Hoy es un día extraño. Pese a no conocer de nada a Steve Jobs, todos los que nos dedicamos al diseño tenemos una especial conexión con él. Nuestro trabajo seguro que hubiese sido radicalmente diferente sin su aportación. Recuerdo con total claridad el día que compré mi primer Mac. Pero en este día, gracias al artículo que Juan Puchades hace en Efe Eme recuerdo una anécdota que unió mi trabajo con Steve Jobs para siempre.
En mayo de 2008, estaba en Barcelona haciendo un master, recibí la llamada del director de Efe Eme, una entre tantas que intercambiábamos a diario, con la típica frase: ‘¿A qué no sabes quién nos ha llamado?’. A lo que yo respondí: ‘Pues no’. Inmediatamente llegó de Juan la palabra mágica: ‘Apple’. ¡¿Cómo?!
Luego vinieron los temas legales, la confidencialidad, las necesidades y la entrega de proyecto. Un pantallazo ficticio de la web, desarrollado a medida, en formato vectorial (para poder hacerla tan gigante como necesitaran) que aparecería durante apenas 2 segundos en la presentación online del nuevo dispositivo (nunca le llamaban iPhone).
Diseñar aquella pantalla fue una verdadera lección de por qué Apple es lo que és. La exigencias son extremas en todos los aspectos. Las condiciones técnicas estaban perfectamente detalladas, formatos, dimensiones, necesidades… no había nada que se dejara a la improvisación y quedaba todo claro desde el minuto uno.
Pero también fue todo un aprendizaje descubrir el batallón de temas legales. Ni una sola coma podía aparecer sin que tuviéramos todos los permisos legales sobre aquello. Cada titular, cada foto, software, tipografía… absolutamente todo tuvimos que hacerlo con una legalidad escrupulosa.
Durante dos meses desarrollamos todo y el día de la entrega definitiva, hablando con Apple en California, nos indican que todo está correcto pero que antes de la aprobación definitiva, el propio ¡Steve Jobs lo supervisaría! Si estaba todo correcto, nuestro trabajo estaría finalizado. Nos decían con total normalidad que estuviéramos preparados para cualquier cambio ya que Steve era muy exigente y minucioso. Fama conocida de sobra dentro de Apple por la exigencia de calidad en todo lo que hace la compañía.
Aquel día me sentí como un estudiante en una especie de examen final en el que te evalúan todo. La técnica, la estética… Y en realidad fue una gran lección. Nunca sabré si realmente aquello lo vio Steve Jobs, pero en el fondo da igual.
Aquel día aprendí que debo trabajar como lo hice entonces. Pensando en que en mi trabajo debe ser tan estricto, minucioso, exigente y legal como si lo fuera a ver Steve Jobs. Este pensamiento, junto a la gran conferencia que dio en Stanford son algunos de los pensamientos que de vez en cuando vuelven a mi cabeza: «Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy? Y si la respuesta es ‘no’ durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo».
¡Gracias Steve!, porque sin saberlo has hecho que cada día haga mi trabajo como si fueras a supervisarlo. Y porque cada vez que empiezo un proyecto me pregunto si es el trabajo que me gustaría hacer si fuera el último día de mi vida.
Seguiré hambriento. Seguiré loco. Porque la gente que está tan loca como para pensar que puede cambiar el mundo son los que lo consiguen.
¡Gracias Genio!