La fantasía abandonada de la razón produce monstruos, y unida con ella es madre de las artes [Manuscrito de Ayala]
Cada día nos enzarzamos en conversaciones, debates, y peleas digitales. Nuestra pasión por el diseño, por la estética, por la creatividad nos emociona hasta tal nivel que dejamos desatar toda nuestra pasión generando grandes monstruos digitales que se pelean en azarosas batallas dialécticas sobre que es lo que está bien y lo que está mal. Los diseñadores nos sentimos observados por esos monstruos, por los sueños propios, por los anhelos de conseguir un hueco en el sector y temerosos de perder lo conseguido.
Javier González Solas, en el libro El estado de la cultura en España 2016 (Fundación Alternativas 2016), una especie de libro blanco de la cultura donde entre otras áreas se analiza el Diseño, menciona que el sector carece de «críticos» como sí existen en otras disciplinas creativas. Y es cierto.
En casi cualquier actividad o sector hay medios de comunicación en los que periodistas, especializados o no, generan contenidos en los que hablan, opinan y critican sobre casi cualquier tema. Críticos de arte, de teatro, de cine, de música, de gastronomía… y ya no digamos de deporte o televisión, ¡o de política!
Javier, acertadamente, dice que sin opinión y juicio una profesión no crece, no madura, y ese parece ser nuestro sino. Y coincido con él en que hace falta crítica de diseño. Es tal vez por este motivo por lo que los diseñadores se excitan tanto cuando se les critica. Falta de costumbre.
Las críticas, inherentes a las actividades creativas
También en cine, literatura o teatro, ámbitos más creativos o artísticos. «Aburrida gala de los Goya» [El País] o «Julieta, la última película de Almodovar, es la muerte. Grotesco» [Boyero en La Ser]. No hace falta recordar como titularon en el New York Times la última«obra» del arquitecto Santiago Calatrava en Nueva York. «Monumento al ego». O el último disco de Los Planetas: «Una larga sesión de narcosis psicodélica. Están en su peor momento» [Nando Cruz/El Confidencial]
Pasa en todas las actividades creativas. ¿Y en diseño? ¿Os imagináis opiniones de ese calado sobre el trabajo de un diseñador? ¿Sobre el último logo? ¿Sobre el último cartel? ¿Sobre su capacidad para afrontar un proyecto?
Y es que últimamente parece que la opinión sobre proyectos de diseño se ha convertido en un tema de debate, interesa tanto a profesionales como a público en general. Y no siempre se percibe del mismo modo. A muchos profesionales la crítica les produce urticaria.
Con mi diseño no te metas
Se pretende una especie de silencio o respeto, que parece que en las redes sociales no se respeta. Algunos sueltan todo tipos de opiniones, que en muchos casos llegan al exabrupto. Se suele argumentar que ahí sí se puede, que ese espacio es personal y es lugar de libertad de expresión obligando a los medios a ser un espacio de mesura y objetividad que no se cumplen en las redes.
En el momento en que nos encontramos, la información fluye de igual manera desde una cabecera editorial como desde la cuenta personal de Twitter o Facebook. El lector configura su opinión con todo en la cabeza y tanto le sirve la reflexión sesuda de un columnista como el chascarrillo de las redes sociales. Con ello se configura la opinión pública y es lo que viene a llamarse «libertad de expresión».
También es bueno entender la diferencia cuando un medio emite una crítica y cuando esta crítica es emitida en una columna de opinión, como esta u otras. No siempre ambos, medio y opinador, tienen que estar de acuerdo. Todos los días aparecen columnas de opinión contradictorias en un mismo medio, y ahí está la gracia.
La variedad es buena. En una sociedad adulta la opinión ácida o comedida, exacerbada o justa, insultante o aduladora… es buena. Es necesaria. Así es como funcionan todos los sectores creativos. Es la manera de crecer, de ajustar los criterios y los valores de cada uno. Sin opinión entramos en una zona de silencio, de impunidad.
Espacio público y crítica
Y es precisamente el espacio público donde se debe ser más exigente. Es habitual el comentario de «no siempre un diseñador tiene que hacer el mejor trabajo de su vida». Cuando operamos en proyectos con dinero público es imprescindible y es ahí donde se desatan la mayoría de las críticas ante un trabajo que no es excelente. A todos nos parece bien que se construya un hospital, una carretera o un aeropuerto con las máximas garantías, pero parece que al diseño no hace falta exigirlo. Bien es cierto que no se puede contentar a todos, pero se debe exigir igual que cuando criticamos que un espacio público no esté bien señalizado.
Lo nuestro es un anacronismo y un anacronismo patrio. Fuera el diseño es juzgado en medios tanto especializados como generalistas, como así lo explica James Greenfield en Creative Review. Él también enarbola la bandera del corporativismo, incluso enarbola la bandera de ¡esto no puede ser! pero interiormente asume que esto forma parte del trabajo y de la nueva realidad.
Imaginad titulares como estos en España: «Cómo se puede crear tal monstruo y soltarlo en el paisaje visual» [BrandNew] «¿Quién querría leer un libro sobre la mierda esa? [Eye Magazine] o «El logo es como un accidente de autobús tipográfico» [Vulture Magazine]
Forma parte del oficio estar expuesto a las opiniones de los demás. Justa o injustamente el profesional tiene derecho a que se le juzgue, a estar expuesto a los comentarios de la sociedad a la que sirve. Lo contrario sería infantilizar la profesión, convirtiendo a los diseñadores en niños a los que no se les puede decir nada por si les produce un trauma. No hablar, no discutir, no debatir, significa cultivar nuestra propia inmadurez.
Infantilización de la sociedad
Al igual que la sociedad, los diseñadores exigen cada vez más –más dinero, más recursos, mejor trato– pero parece que entienden cada vez menos el mundo que les rodea. No quieren oír ni ver nada que les contradiga, los discursos cada vez se polarizan -o estás conmigo, o contra mí- y la visión adolescente de la realidad coge forma: sin ideas, sin capacidad de elaboración, todo belleza superficial, tópicos, tendencias momentáneas y momentos divertidos. Se quieren imponer los derechos, o privilegios, por encima de los deberes o las obligaciones de los adultos.
Todo es muy conservador, se tiene miedo a perder clientes, a perder popularidad. Como comenta Norberto, «si no te metes conmigo, yo no me meto contigo». Todo se tiene que matizar, aligerar, suavizar. Todos los puntos sobre las íes para que todo sea eufemísticamente correcto.
Aceptar las críticas es profesional
No os voy a contar la cantidad de críticas que llegan a la redacción. Forman parte de la exposición pública y las aceptamos, al igual que las alabanzas, de manera natural. Ni unas ni las otras las tomamos de forma transcendental. De ellas es donde la mayoría de veces sacamos lo mejor de nosotros.
Llegados a este punto tenemos que celebrar que los temas de diseño se hayan convertido en mainstream, en populares o en cultura pop. Que los periódicos hablen sobre cultura visual, lo hagan bien o mal, pero que hablen.
Es bueno que nuestra profesión deje de ser tabú, que salga de nuestro ámbito de colegas y pase a dominio público. Si la crítica en diseño empieza a conformar la opinión de la sociedad será bueno para todos. Todos queremos opinar como se opina de fútbol, de cine y de música… ahora, también de diseño.