«El cartel, un espacio para la disidencia», por Óscar Guayabero

Este pasado agosto nos ha regalado un buen ejemplo de cómo el cartel sigue siendo un territorio propio de la agitación, la protesta, la provocación y la disidencia.

Aunque no hemos visto ninguno de los dos carteles físicamente en las calles, el formato cartel ha vuelto a ser protagonista de polémicas, censuras y proclamas.

Curiosamente ninguno de los dos es un cartel político, en el sentido estricto del término, pero ya sabemos que todo lo que hacemos y más si se trata de comunicación es político. Ambos han topado con la censura, pero de forma distinta.

Empecemos por el cartel que Javier Jaén ha hecho para la última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas. La imagen, en la línea de trabajo habitual de Javier contiene dobles lecturas, poética y también interpelación al observador. Las redes de Zuckerberg activaron el protocolo antipezón con el que llevan trabajando desde hace años.

La imagen, en la línea de trabajo habitual de Javier contiene dobles lecturas, poética y también interpelación al observador.

No intentaré aquí explicar el absurdo del límite del pezón (femenino), ya se ha escrito suficiente y el movimiento #FreeTheNipple ya ha dado todas las razones que el sentido común es capaz de desarrollar. De nada ha servido, de momento. El cartel, por cierto, y pezones aparte, sigue una línea gráfica muy respetuosa con la que inició Juan Gatti y Oscar Mariné.

Lo que sí me interesa es analizar la decisión de hacer y aprobar ese cartel. Ya escribí hace tiempo que Javier Jaén tiene una enorme capacidad para ser político mientras comunica. Es decir, su prioridad es comunicar, llevar el mensaje del artículo, texto, disco o película hasta el usuario de la forma más efectiva y al mismo tiempo sugerente posible. Ese me ha parecido siempre su objetivo, tanto cuando trabaja para prensa como para actividades culturales.

Pero en casi todos los trabajos hay algo más, y ese algo es una reflexión ética y estética jugando con la memoria colectiva y los límites de lo «moralmente» aceptable. En este caso esa teta/ojo que llora nos enfrenta a una imagen que a algunos puede incomodar. Quizás esa era la idea, incomodar, para repensar cómo invisibilizamos desde la lactancia materna a la montaña rusa emocional/hormonal que las mujeres afrontan con el embarazo y el parto.

En este contexto, intuyo que el equipo de comunicación de la productora ya tuvo en cuenta la previsible censura que Facebook e Instagram aplicarían. Algunos podrán pensar que ha sido una estrategia de marketing para salir en los medios. Es muy posible, pero esa estrategia es, al mismo tiempo, un reto que han lanzado. Y la jugada ha sido ganadora. Las redes se han disculpado y han reestablecido la imagen que había sido compartida por miles de usuarios, con el conocido efecto Streisand.

El segundo cartel es en realidad una adaptación de todo el trabajo gráfico que el diseñador zaragozano Emilio Lorente ya hizo para la salida del álbum Puta, de la cantante Zahara. En la imagen del cartel vemos a la artista emulando lo que podría ser la representación de una supuesta virgen María. Sobre su pecho, además de un muñeco que parece un niño, una banda azul, como las de las mises o las falleras, con la palabra que da nombre al disco.

En este caso, no han sido las plataformas de las redes sociales las que han aplicado la censura sino el partido que gobierna Toledo, el PSOE a petición de Vox. No hace falta ser muy astuto para ver que en esa demanda del partido de ultraderecha hay una más de sus acciones promocionales que, de momento, le están resultado rentables. A saber, usar los legítimos sentimientos religiosos para visualizarse como defensores de las tradiciones y los valores morales (los de algunos). El resultado ha sido que el Ayuntamiento no ha anulado el concierto, como pedía el partido de Abascal, pero sí ha retirado el cartel.

Tampoco creo que sea necesario explicar lo tergiversado de ver una ofensa a una imagen religiosa (como si esta fuera un ser pensante y sintiente). Lo que sí me parece relevante es que la polémica llegue con el cartel, siendo una imagen que ya existía. En realidad, en la portada hay una incluso más provocativa con una Zahara/María fumando.

Obviamente, no son los primeros casos, ni serán los últimos que por un motivo u otro los carteles generan controversia, censura e incluso reacciones más graves. Solo hay que recordar que al segundo director de la Bauhaus, Hannes Meyer, lo expulsaron por dejar imprimir unos carteles del partido comunista en la imprenta de la escuela.

Durante la dictadura española, muchos carteles de cine de películas americanas eran modificados, sobre todo para mostrar a las actrices más recatadas que en el original. Durante la transición, sindicalistas y activistas se jugaron el tipo para colgar carteles reivindicativos que te podían costar una paliza de los grises o directamente la cárcel.

Pero sin ir más lejos, recuerdo que el cartel de Nazario, en las Festes de la Mercé de 1999, fue tachado de anticatólico porque mostraba la imagen de los gigantes de las fiestas, con rasgos árabes y una luna mora en el cielo de su amada Plaza Real. En el cartel de la versión norteamericana de Los hombres que no amaban a las mujeres se colocaron unos números bien grandes para ocultar el pecho del personaje Lisbeth Salander. El cartel promocional de la película Coco Chanel fue modificado porque la actriz salía fumando. De hecho, en EE.UU. es muy habitual, aún hoy, censurar carteles, casi siempre por exceso de lo que ellos consideran erotismo o pornografía.

Polémicas iguales no suelen suceder, aunque se han dado casos, con portadas de libros o de discos, a menos que se haga una versión cartel de estos. Y cabría preguntarse por qué el cartel sigue teniendo ese poder de agitación.

Yo diría que en nuestro imaginario colectivo el cartel sigue siendo la interfaz de comunicación ideológica por antonomasia.

Yo diría que en nuestro imaginario colectivo el cartel sigue siendo la interfaz de comunicación ideológica por antonomasia. Desde los orígenes de la revolución industrial e incluso antes, los carteles se han usado para comunicar, pero también para protestar, opinar, agitar, movilizar, etc. Después del Mayo del 68 no podemos entender el cartel como un simple soporte publicitario porque aquello que, espontáneamente o no, nos grita desde cualquier tapia, muro o pared nos interpela directamente.

Quizás por eso, en muchas ciudades los espacios donde es posible fijar carteles de forma gratuita han casi desaparecido. Ya en su momento reivindiqué este soporte y lo hago por la convicción de que no hay un mejor soporte que en términos cognitivos nos remita tanto a la protesta espontánea.

En 2005, Milton Glaser junto con Mirko Ilic y Tony Kushner publicó el libro The Design of Dissent: Socially and Politically Driven Graphics, en ese diseño de la disidencia los carteles ocupan casi la totalidad de las piezas. Glaser, perteneciente a la generación de la contracultura de los años 60, también él consideraba el cartel como la principal pieza de activismo político del diseño.

Resumiendo, el cartel sigue siendo, a pesar de su pérdida de la corporeidad, un espacio de expresión y de diálogo entre las ideas (cualquiera que esta sea, desde una ideología a un concierto y sociedad) con el diseño como mediador. Si antes eran las calles, donde ese diálogo (no siempre amable) se producía, ahora son las redes sociales donde se visualiza, viraliza, censura o donde trasciende y produce la censura on y offline.

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