Las redes sociales echan humo desde que salió a la luz el cartel de la Copa Davis. Los motivos son varios. El primer rapapolvo tiene que ver con lo pobre que es el concepto que refleja la comunicación del torneo, donde se vuelve a los estereotipos manidos de España, flamenca y olé. Y sí, es cierto que el torneo se celebra en Sevilla, pero ¿qué pasaría si la Davis se celebrara en Madrid? ¿Esa figura tendría que ir vestida de chulapa? Y en el caso de Valencia, ¿con la peineta de valenciana? Entendemos que no, ese no es el camino correcto. Pero a la hora de demonizar y echar culpas a alguien hay que pararse un poco y pensar ¿a quién hay que abroncar? ¿Al estudio o agencia responsable del diseño, al Ayuntamiento o a la Federación de Tenis que ha sido quien finalmente ha decidido la imagen del cartel? ¿Acaso ha habido un briefing y unos objetivos de comunicación definidos? Mucho nos tememos que no.
El tercer motivo es ya la cuestión estética. Muchas voces alegan que ese vestido de faralaes estampado con pelotas de tenis chirría a la vista, pero cuidado, que aquí entramos en el terreno de la opinión y todos sabemos que para gustos, colores. Y sí, que está muy bien eso de decir «Cualquiera de nosotros hubiera hecho un cartel de la Copa Davis», como ya sucede en el grupo que se ha formado en Facebook y que mantiene un intenso debate, pero a la hora de la verdad, habría que ponerse en la tesitura real y averiguar aspectos como ¿qué objetivos se han marcado en la comunicación? ¿Qué plazos de entrega ha habido? Y algo fundamental, ¿cuál ha sido el presupuesto total asignado para el proyecto? Seguro que no se han escatimado dineros en los profesionales que nos defenderán en la pista, hoteles, viajes, comidas, asistentes… incluso en el montaje de las instalaciones, de las zonas VIP…
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