‘Lo insólito’ de los Premios Nacionales de Diseño, por Víctor Palau

Las palabras de la reina Letizia en la entrega de los Premios Nacionales de Innovación y Diseño 2025 sonaron solemnes, casi inspiradoras. Pero lo verdaderamente insólito no fue su discurso, sino el contexto: una ceremonia con un año de retraso, un rey ausente y un sector que asiste, resignado, a su propia invisibilidad.

“Hoy aquí está sucediendo algo extraordinario”, dijo la reina Letizia en el patio de los Austrias del Palacio del Pardo. Y añadió: “es insólito que se concentre tanto talento, desempeños profesionales tan extraordinarios y ejemplos de rigor, constancia, fortaleza y excelencia”. Y sí, tenía razón. Lo que ocurrió allí fue, efectivamente, insólito. Pero no exactamente por lo que ella quiso decir.

La reina es una buena comunicadora, eso hay que admitirlo. Pero siento mucho decir que está completamente alejada de la realidad. Como no puede ser de otra forma, claro. Habló de “excepcionalidad” y de “lo insólito”, sin saber que sí, que es realmente insólito lo que estaba ocurriendo allí. Pero por otras razones.

Lo insólito es que los Premios Nacionales de Diseño se entreguen con un año de retraso. Este año se han dado los galardones de 2024 y 2025 juntos. Es decir, durante todo el año anterior no hubo un solo hueco en la agenda del rey para entregar los premios nacionales de diseño e innovación. Ni uno. Como si no importara. No me creo que en 365 días no hubiera un hueco libre. Los diseñadores, si nos dicen que vayamos un lunes, un jueves o un domingo, dejamos todo y vamos. No es comprensible, pero tampoco es asumible. El mensaje es evidente: hay cosas más importantes en este país que entregar el Premio Nacional de Diseño.

Porque, no lo olvidemos, ahora se llaman “Premios Nacionales de Innovación y Diseño”. Y ahí empieza otra mezcla absurda. La reina lo dejó claro cuando dijo: “innovar en biomedicina, por solucionar problemas con belleza, por ampliar los límites de la innovación, por transformar el conocimiento en innovación, por haber sabido hibridar el diseño con el arte”. Mezcla todo en una misma cosa, un batido donde el diseño aparece diluido, perdido entre biotecnología y discursos vacíos.

Y este año, además, lo entrega la reina. No viene el rey, que debe de tener asuntos más urgentes. El rey no; la reina. Que oye, a mí me vale. Pero el mensaje, otra vez, es el que es.

Todo esto viene de lejos, de cuando el BCD dirigía estos premios y los unió con soldadura de titanio a un ministerio que no nos corresponde. Lo sé bien, porque conozco ese ministerio por dentro, y hace años ya nos decían los propios funcionarios: “los Premios Nacionales de Diseño ni están ni se les espera”. Todo porque alguien decidió unirlos a un ministerio de Economía, luego a Educación, después a Ciencia, y ahora a Innovación. Todo, menos donde deberían estar: en Cultura. El Ministerio de Cultura da todos los Premios Nacionales de este país. Todos. Menos el de Diseño.

En definitiva, el año pasado se les olvidó, o no se pudo, o lo que quieran decir. Pero no se hicieron. Y nadie levantó un dedo. Nadie de esos que organizan “encuentros nacionales de diseño” dijo nada. Que allí estaban invitados. Ni un tuit, ni un comunicado, ni una lágrima. Ese es el nivel de defensa de nuestra profesión. No se dan los premios, y no pasa nada. Y a los medios especializados… no hace falta que vengan. Nadie nos invitó ni a nosotros ni a los demás, que hay unos cuantos. A los ‘chiringuitos’ del diseño, allí estaban todos. Ya se ocupan ellos de que se les invite. Bueno, la revista Lecturas estaba allí para contarlo.

Y todo esto no es nuevo. En 2024 al menos se acordaron de otorgarlos, aunque la entrega se retrasara un año. Pero ha habido veces en las que ni siquiera se convocaron. Cuatro años, exactamente, en los que el ministerio se los dejó olvidados en un cajón. Y repito la frase: “ni están ni se les espera”.

Y si todo esto no fuera ya suficientemente raro, hay otra anomalía que completa el cuadro. En los Premios Nacionales de Diseño los profesionales tienen que postularse a sí mismos. Presentarse. Autonombrarse. Es la puerta abierta a los egos, a las candidaturas por insistencia y a la confusión entre mérito y autoestima. Es la manera perfecta de degradar un premio.

Majestad, ahí tiene usted al talento que ha decidido presentarse, autopostularse. No ha sido el país —ni un jurado cualificado, que esa es otra cosa insólita— quien los ha elegido. Se elige entre lo que se presenta. Somos excepcionales hasta para eso: te puedes autoelegir para que te lo den. No pasa en otras disciplinas. Siempre siendo diferentes.

Hace poco comía con Juli Capella y me dijo: “Es una batalla perdida”. Y quizá tenga razón. Este fin de semana lo hablaba con otro diseñador y me soltó: “¿Pero la asociación esa de asociaciones no debería…?”. Y me entró la risa. Están a otras cosas, le dije. A organizar sus fiestas, sus manifiestos contra la IA hecha con IA, a hacer eventos que a nadie interesan y a seguir pidiendo subvenciones para sobrevivir. No les pidas que se enemisten con un ministerio. Ni saben ni quieren.

La única alegría que me llevo de todo esto es ver a Diego Areso, de traje —algo que sí es insólito—, subir al escenario a recoger su Premio Nacional. Para mí, ese es el verdadero premio de este año: que se reconozca el trabajo de quienes seguimos haciendo libros, revistas, papel, diseño editorial.

Y no solo Diego: enhorabuena a todos los premiados, que demuestran con su trabajo que el talento sigue ahí, a pesar de todo, de los olvidos, de la desidia institucional y de los discursos que no entienden lo que hacemos.

Así que sí, Majestad: tenía usted razón. Lo que ocurrió en el Palacio del Pardo fue extraordinario, insolito. Pero no por la excelencia reunida, sino por el desinterés con el que se la trata al diseño.

Salir de la versión móvil