Detrás de cada proyecto realizado hay muchas horas de trabajo, a veces bien invertidas y otras veces, no tanto.
Como creativos, en mayor o menor medida, hemos conseguido resultados que han convencido por completo al cliente y de los que obviamente estamos muy orgullosos. Lo que ellos ven es un producto final, no hay ni rastro del proceso de creación del mismo, nada sobre nuestra manera de trabajar.
El flujo de trabajo no siempre es tan fluido y agradecido, y aunque vamos limando y mejorando en cada nuevo proyecto, realizamos muchos pasos que son claramente mejorables. Seamos sinceros, acompañando a cada tarea hay un montón de malos hábitos que compartimos entre creativos.
Nos gustaría poner en común algunos de estos pecados, ya que exponerlos nos ayuda a reconocerlos y comenzar a poner soluciones que nos permitan ser más productivos. Pero no nos engañemos, algunos hábitos serán complicados de corregir en toda una carrera, por lo que hay que aprender a vivir con ellos.
somos procrastinadores profesionales
No os vamos a descubrir nada nuevo, siempre hay un vídeo nuevo en YouTube para ver, una historia en Instagram que repasar, y el negocio puede esperar un poquito. Somos expertos en posponer tareas pensando que un poco más tarde estaremos más lúcidos para realizarla, o que queda tiempo suficiente para abordarla.
Dar prioridad máxima a las tareas esenciales —papeleos, plazos, contacto con el cliente— nos llevará a un punto de tranquilidad en el que disfrutaremos mejor de otras actividades, y el descanso será más efectivo.
Mejor nos olvidamos de la idea de que somos unos cracks en el trabajo bajo presión, ya que en la mayoría de los casos cuanto más postergues, más prisas y peores resultados.
poca paciencia para esbozar
El tiempo manda y muchos creativos van directos a meterle mano a la obra, otros tienen más suerte y pueden mirar con perspectiva la tarea. Cada persona es un mundo y cada trabajo requiere un abordaje diferente, pero es una práctica estupenda enfrentarse a ellos a través de un borrador de proyecto, para luego intentar seguir un proceso de diseño más o menos establecido.
No importa que seas fotógrafo, diseñador web o editor de vídeo. Es muy interesante tener a mano lápiz y papel, aprender a esbozar para presentar nuestras ideas o establecer un guión gráfico a seguir.
las comparaciones pueden ser dañinas
Las comparaciones son odiosas y ahora que es posible ver qué hace todo el mundo en redes, también son dolorosas. Compararte con creativos de un nivel técnico superior puede llegar a ser motivante, pero hay cosas que no conocemos o no nos cuentan: el presupuesto y el tiempo que han tenido, por lo que puede llegar a ser frustrante.
En esta vida todo tiene un proceso evolutivo, cada persona puede tardar más en llegar a un mismo punto, pero también debemos asimilar que tenemos límites y otras personas pueden tener más talento. Es posible ser feliz siendo un profesional a nivel local, mientras otros pueden estar amargados realizando campañas para Coca Cola.
La comparación que vale la pena es la que podemos hacer con nosotros mismos, con la intención de comprobar que somos mejores profesionales que en el pasado.
demasiado afectado por las críticas
Las críticas pueden ser constructivas, o no, pero en todo caso no hay que reaccionar de manera vehemente. La actitud lógica es pararse lo justo a entenderlas, apreciar lo positivo que puedan ofrecernos y en ningún caso sentirse afectado como si fuera algo personal.
Es muy importante diferenciar de quién viene la crítica, ya que si es nuestro cliente el que la está realizando es mucho más condicionante que si llega de un compañero de profesión, o un simple espectador.
creativos desactualizados
Es cierto que muchos usuarios se acostumbran a usar sus aplicaciones básicas y se olvidan de aprender más sobre ellas o ver qué más ofrece el mercado. Un buen profesional necesita estar al día de lo que acontece en la industria, ya que el mundo tecnológico no corre, sino vuela. Contar con herramientas al día nos permite ser más productivos ya que no paran de evolucionar en eficiencia y posibilidades.
Nos olvidamos del software y pensamos en las tendencias artísticas. Es muy posible que uno tenga un estilo muy marcado, y por eso es reconocido. No hay que convertirse en otra cosa en cada temporada, pero es muy positivo entender qué es lo que está de moda e intentar sacar lo mejor de cada momento.
trabajando en la desorganización
Se dice que cada uno sabe trabajar en su propio caos, pero la organización es primordial para encontrar la mayor productividad. No es eficiente utilizar uno o varios días a la semana para ordenar todo lo que hemos estado descuidando mientras trabajamos.
Hay que dedicar esfuerzos a crear un entorno con todo en su sitio y adaptado al flujo de trabajo. La limpieza y organización nos ayudará a estar más concentrados, y encontraremos las soluciones con mayor rapidez.
No solo hablamos de la oficina y los elementos físicos que la conforman, la organización también es aplicable a lo que hay dentro de nuestro ordenador.
copiar como principal opción
Todo está inventado diría alguno, así que el camino fácil es tomar una idea que nos guste y darle nuestro toque personal. De alguna manera estamos haciendo el trabajo nuestro y nos aseguramos partir de un concepto que ya le ha funcionado a otro.
A veces es el propio cliente el que no está demandando la «copia», pero en todo caso debemos hacer el esfuerzo por traer nuevas ideas a la mesa. La falta de creatividad es un estado por el que todos pasan, pero hay que dar un impulso para salir de esa rueda de comodidad y mediocridad.
Si se consigue sacar adelante un proyecto con un alto porcentaje de nuestro estilo e ideas, también estaremos ganando en credibilidad de cara a nuevos clientes.
habilidades sociales pobres
Puedes ser un artista fantástico, pero mantener un negocio implica tener muchas habilidades alejadas de lo creativo. La relación con clientes y compañeros debe ser fluida, motivante y amable, especialmente en el caso en el que el negocio sea propio y la primera cara que tenga el cliente sea la nuestra.
Cuando todo marcha bien es fácil mantener una relación laboral, pero en algún momento pueden aparecer problemas y es entonces cuando tenemos que estudiar cómo comunicar frustraciones, quejas y soluciones.
El carácter de cada uno marca bastante la comunicación, siendo los extremos las posiciones menos cómodas. Ser demasiado tímido —algo normal en los primeros años— puede ser tan perjudicial como ser engreído, que es un rasgo bastante frecuente en profesionales con experiencia. Seamos conscientes y situémonos en un punto intermedio.
no establecemos límites con los clientes
Cuando estamos comenzando, o si hay muchas ganas de hacer un proyecto concreto, podemos bajar la guardia y ser demasiado flexibles con los clientes. Es importante serlo, pero con unos límites, ya que nos podemos encontrar con cambios y revisiones excesivas, que nos hagan trabajar una misma tarea varias veces.
Esto nos lleva a consumir mucho tiempo, a perder la paciencia y en el peor de los casos, no tener contemplado un incremento de dinero por realizar tantos cambios. Es realmente complicado establecer límites en un acuerdo o contrato, pero hacerlo será muy positivo, y también dará una visión más profesional de nuestra actividad.
Obviamente no solo debemos parecer profesionales, también hay que serlo, siendo muy serios con los plazos, utilizando un lenguaje formal, y no mezclando lo personal con el trabajo.
¿cuánto tiempo pasas sentado?
Estar sentado frente al ordenador durante horas es algo que no podemos evitar, lo que hay que intentar es contrarrestarlo como sea. Establecer momentos para realizar actividad física, ya sea de manera seria, o al menos dar un paseo de una hora al día.
Una buena recomendación es hacerse con un reloj o pulsera inteligente, y marcarse una buena cantidad de pasos al día. Algunos apuestan por escritorios que pueden subir en altura para poder ser usados de pie.
adictos al trabajo
Relacionado con el punto anterior, no vamos a descubrir a nadie que pasar muchas horas trabajando no es sano. Pueden existir momentos puntuales de mayor carga, pero los descansos y desconexiones son necesarios para que nuestra mente esté fresca.
El cerebro de un creativo necesita muchas horas para aprender y mejorar técnicas, también para consumir trabajos de otros creadores que nos inspiran. Una buena práctica es ir alternando las partes más exigentes con trabajos más rutinarios.