos los mediocres que viven de conservar el secreto sobre cómo se hace algo y poco más.
Nadie debe decidir quién es diseñador y quién no. Lo digo abiertamente: no estoy de acuerdo con los colegios profesionales y lo lamento porque los que los llevan gastan su tiempo de forma generosa y con la mejor voluntad. Pero creo que son una rémora del pasado, un tipo de organización de la que nos debería haber librado aquel rey ilustrado que nunca tuvimos. Hasta donde yo sé, los miembros de otras profesiones que pertenecen a un colegio están hasta las narices de tener que pertenecer obligatoriamente a una entidad que les regula. Aunque es probable que históricamente han podido ser beneficiosos para las profesiones y que todavía hoy hay muchas otras personas que los consideran necesarios, me parece que es una forma de proteccionismo poco más evolucionada que los gremios.
Encima, en nuestro caso, en una de las pocas ocasiones en las que se hubiese podido actuar de forma ‘oficial’, como es el caso de la exclusión de la docencia de profesionales del diseño sin titulación universitaria debido al ajuste del Plan de Bolonia, se dejó que fuesen otros los que se organizasen y reclamasen ante la administración. Y así nos fue.
El tercero es hablar de “dignificar la profesión”.
Creo que ni yo ni nadie de este sector tiene la sensación de hacer un trabajo “indigno”. Difundir el diseño y darlo a conocer es muy necesario. Cuanto mejor se entienda, mejores serán los encargos y más se nos respetará. Pero, por favor, no pidáis que nos dignifiquen, es una forma de presuponer que de entrada no hacemos algo normal.
El cuarto es depender del dinero público.
Ya sabemos lo difícil que es tirar adelante este tipo de iniciativas sólo con el esfuerzo de los miembros de las juntas, las cuotas de los asociados y los patrocinadores privados, si los hay. Pero no somos la administración. Aunque muchos lo lleguen a pensar, no formamos parte del Estado. No es ético ni es bueno para la profesión.
Estamos en contra de los concursos abiertos y gratuitos, estamos en contra de la manera sobre cómo se adjudican algunos encargos desde ayuntamientos y otras administraciones, estamos en contra de la imagen que del diseño dan algunos políticos con sus decisiones. Lo siento, pero no podemos estar en los dos lados.
Además, la dependencia del dinero público a la que hemos llegado algunas asociaciones hace que nuestra propia existencia esté en peligro cuando se ha cerrado el grifo. Y no vale aquello de “somos una entidad privada con vocación pública”. Generalmente esta es la frase empleada para empezar a hablar con la administración y pedirle más dinero. Recordad que los políticos pueden ser malos, pero no tontos. Cuanto más dinero recibas de la administración, más te comprometes.
Somos entidades privadas y tratemos de ejercer como tales. Profesionalicémonos y no perdamos de vista nuestros objetivos.
Enric Jardí, diseñador gráfico y profesor. Miembro de la junta del FAD y ex-presidente de la ADG-FAD.
Actualizado 25/06/2011