Emilio Gil, reconocido diseñador gráfico, historiador y divulgador del diseño, reflexiona sobre el papel que esta disciplina juega en la sociedad, sobre su evolución y sobre los cambios que han supuesto las nuevas tecnologías con motivo del Día Mundial del Diseño Gráfico. Sus palabras se suman al debate con otros profesionales como son Florencia Gutman, Annie Atkins, Martín Satí, Laia Guarro, y Noah Klocek a quienes hemos preguntado si diseño y arte pueden llegar a ser sinónimos o no.
Como Director Creativo de Tau Diseño, Emilio Gil ha trabajado para numerosos clientes, como El País Aguilar, Santillana, Ayuntamiento de Madrid, Aldeasa, SGAE, Indra, Ministerio de Educación y Cultura, Ministerio de Asuntos Exteriores, Osborne, Tabacalera o Museo Reina Sofía.
Asimismo, ha obtenido varios premios a lo largo de su trayectoria. En diciembre de 2015 se le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Además de ello, es autor del libro Pioneros del Diseño Gráfico en España y coautor de la obra Lo bello de las cosas; y ha sido jurado de los premios más importantes de diseño nacionales e internacionales como Laus, Donside, Signes o Graphispack.
«Cuando intento explicar para qué sirve la profesión del diseño a personas alejadas de esta disciplina y a las que entender su función les resulta difícil, siempre recurro al mismo ejemplo: el plano del Metro de Londres diseñado por Harry Beck que, por cierto, no era diseñador».
Este trozo de papel que no alcanza las dimensiones de un A4 sirve para que millones de personas sean capaces de moverse por una ciudad que desconocen o que, conociéndola, no saben cómo acceder a un punto determinado. Y además es bello. Y encima ha creado un modelo que se ha imitado en otras ciudades del mundo creando un estilo gráfico ‘internacional’ que resuelve problemas reales. Eso es parte del papel que el diseño tiene en la sociedad.
Arte es un término polisémico y, por lo tanto, cuestionarse sobre si el diseño es arte o no, no es una pregunta que tenga una respuesta única. Sobre este tema se ha reflexionado y escrito mucho, tal vez demasiado. Hay manifestaciones pretendidamente artísticas que no resisten un análisis objetivo y piezas de diseño que reúnen todas las condiciones que se le exigen a lo que se considera ‘Arte’ con mayúsculas.
Existen ejemplos de diseño que cumplen con los cánones de belleza clásicos de forma absolutamente objetiva. Sería arriesgado afirmar que en muchos trabajos de Milton Glaser, Paul Rand, Saul Bass o Alan Fletcher, por citar algunos grandes nombres, no se puede encontrar esa belleza que les eleva a la consideración de obras de arte.
El diseño ha evolucionado apoyado en diferentes hechos: el conocimiento por parte de la sociedad de lo que este le puede aportar, los avances técnicos y la irrupción del mundo digital, la introducción de las enseñanzas del diseño en el mundo universitario, el desdibujamiento de las fronteras entre especialidades del diseño y, por último, las demandas originadas por el cambio de paradigma social en el que estamos inmersos.
En cuanto a las nuevas tecnologías, éstas no han creado un nuevo concepto del diseño sino más bien unos cambios en el proceso de diseñar que han podido afectar al resultado final. Considero que las nuevas tecnologías permiten o facilitan aspectos como la búsqueda de referencias necesarias para conocer experiencias similares o el alcance de un proyecto. Han acelerado los procesos y el tiempo empleado en las diferentes fases del trabajo. Pueden servir para establecer unas relaciones más fluidas y amplias con el cliente facilitando la toma de decisiones en el camino adecuado. Permiten también plantar vías de trabajo simultáneas o variantes sobre una línea y descartar las que están mal encaminadas.
En la parte negativa, creo que la velocidad que imprimen al proceso no favorece o impide la reflexión necesaria contagiando todo de una aceleración generalmente peligrosa para la obtención de soluciones idóneas.