Puede resultar una afirmación un tanto categórica, pero es un hecho constatable el que buena parte de los lectores adultos que ejerzan como tal, han tenido entre sus manos y leído esta novela. Es muy posible incluso que guarden algún ejemplar de ella entre los libros que llenan los anaqueles de sus estanterías.
Esta otra afirmación puede que también les resulte rotunda, pero es un hecho que buena parte de los editores del planeta han tenido la tentación o han publicado una nueva edición de esta novela, tal vez una edición ilustrada, adaptada, simplemente una nueva traducción… una metamorfosis de la novela primigenia. Este pequeño conjunto de apuntes no se presenta “con ocasión de la publicación de una nueva edición de una de las obras cruciales en la evolución de la narrativa de ficción del XX: La metamorfosis (Die Verwandlung) de Franz Kafka”. No, ya que cada año se publican decenas de ellas en todas las lenguas y territorios posibles habitados por el hombre (solo en nuestro país se han publicado más de 50 distintas en los últimos 15 años).
A partir de esta pequeña apreciación y a propósito del simbolismo del autor checo, probablemente el subconsciente del lector esté visualizando de manera simultánea a la lectura de estas líneas, la imagen de una cucaracha. Esto es así porque muchos de los lectores de finales del XX y principios del XXI no han visto cubierta alguna de La metamorfosis en la que estos insectos ortópteros no aparezcan por doquier, un detalle gráfico que horrorizaba al mismísimo autor y que además trató de evitar poco tiempo antes de la publicación de la primera edición del libro con esta carta a G. H. Meyer, de la editorial de Kurt Wolff:
Praga, 25 de octubre de 1915
Muy señor mío,
Recientemente me comunicaba Vd. que Ottomark Starke dibujará una portada para la Verwandlung. Esto me ha producido un pequeño sobresalto, sin duda harto innecesario en tanto que tan sólo conozco al artista por el Napoleón. Pues se me ha ocurrido, dado que Starke en efecto ilustra las obras, que tal vez podría querer dibujar el insecto en cuestión. ¡Eso de ninguna manera, por favor! No pretendo coartar su libertad de expresión sino que se lo pido desde mi condición de —obviamente— mejor conocedor de la historia. El insecto en sí no puede ser dibujado. Ahora bien, ni siquiera puede mostrarse desde cierta distancia. Si de entrada no existiese intención de hacer tal cosa y, por consiguiente, mi ruego resulta ridículo, tanto mejor. Le quedaría muy agradecido si transmitiera e insistiera en este ruego mío. Si yo mismo tuviera oportunidad de hacer alguna sugerencia para una ilustración, escogería escenas como, por ejemplo, los padres y el procurador ante la puerta cerrada o, mejor aún, los padres y la hermana en la estancia iluminada mientras se ve la puerta abierta que da al cuarto vecino, completamente a oscuras. Habrá recibido ya las diversas correcciones y comentarios.
Mis cordiales saludos, suyo afectísimo,
Franz Kafka
La novela fue publicada en 1915 (aunque con fecha de 1916) siguiendo las indicaciones del autor: en la cubierta, Starke, siguiendo los designios de Kafka y con el beneplácito del editor Kurt Wolff, había dibujado al padre de Gregorio llevándose las manos al rostro ante una puerta abierta que mostraba una habitación a oscuras.
Pero ¿cuál era el inusitado interés de Kafka por que “el insecto en cuestión” no apareciera en la cubierta de su novela? ¿por qué ni siquiera lo mentaba de manera explícita? Las distintas traducciones a lo largo de los años han hecho evolucionar al “bicho” a la par que se han ido adaptando a otros tipos de lector, perdiendo en ocasiones matices de vital importancia para tratar de comprender la angustia, lucidez y sentido del humor del autor.
Algunas voces críticas y conocedoras de su obra se han atrevido a afirmar que “el insecto en cuestión” no era una cucaracha. Sí, efectivamente, fue entre 1940 y finales de la década de los 50 cuando Nabokov, durante el transcurso de alguna de las clases de literatura que impartía en el Wellesley Collage y en la Universidad de Cornel expuso a sus alumnos sus dudas sobre la transformación de Gregorio en una cucaracha. Lo hacía así:
«Ahora veamos : ¿Cuál es exactamente el “bicho” en que el pobre Gregor, oscuro viajante de comercio, se ha convertido de repente? Por supuesto, es de la especie de los artrópodos, a la que pertenecen las arañas, los ciempiés, y los crustáceos […].
La siguiente cuestión es: ¿qué insecto? Los comentaristas dicen que una cucaracha; pero eso, desde luego, no tiene sentido. La cucaracha es un insecto plano de grandes patas y Gregor es todo menos plano: es convexo por las dos caras, la abdominal y la dorsal, y sus patas son pequeñas. Se parece a una cucaracha sólo en un aspecto: en su color marrón. Aparte de esto, tiene un tremendo vientre convexo, dividido en dos segmentos, con una espalda dura y abombada que sugiere unos élitros. En los escarabajos, estos élitros ocultan unas finas alitas que pueden desplegarse y transportar al escarabajo por millas y millas de torpe vuelo. Aunque parezca extraño, el escarabajo Gregor no llega a descubrir que tiene alas bajo el caparazón de su espalda (ésta es una observación que quiero que atesoréis toda vuestra vida. Algunos Gregorios, Pedros y Juanes, no saben que tienen alas) […].»
Conocidas estas reflexiones por parte del propio autor de la obra y de otro literato y apasionado estudioso de la narrativa de Kafka, deberíamos preguntarnos como lectores el porqué de la insistencia de editores y diseñadores en plasmar en la cubierta de esta novela una cucaracha como mascarón de proa, un bicho que ni el propio autor quería ver y que con el paso de los años se ha convertido en la imagen de marca de la narrativa kafkiana.
La cucaracha, o como decía F. Kafka “el bicho en cuestión” reincide, evoluciona gráficamente –sirviéndose de herramientas como la tipografía–, se metamorfosea, cambia de color, pero permanece impasible en un porcentaje altísimo de ediciones al margen de la lengua o fecha de publicación. Pocos son los editores que han roto el maleficio, menos aún las ediciones que se han saltado esa especie de “norma no escrita” y han usado otro tipo de elemento gráfico para sintetizar el contenido de esa inquietante transformación que un día el pobre Gregorio sufrió en su cuarto ante el estupor de su monstruosa familia.
A continuación veremos algunas de ellas, de las que han respetado el deseo del autor y de aquellas que han optado por hacer todo lo contrario. En definitiva, viajaremos a través del diseño editorial de los últimos 100 años subidos a la grupa de un bicho y de algunos otros diseños de “bichos raros” que se han atrevido a romper la norma.
Empezamos el recorrido por algunos ilustradores que han recurrido a la cucaracha como las bien conocidas cubiertas del historietista americano Peter Kuper, que se sirve del blanco y negro junto con la mancha roja de la tipografía para mostrarnos al bicho frente al hombre, ambos enclaustrados en un lúgubre pasillo. También están las cubiertas del dibujante e ilustrador argentino Luis Scafati, que no contento con mostrar un primer plano de la cucaracha, incluye al mismísimo autor compartiendo el protagonismo de la cubierta, antropomorfismo kafkiano, en dos palabras.
Además de historietistas e ilustradores, no han sido pocos los pintores que han dejado su particular visión del bicho en la cubierta de alguna de las ediciones de la novela de Kafka. Gracias a las 14 aguafuertes y a la imagen del bicho arrinconado que hizo el pintor y grabador José Fernández, La metamorfosis editada por El Círculo- primero de Lectores y después el de Arte en edición de coleccionista- consiguió en 1987 la medalla de bronce en el certamen Los libros más bellos del mundo (Leipzig) y fue seleccionada por el Ministerio de Cultura como uno de los libros mejor editados en España en 1986.
Otro de los motivos recurrentes en el diseño de cubiertas de la novela es la transformación: del hombre al bicho. Ben Sanders, artista visual de Los Ángeles (miembro del colectivo fotográfico Those People y de la agencia Happy Hour) ha hecho recientemente un rediseño de cubierta para Penguin, en el que emplea una serigrafía sobre tela. El acabado de este trabajo es espectacular: en la cubierta se puede apreciar a través de los trazos enmarañados -recuerdan a la ilustración de líneas de Franciszka Themerson- una figuara humana y a la vez se intuye al “bicho en cuestión” gracias a la textura de sus patas. En el reverso, la contracubierta, se compone a base de líneas paralelas: las rejas, la cárcel humana, el encierro del bicho. Sin duda alguna la más brillante de esta serie de diseños.
Otra cubierta destacada, pero esta más inquietante si cabe, fue la de Joaquín Pertierra (no duden en leer acerca de este diseñador un artículo titulado El enigma Pertierra, del ilustrador Javier Olivares) que se sirvió de tres tintas para mostrarnos a un Gregorio en plena evolución; el trazo grueso del grabado solo nos deja ver las patas del insecto. Fue una de las tantas cubiertas que el misterioso y brillante Pertierra ilustró para Le Roman Gothique y su colección Dolphin (años 60).
Si seguimos entre las cubiertas de nuestro país, hemos de mencionar el reciente diseño de Antonio Santos (para Nórdica) en el que el pintor y escultor oscense recurre a la puerta de la habitación- como la original pero mucho mas dulcificada por detalles como el papel de la pared, el cuadro, la comida en el suelo que la madre deja a la bestia… muy a la manera de las ediciones francesas, fíjense sino en la ilustración de cubierta de la edición de Claude David para Folio Gallimard, cuya habitación es más próxima a La habitación de Van Gogh en Arlés que a cualquiera de las lúgubres representaciones del cuarto de Gregorio. En medio de todos los detalles se entrevé un bulto en la cama. El bicho está oculto bajo la manta.
La tipografía, otra de las grandes aliadas de las cubiertas de La metamorfosis, nos deja dos ejemplos que no se deben pasar por alto en el diseño editorial de estos últimos 50 años. Por una parte, y por proximidad, hemos de mencionar obligatoriamente a Daniel Gil, quien convencido de que la cubierta no tiene por qué reflejar el contenido del libro y que el diseñador también tiene algo que decir, ha sido el responsable de que varias generaciones de lectores en España, asocien la novela de Kafka a una secuencia repetida de la palabra. Esta, esconde en realidad una metamorfosis tipográfica de la helvética, que en los escasos 18 centímetros de la edición de bolsillo de Alianza muta de bold a light en 7 líneas. Para Gil, los diseñadores pasaron de tener una actitud sumisa, de limitarse a adornar un libro- como el caso de O. Starke-, a querer tener una cota de participación tan elevada como el autor.
Por su parte Jamie Keenan, un diseñador londinense responsable de exquisitas cubiertas para colecciones de Penguin (Simenon o K. Dick) y piezas sublimes como la de Lolita de Nabokov, recurre a la tipografía pero para ponerla al servicio de la ilustración y convertirla finalmente en cucaracha/escarabajo; se sirve de todas las filigranas para alargar las letras y dar vida a las patitas del bicho. Keenan la diseñó para la editorial norteamericana W.W Norton, que además de la llamativa ilustración de cubierta incluye un prólogo del director de cine David Cronenberg que no tiene desperdicio.
A continuación me gustaría mostrar una serie de cubiertas fuera de la órbita de La metamorfosis, imágenes que envuelven a la célebre novela pero que bien podríamos tildar de “bichos raros” por haber roto los moldes del diseño habitual para este título y que por tanto, deberían formar parte de ese estilo de cubierta que Kafka hubiese querido cuando se publicó la novela.
El primero de los diseñadores que dio el salto y metamorfoseó la apariencia de la novela fue Peter Mendelsund. ”Siempre que me preguntan, y me preguntan con cierta frecuencia, para qué autores me gusta más diseñar cubiertas, siempre digo… algo de Kafka”. Es director de arte en el grupo editorial Knopf Doubleday, y responsable del rediseño del catálogo de Kafka en Schocken (es uno de los sellos del grupo, en concreto, el que tiene la obra de Kafka; otro de sus imprints es Pantheon, sello que creó Kurt Wolff, el editor original de Kafka en 1887). Mendelsund era pianista de clásica, pero la vida y la paternidad le obligaron a buscarse un trabajo con más remuneración. Siempre le gustó dibujar, se hizo sus propias invitaciones de boda y tras el nacimiento de su primer hijo decidió que lo suyo era el oficio de diseñador.
Las claves de la rotura en la cubierta de Mendelsund son el color, los elementos de la composición y el silencio. Parte de la idea de que las cubiertas son rostros, ya que son la cara visible del contenido literario. Como toda cara, ha de tener ojos, así Peter Mendelsund nos muestra el ojo humano junto al ojo de mosca, de bicho, la doble representación de Gregorio (a propósito del ojo y el bicho volador, ¿recuerdan ustedes el diseño de identidad visual que Paul Rand hizo para IBM en 1956?). Todo ello se sirve de un fondo luminoso, brillante y silencioso ¿verde? sí, verde, lejos de los tonos negros-rojos y crudos; la reflexión del diseñador sobre el color en las cubiertas de Kafka es muy interesante. Él dice que Kafka en sus libros narraba historias sentimentales, divertidas, satíricas, y que era tremendamente crítico con el aparato burocrático. Si no era parte de ese entramado, ¿por qué se ha asociado a su obra la paleta cromática del realismo socialista, incluso del fascismo? ¿por qué se ha envuelto su obra en tonos oscuros y decadentes si con sus letras él pretendía representar lo contrario? Para Mendelsund esto ha sido una caracterización errónea.
Un último detalle de la cubierta de Knopf: la tipografía, FF Mister K diseñada para Font Font por Julia Sysmäläinen a partir de la caligrafía del propio Kafka.
Los herederos del expresionismo: las cubiertas Die Brucke. El movimiento de “El puente” fue la semilla del expresionismo alemán de principios del XX, tras ellos llegó El Jinete Azul. Se basaban en la realidad sencilla de la calle sin perder de vista lo funanbulesco, lo fantástico. Kafka, Rilke o Musel fueron algunos de los escritores que compartieron las inquietudes del grupo de artistas fundadores. Experimentaron técnicas de impresión y adoptaron la xilografía como herramienta básica. La madera otorgaba a sus trabajos un acabado tosco, irregular, con mancha de color, de aspecto bruto, inacabado y salvaje. Sus trabajos habían generado un lenguaje propio: el empaste grueso, la escala de colores vivos con los que formar luces y sombras, el arte de los niños y de los pueblos primitivos…
Como muestra del Manifiesto de Kirchner y su camarilla, veremos 3 cubiertas que deben su apariencia al imaginario de este movimiento. Las dos primeras, de autor desconocido, corresponden a las ediciones de la década de los 50-60 que en Alemania publicó la mítica casa editorial Insel Verlag. Los diseños, habituales de esta gran colección puesta en marcha por el suizo Tschichold, inconfundibles por sus patrones impresos en cartoné con una sencilla pastilla central que contenía toda la información del ejemplar en poco más espacio que el de un sello, son una buena muestra de la influencia del movimiento vanguardista alemán: trazos gruesos, geometría irregular y el color por encima de la forma.
A propósito de la cubierta de Insel, en 2013 se publicó en nuestro país, de manos de Roberto Equisoain (un escritor que no escribe, patólico, patafísico y errorista) y la editora bilbaína Belleza Infinita, una de las que sin duda será la edición más inquietante de La metamorfosis que hayan visto jamás. Basada en el diseño de cubierta de los editores alemanes que han visto anteriormente, incluye una traducción en la que cada sílaba del texto de Kafka ha sido sustituida por “bla”. Algo poco o nada convencional, pero seguro de gran impacto para cualquier lector, que encontrará una metamorfosis más próxima al libro de artista que a las ediciones comerciales habituales.
Con estas mismas texturas, trazos angulosos y gruesas pinceladas (algo que sin duda nos remite al manifiesto Die Brucke de Kirchner) Manuel Marsol ha compuesto la cubierta de esta última metamorfosis. El lettering no deja lugar a dudas y va más allá de ser un mero título, ya que esas letras, su textura y la mancha de color que dejan, son el preámbulo de la aparición del bicho, de sus apéndices, de su caparazón. Marsol añade además un nuevo elemento a la composición, o mejor dicho, se deshace del elemento manido: despoja la cubierta del símbolo ineludible y lo reemplaza por la imagen de los 3 inquilinos, seres a los que muñequiza tal y como pretendía Kafka (recordemos a los ayudantes de K en El Castillo), o como Valle Inclán hacía con su demiurgo, el Dios, de su teoría del esperpento. Estos tres inquilinos son pues muñecos de guiñol que se mueven al unísono, títeres manejados por hilos de los que el ilustrador tira hasta provocar en el lector la sensación de ver mover las patas del “insecto en cuestión” y no los tres pares de brazos alzados.
Por último, y no menos importante es la visión “mutante” de la novela que nos ofrece el Proyecto Guttemberg de Minimae, en el que han sido capaces de condensar en una sola página el contenido completo de obras clave de la literatura universal, entre ellas La metamorfosis. Valiéndose de la composición geométrica de Josef Albers (un enloquecido de la obra de Kafka), la novela queda representada sobre el cartel por dos rectángulos conexos entre sí y con una masa central aparentemente superpuesta.
El color oro es el elegido para representar la habitación de Gregorio, su universo, un recurso cuya intención es la de dejar constancia del rol de “responsabilidad económica” que tenía para con su familia, la misma que un día le confinó a su cuarto (de oro), y allí lo dejó morir. Los diseñadores han empleado una Calibri de 4.35 puntos (el póster viene acompañado de una pequeña lupa para su correcta lectura) para condensar las 95 páginas de la edición original en un lámina de 50 X 70 cm impreso en Offset con una Roland 700. Una bella y nueva metamorfosis de La metamorfosis.
Hasta aquí el breve repaso al diseño de cubiertas de La metamorfosis, un inquietante relato sobre la incomunicación que a pesar de haber cumplido 100 años ha logrado transmitir a diferentes generaciones de lectores, la locuacidad de Kafka para hacernos ver como el individuo pierde su propia identidad en medio de un colectivo que lo aliena, lo transforma y lo vuelve monstruoso. Como mencionábamos al principio de este escrito, el rostro de todas estas palabras de Kafka se ha transformado al igual que Gregorio, aunque raro es el lector que no haya asociado al joven Samsa con la cucaracha o el escarabajo al verse condicionado por la cubierta de la edición que leía. Laurence Sterne decía en su Tristram Shandy que “La mayor y más sincera muestra de respeto que se le puede dar al entendimiento del lector consiste en repartir amigablemente con él esta tarea y en dejarle imaginar algo a su vez: tanto, casi, como el propio autor.” algo que Kafka pretendió en 1915 cuando escribió aquella carta a G. H. Meyer, algo que pocos editores han respetado. Algo que aún menos diseñadores han podido o querido hacer (salvo raras excepciones, algunas de ellas, entre las líneas de este breviario).
→ pequenhaciudad.blogspot.com.es
Bibliografía Mendelsund, P. Qué vemos cuando leemos. Barcelona: Seix Barral, 2015 Nabokov, V. Curso de literatura europea. Barcelona: RBA, 2012 Wolff. K. Autores, libros, aventuras: observaciones y recuerdos de un editor, seguidos de la correspondencia del autor con Franz Kafka. Barcelona: Acantilado, 2010 Algunas fuentes de referencia www.bellezainfinita.com minimae.com www.manuelmarsol.com www.circulodelarte.com www.bensandersstudio.com pionerosgraficos.com www.theparisreview.org jacketmechanical.blogspot.com.es www.myfonts.com www.kafkamuseum.cz
Actualizado 21/10/2022