¿Quién es el autor cuando se crea una obra con IA?

En la reciente entrevista de El País a Jane C. Ginsburg, destacada experta en propiedad intelectual, se abre una ventana a los retos que plantea la inteligencia artificial generativa frente a la noción tradicional de autoría. Ella dice «No estamos preparados para aceptar la idea de que la máquina sea el autor». Es especialmente revelador cómo Ginsburg rememora el caso de la fotografía de Oscar Wilde por Napoleon Sarony, un hito en la historia legal que marcó el reconocimiento de la autoría más allá de la simple acción de "apretar un botón". En 1884, la Corte Suprema de los Estados Unidos abordó el caso Burrow-Giles Lithographic Co. v. Sarony. El conflicto surgió cuando Burrow-Giles Lithographic Company utilizó una de las fotografías de Oscar Wilde, tomada por el fotógrafo Napoleon Sarony, sin el permiso de Sarony. Este último demandó a la compañía por infracción de derechos de autor. La Corte Suprema falló a favor de Sarony, estableciendo un precedente crucial: las fotografías pueden ser protegidas por derechos de autor. La Corte reconoció que la fotografía no era simplemente una reproducción mecánica de la realidad, sino que implicaba creatividad y originalidad por parte del fotógrafo. En su decisión, la Corte declaró que Sarony había aportado "suficiente capacidad mental" para que su trabajo fuera considerado una obra de autoría original. Este precedente nos sirve para reflexionar sobre cómo, en sus inicios, la fotografía enfrentó debates similares a los que hoy día encaramos con la IA. La idea de que una máquina fotográfica, con su aparente automatismo, pudiera ser el vehículo para una expresión artística genuina fue, en su momento, tan disruptiva como lo es hoy el concepto de creatividad generativa asistida por IA. Este paralelismo histórico nos lleva a cuestionar: ¿qué define realmente la autoría? Si aceptamos que la creación fotográfica, a través de la composición, iluminación y captura, refleja la visión del fotógrafo, ¿no deberíamos considerar igualmente que el diseño y contenido creado con la asistencia de herramientas digitales avanzadas, como Photoshop y programas impulsados por IA, también son extensiones de la creatividad humana? La intervención de Ginsburg sobre la fotografía de Sarony ilustra cómo la autoría trasciende el acto mecánico, centrando la atención en la intención y el diseño creativo detrás del resultado final. La cuestión de las fuentes de entrenamiento de las IA y el recurrente comentario de que "la inteligencia artificial nos roba" merece una reflexión más matizada. En este debate, es fundamental recordar que el proceso creativo humano, en gran medida, se basa en la observación, la imitación y la reinterpretación de obras existentes. Desde los primeros aprendices de arte que copiaban las obras de los maestros hasta los diseñadores contemporáneos que se inspiran en el vasto legado visual a su disposición, la "copia" ha sido un paso esencial en el aprendizaje y la creación. ¿Cuántos ilustradores o diseñadores, entonces, deberían "pagar" parte de sus beneficios a aquellos de los que se han inspirado o cuyas obras han sido punto de partida para sus propias creaciones? Esta pregunta revela la complejidad de establecer límites claros en la inspiración y la influencia artística. Por otro lado, la preocupación sobre las fuentes de entrenamiento de la IA y el llamado a la regulación de estos procesos no debería verse como una barrera insuperable para el desarrollo tecnológico. De hecho, la historia de la tecnología está repleta de ejemplos de adaptaciones y evoluciones de herramientas y métodos anteriores. Los teclados de las computadoras, el software de edición, los programas de dibujo y los lápices digitales, todos, de alguna manera, son reinterpretaciones de herramientas físicas que han sido fundamentales para la creación artística y literaria. Es evidente que la regulación sobre cómo y de dónde las IA obtienen sus fuentes de entrenamiento es necesaria para garantizar un uso ético y responsable. Sin embargo, esto no impedirá el avance de la tecnología. Con el tiempo, es probable que los dilemas actuales en torno a la autoría y la originalidad en la era de la IA se conviertan en parte de nuestro entendimiento común de la creatividad, de la misma manera que hemos aceptado y adaptado otras tecnologías en el pasado. A medida que avanzamos en la era digital, herramientas como Photoshop se han enriquecido con capacidades de IA, ampliando el espectro de lo que podemos crear. Estas herramientas no solo facilitan técnicas complejas sino que también pueden inspirar nuevas direcciones creativas. Pero, ¿acaso esto disminuye la autoría del diseñador o del artista? Al contrario, podría argumentarse que, al igual que el fotógrafo con su cámara, los creadores visuales de hoy utilizan estas herramientas como extensiones de su visión creativa, configurando y guiando el proceso hacia resultados específicos que reflejan su intención original. La discusión planteada por Ginsburg sobre la autoría en el contexto de la IA nos insta a reevaluar nuestras percepciones de creatividad y originalidad. Al igual que con la fotografía, es probable que nuestra comprensión de lo que constituye "creación" evolucione a medida que nos familiarizamos más con las capacidades y el potencial de la IA como medio creativo. Esto no solo desafía nuestras nociones previas sino que también abre el debate sobre cómo las regulaciones y percepciones actuales se adaptarán a este cambio paradigmático. Al reflexionar sobre el caso de la fotografía de Oscar Wilde, podemos anticipar que, aunque hoy en día enfrentamos incertidumbres sobre la autoría en la era de la IA, es probable que con el tiempo, la contribución de las herramientas generativas sea reconocida como parte integral del proceso creativo. Esto nos lleva a una pregunta más amplia y fundamental: en un mundo cada vez más mediado por la tecnología, ¿cómo definiremos y valoraremos la expresión creativa y la autoría? La historia de la fotografía nos ofrece una pista: la aceptación y adaptación a nuevas tecnologías no solo es inevitable sino que también enriquece nuestro repertorio creativo, desafiándonos a expandir continuamente los límites de la expresión artística.

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