Arranca el 63º Salone del Mobile.Milano, una cita que comenzó entre muebles y ferias, y que hoy es un espectáculo global donde el diseño es solo el punto de partida

En Milán, esta semana no se trata solo de muebles. Lo que comenzó en 1961 como una exposición comercial para fabricantes italianos de mobiliario —una muestra técnica en los pabellones del recinto ferial— se ha convertido hoy en un fenómeno cultural, creativo y económico que redefine año tras año el concepto de feria. El Salone del Mobile.Milano, que hoy celebra su 63ª edición, no solo es el centro de atención de diseñadores e interioristas. Es un punto de encuentro total donde la tecnología, el arte, la moda, la automoción, la gastronomía y hasta las bebidas espirituosas se dan cita para impresionar al mundo.
En sus orígenes, el Salone era un evento de pasillos blancos, alfombras grises y folletos técnicos, pensado para que compradores internacionales vieran sillas, sofás o luminarias ordenadas en filas. Aquel Salone inicial era formal, profesional y contenido. Un espacio funcional. Pero, con el paso de los años, la ciudad fue reclamando protagonismo. Primero fueron las fiestas improvisadas en los estudios de diseño del centro. Luego, los showrooms de Brera y Tortona empezaron a competir en atención con los pabellones de Rho. Y hoy, el Salone ya no está dentro de la feria: está en toda la ciudad, y más allá.

Lo que ocurre en estos días en Milán no es una simple feria comercial. Es una puesta en escena global, una coreografía compleja donde las grandes marcas compiten no tanto por vender productos como por demostrar poder, creatividad e influencia cultural. Lo importante no es solo lo que se muestra, sino cómo se muestra. Las escenografías se piensan como obras de arte efímeras, y los eventos funcionan como campañas de branding en vivo. Se trata de epatar. De convertir una lámpara, un coche eléctrico, un grano de café o un mueble minimalista en el centro de una experiencia sensorial total.
Mientras el mundo exterior se fragmenta bajo los efectos de los aranceles, las guerras y las tensiones geopolíticas, Milán se transforma —al menos durante una semana— en una utopía del diseño y la estética, donde las fronteras se desdibujan y todas las disciplinas caben: desde empresas de automoción como Lexus o Audi, hasta colaboraciones inesperadas entre marcas de moda, estudios de arquitectura y fabricantes de electrodomésticos. Las grandes tecnológicas desembarcan con instalaciones interactivas, las firmas de lujo aprovechan para presentar ediciones especiales, y hasta los fabricantes de vermut y licor montan exposiciones multisensoriales. El Salone ha trascendido su origen.
Este año, bajo el lema “Thought for Humans”, el evento pone el foco en la responsabilidad social, económica y ambiental del diseño. Pero más allá del eslogan, lo que subyace es un intento de definir el futuro del hábitat humano. Lo que ocurre en Milán esta semana no solo anticipa tendencias de producto. Anticipa formas de vivir, de trabajar, de habitar, de relacionarnos con los objetos y con los espacios. Y eso explica por qué tantas industrias ajenas al mueble quieren estar aquí.

La feria oficial, en Fiera Milano Rho, sigue siendo el corazón institucional del evento, con más de 2.000 expositores de 37 países. Euroluce, la bienal de iluminación, regresa con fuerza, y el SaloneSatellite continúa impulsando a los diseñadores jóvenes. Pero lo que ocurre fuera de esos muros —en los palacios, talleres, calles, sótanos y jardines de Milán y sus alrededores— es lo que realmente alimenta la magia del Salone. Se trata de ocupar la ciudad. De activarla. De convertirla en un gran tablero de juego creativo donde el visitante no es solo espectador, sino participante.
Todo esto ha cambiado las reglas del juego. Hoy, no estar en Milán en abril significa perder relevancia, especialmente para las marcas que viven del posicionamiento cultural. Las firmas ya no vienen solo a cerrar ventas o a buscar distribuidores. Vienen a contar una historia, a generar conversación, a instalar una imagen poderosa en la retina colectiva global. Vienen a marcar territorio.

Y aunque el evento sigue profundamente italiano en sus formas —una mezcla de elegancia, improvisación, exceso y precisión—, su dimensión es completamente internacional. En estos días, en Milán se habla más inglés y japonés que italiano, y no es raro ver pasear a grandes creativos de la escena neoyorquina junto a directivos de marcas escandinavas o asiáticas.
Desde una perspectiva analítica, el Salone representa un caso único de cómo una feria profesional puede mutar en un fenómeno de cultura global. Ha pasado de ser un mercado a ser un espectáculo. De ser un espacio de transacciones a ser un teatro de las ideas. Y en un momento histórico donde el diseño lucha por mantener su capacidad de transformación frente al ruido digital y las lógicas del algoritmo, Milán se convierte, al menos por unos días, en el lugar donde todo parece posible.
Incluso seguir creyendo que el diseño —ese arte que se balancea entre la forma y la función— puede cambiar el mundo. O, al menos, hacerlo más interesante.

Actualizado 08/04/2025