Henri Cartier-Bresson (1908-2004) es uno de los fotógrafos cuyo legado está grabado en la retina de muchos de nosotros. Su prolífica carrera empezó en los años 20 del siglo pasado y continuó prácticamente hasta el final de sus días. Su obra es producto de un conjunto de factores: su clara predisposición artística, el aprendizaje perseverante, sus aspiraciones personales, numerosos encuentros y algo del espíritu de su tiempo. La Fundación Mapfre nos ofrece la oportunidad de ver y redescubrir el ojo mágico de Cartier-Bresson, también llamado el ‘ojo del siglo’ en la exposición retrospectiva que le dedica del 28 de junio al 7 de septiembre de 2014.
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Henri Cartier-Bresson empezó su carrera bajo el doble signo de la pintura y la fotografía. Entre 1930 y 1931 realizó un viaje a África que fue clave en su trayectoria. Este periodo revela la huella de su amor por el arte, de las horas pasadas leyendo o mirando cuadros en los museos. Quedó profundamente marcada por la enseñanza de André Lhote y el trato con sus amigos norteamericanos: Julien Levy, con quien se inició en los placeres de la composición, pero también Gretchen, Peter Powel Caresse y Harry Crosby –estos últimos fueron quienes le descubrieron las fotografías de Eugène Atget y las de la Nueva Visión–. El primer Cartier-Bresson es el resultado de estas diversas influencias: una compleja alquimia.
En el periodo comprendido entre 1926 y 1935, estuvo marcado por el Surrealismo. A través de René Crevel, Henri Cartier-Bresson empieza a frecuentar los artistas de este movimiento. «Demasiado tímido y demasiado joven para tomar la palabra» —como contará más tarde—, asiste, desde una esquina de la mesa, a algunas de las reuniones en torno a André Breton celebradas en los cafés de la Place Blanche. De esos encuentros retendrá determinados motivos emblemáticos del imaginario surrealista: los objetos empaquetados, los cuerpos deformados, los soñadores con los ojos cerrados… Pero lo que más le marca del surrealismo es su actitud: el espíritu subversivo, el gusto por el juego y el lugar otorgado en él al inconsciente, el placer del deambular urbano, la clara predisposición a acoger el azar. Cartier-Bresson será especialmente sensible a los principios de la belleza convulsiva enunciados por Breton y no dejará de ponerlos en práctica a lo largo de los años treinta. Desde ese punto de vista, es sin duda uno de los fotógrafos más propiamente surrealistas de su generación.
El compromiso militante
Como casi todos sus amigos surrealistas, Cartier-Bresson compartía muchas de las posturas políticas de los comunistas: un anticolonialismo implacable, un compromiso sin fisuras con los republicanos españoles y la profunda convicción de la necesidad de «cambiar la vida». Tras los violentos disturbios organizados en febrero de 1934 en París por las ligas de extrema derecha, que en ese momento se interpretan como una señal del riesgo de ascenso de los fascismos europeos en Francia, su compromiso político se hace más palpable. En esa época firma varios panfletos de «llamamiento a la lucha» y a la «unidad de acción» de las fuerzas de izquierdas. Durante sus viajes a México y Estados Unidos, en 1934-1935, la mayor parte de las personas con quienes mantiene relación están muy comprometidas con la lucha revolucionaria. A su regreso a París en 1936, Cartier-Bresson se radicaliza: participa asiduamente en las actividades de la Association des Écrivains et Artistes Révolutionnaires (AEAR) y comienza a trabajar para la prensa comunista.
El cine y la guerra
Henri Cartier-Bresson decía del cine que le había «enseñado a ver». En su viaje a México, en 1934, manifiesta su deseo de dirigir películas. El cine le interesa en el contexto de su propio compromiso militante, ya que se dirige a una mayor audiencia que la fotografía y permite, mediante su estructura narrativa, transmitir mejor el mensaje. En 1935, en los Estados Unidos, aprende los fundamentos de la cámara de cine en el seno de una cooperativa de documentalistas que, muy inspirados por las ideas tanto políticas como estéticas de los soviéticos, se congregan en torno a Paul Strand bajo la denominación de «Nykino», contracción de las iniciales de «Nueva York» y de la palabra «cine» en ruso. Con ellos, dirige un primer cortometraje. A su vuelta a París, en 1936, después de haber intentado sin éxito que Georg Wilhem Pabst, primero, y Luis Buñuel, después, le contratasen como ayudante, inicia una colaboración con Jean Renoir que se prolongará hasta la guerra.
El reportaje gráfico
En febrero de 1947, Henri Cartier-Bresson inaugura su primera gran retrospectiva institucional en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Unos meses después, junto con Robert Capa, David Seymour, George Rodger y William Vandivert, funda Magnum, la agencia que rápidamente se convertirá en uno de los referentes mundiales en el campo del fotorreportaje de calidad. Tras su exposición en el MoMA, Cartier-Bresson habría podido optar por ser meramente artista. Sin embargo, decide hacerse reportero y se embarca en la aventura de Magnum. A partir de 1947 y hasta principios de la década de 1970, realiza multitud de viajes y reportajes en prácticamente todos los rincones del planeta, y trabaja para casi todas las grandes revistas ilustradas internacionales. Pese a las limitaciones que le impone la prensa, los cortísimos plazos inherentes al sistema mediático y las contingencias del trabajo por encargo, Cartier-Bresson logrará mantener un nivel de excelencia intachable en su producción fotográfica de esas décadas de reportero.
Antropología visual
En paralelo a sus reportajes, Henri Cartier-Bresson también fotografió determinados temas de forma recurrente en todos los países que visitó y a lo largo de varios años. Realizadas en los márgenes de los reportajes o con total autonomía, estas series de imágenes, que abordan algunas de las grandes cuestiones sociales de la segunda mitad del siglo XX, constituyen auténticas investigaciones. No responden a un encargo, escapan a la urgencia impuesta por la prensa y son mucho más ambiciosas que numerosos reportajes. Dichas investigaciones temáticas y transversales, que el mismo Cartier-Bresson describe como una «combinación de reportaje, filosofía y análisis (social, psicológico y de otros tipos)», están ligadas a la antropología visual, esa forma de conocimiento de lo humano donde las herramientas de registro analógico juegan un papel capital.
«Soy visual —afirmaba, de hecho, Cartier-Bresson— […]. Observo, observo, observo. Entiendo a través de los ojos».
Después de la fotografía
A partir de los años setenta, Cartier-Bresson, ya sexagenario, deja paulatinamente de responder a los encargos de reportajes, es decir, de fotografiar en un marco obligado. Considerando que Magnum se aleja cada día un poco más de su espíritu fundacional, se retira de los negocios de la agencia. Su fama internacional no dejó de crecer: se convirtió en una leyenda viva. En Francia encarna, casi por sí solo, el reconocimiento institucional a la fotografía, lo que evidentemente no le hace feliz. Invirtió mucho tiempo en supervisar la organización de sus archivos, la venta de sus copias y la realización de libros o exposiciones. Aunque oficialmente ya no fotografía, conservaba sin embargo su Leica a mano y tomaba en ocasiones imágenes más contemplativas. Pero, sobre todo, era asiduo de los museos o las exposiciones, y dedicaba lo mejor de su tiempo al dibujo.
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Actualizado 04/07/2014