«Monstruos», por Álvaro Pons

En este artículo se analiza cómo el mito de los monstruos se ha mirado en la literatura, el cine y el cómic a lo largo de los años. Y la mirada novedosa que aporta hoy el fanzine.

¿Quién no siente fascinación por los monstruos de la Universal? En la década de los 30, la productora americana consiguió que los famosos monstruos de la literatura dieran el salto a la pantalla para terror de desprevenidos espectadores y espectadoras, que sintieron la adrenalina del miedo gracias a las brillantes y espeluznantes caracterizaciones de Bela Lugosi y Boris Karloff.

La Universal creó un ecosistema consistente que asentó una imagenería colectiva para el horror del siglo XX, transformando la literatura decimonónica en un elemento a medio camino entre la reflexión literaria y la estrategia de marketing.

El monstruo cinematográfico se erige como una metáfora que va más allá de las inquietudes intelectuales de sus orígenes literarios: una representación que rompe los esquemas de la interpretación tradicional gráfica para convertirse, gracias a la magia del cine y de sus efectos especiales, en una exégesis de la realidad que conecta directamente con temores basales, con los miedos infantiles al monstruo del saco, al habitante debajo de la cama o a la insidiosa presencia que hay en el armario.

Los monstruos crearon un puente directo con esos sustos escondidos en la memoria, tomándolos como puerta de entrada de un variado abanico de reflexiones, a gusto de cada generación.

el cómic, deudor del cine

Y el cómic no ha sido ajeno, claro. Drácula, Frankenstein, La momia y El hombre Lobo han tenido encarnaciones variadas en el ámbito de la historieta, con mayor o menor éxito, casi siempre deudoras de la representación que había dado el cine.

Drácula, Frankenstein, La momia y El hombre Lobo han tenido encarnaciones variadas en el ámbito de la historieta casi siempre deudoras de la representación que había dado el cine.

Solo hay que recordar cómo, allá por los años 70, vimos que el renacimiento del terror los llevó a contemporizar con naturalidad con los superhéroes, llegando a ver “team-ups” de Spiderman con Drácula, el Hombre Lobo o Frankenstein.

Extraños compañeros de aventura que demostraban que las mitologías en el siglo XX tenían querencia por un mestizaje que jugaba más con el impacto visual y la mercadotecnia que con el interés por el uso simbólico del monstruo, pero que ayudaban a expandir en todas las direcciones las modernas iconografías.

El monstruo se hizo habitual en el cómic, desde las interpretaciones de Neal Adams a las versiones más canónicas de Bernie Wrightson y de autores españoles como Jaime Brocal Remohí o Fernando Fernández, pasando por supuesto por la sátira y la revisión jocosa.

Incluso han entrado en el siglo XXI en pleno tsunami de relectura posmoderna del mito, algunos desde el estilismo exquisito como la reciente revisión de George Bess o la mirada desde las tradiciones ajenas como ha hecho Junji Ito con Frankenstein.

Sin embargo, todas estas miradas son, casi siempre, miradas rendidas al mito, que nacen de la empatía que el monstruo nos ha producido durante décadas. Ese personaje que representa lo peor del ser humano, pero con el que es fácil encariñarse al reconocer, también, a una parte nuestra oscura pero íntima. Incluso la sátira más feroz tenía siempre un poso de simpatía hacia el monstruo, imposible de perder u olvidar.

La mirada novedosa tenía que llegar desde los fanzines, claro.

La mirada novedosa tenía que llegar desde los fanzines, claro. Eduardo Belga ha conseguido ir un paso más allá con un planteamiento de lógica aplastante: tomar el monstruo desde la literalidad absoluta. Hombre Lobo/La Momia (Mamá Press) revisa el mito desde la mirada descreída, sin el velo de la admiración y, así, un hombre lobo es un animal, un hombre que simplemente reproduce los comportamientos caninos.

Y algo tan sencillo es un mazazo a la imaginería que destroza de un solo golpe atinado el escenario romántico del monstruo. El glamour licantrópico, el atractivo sexual del monstruo se resuelve de un plumazo al tirarle un cubo de agua fría mientras copula.

Y, de repente, nos damos cuenta de las pulgas y garrapatas, de los olores y las molestias. El underground llega al mito como un torrente imparable contra el que no hay argumentación posible: las tradiciones se deshacen como un castillo de arena y las mitologías se rebelan como una aspiración infantil mientras la momia es un despojo solo apto para necrófilos.
No se lo pierdan.

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