«Cuando todo era posible», por Óscar Guayabero

La exposición Underground i Contracultura a la Catalunya dels 70 recoge los elementos gráficos que visualizan aquello que ocurrió en Cataluña hace cincuenta años.

Se muestra en el Palau Robert de Barcelona, Underground i Contracultura a la Catalunya dels 70, un proyecto expositivo comisariado por Pepe Ribas que intenta hacer memoria de lo que fueron los años del tardofranquismo y la transición democrática.

Como suele pasar en estos casos, donde la memoria se ha de mostrar, son los elementos gráficos los que visualizan aquello que ocurrió y los que generan una línea narrativa y visual a lo largo de la exposición.

Tanto en la exposición como en el catálogo, la expresión gráfica, el papel impreso, los posters, las portadas de discos o libros, las pancartas, los fanzines, las publicaciones de todo tipo, los cómics, los flyers o los manifiestos muestran cómo se expresaba esa generación del cambio nuestro imaginario, también en términos gráficos.

Es una muestra más de que, en muchas ocasiones, los elementos gráficos son los rastros visibles perdurables de fenómenos, movimientos y acontecimientos del pasado. No suele darse ese valor documental al diseño gráfico de cada momento y creo que se debería reivindicar. No solo vemos lo que decían, gritaban o convocaban, vemos cómo lo hacían, con qué tipografía, colores, composiciones, formatos, papel y técnica de impresión y eso nos da muchas pistas de cómo era esa sociedad, ese momento, ese grupo.

En esos términos es interesante cómo, años después del estallido de la psicodelia en San Francisco llegan algunos coletazos a nuestro país. El retraso se debe, obviamente a la censura franquista y la desconexión de buena parte de lo que ocurría fuera. Nuestros 70’ son a la vez los 60’ del flower power que se mezclan con los primeros atisbos del punk. Fue una década que dio para mucho.

Si hay algún rasgo común en buena parte de esa gráfica sumergida es el amateurismo. La razón es simple, la profesión del diseño, pese a los pioneros de los 50’ i 60’, no estaba establecida aún. Casi no había diseñadores tal como lo entendemos hoy en día y pocas eran las escuelas donde se pudiera estudiar algo parecido al diseño gráfico (grafica publicitaria se le llamaba entonces).

Pero, además, el propio espíritu del DIY Do It Yourself, que se haría popular con un punk (una herencia de las comunas hippies) aquí era una necesidad, por la precariedad de medios, pero, sobre todo por la censura que aún existía en la transición. Infinidad de publicaciones, ya fueran libros o revistas de temáticas diversas (desde la poesía, a la ecología, la música o el teatro), se hacían desde el intrusismo gráfico forzado por la necesidad y las ganas de hacer, aunque no se tuvieran los conocimientos para ello.

El resultado son algunas publicaciones imperfectas, en ocasiones ingenuas, feas, obvias y sin sentido, pero en muchas otras, libres, experimentales, arriesgadas y sorprendentes. Sucede lo mismo con los conciertos y discos. Los carteles de festivales y actuaciones se «diseñan» desde una posición periférica del diseño, algunos acabarían siendo grafistas de renombre, pero entonces no eran más que estudiantes de bellas artes descarriados al lumpen gráfico. 

Capítulo aparte merecen los cómics, o más concretamente los comix, nombre que se les dio a aquellas historietas gráficas que se alejaban de la línea clara y se adentraban al llamado cómic sucio, con influencias evidentes de Robert Crumb y el resto de los dibujantes de la contracultura norteamericana. Historias de antihéroes, con sus penurias y sus aventuras nocturnas donde había libertad para abordar temas como la homosexualidad, el sexo libre, el uso de las drogas y los modelos no ortodoxos de convivencia.

Esos comics no intentaban ser preciosistas, ni tan solo comprensibles para la mayoría, pretendían mostrar una nueva manera de vivir y para ello tenían algunos aliados.

Esos comics no intentaban ser preciosistas, ni tan solo comprensibles para la mayoría, pretendían mostrar una nueva manera de vivir y para ello tenían algunos aliados. Uno de ellos fue la mimeografía, es decir el ciclostil, o como se la solía llamar «la vietnamita» en referencia al conflicto bélico del Vietnam y las estrategias del Vietcong, el frente comunista. Esta técnica de impresión, ciertamente precaria, dio sin embargo una libertad absoluta para editar.

Todo lo que pasaba por imprenta tenía un registro y la censura actuaba con celeridad, pero la autoedición se saltaba ese problema. Luego la distribución se hacía de forma igualmente clandestina, usando «el boca-oreja» o vendiéndola directamente por sus autores y amigos en bares y festivales de música. El resultado gráfico era tosco, con una tinta o dos como mucho, el original se iba degradando a medida que se usaba así que las últimas copias salían emborronadas. No importaba, de hecho, era coherente con la línea «sucia» que reivindicaba lo oscuro, lumpen y marginal.

Esos comix fueron un precedente directo del formato fanzine que se popularizaría con la aparición de la fotocopiadora, el método de impresión más utilizado por el undergorund en la siguiente década. Y con la fotocopia, el Letraset ayudaría a muchos a generar publicaciones independientes, autoeditadas con acabados cada vez más profesionales. La tecnología siempre ha generado lenguajes y el punk no hubiera sido lo que fue sin esos elementos.

La prensa alternativa se nutrió de ese espíritu de autogestión y aunque editadas en offset y con distribuciones «ortodoxas», las revistas del momento tienen mucho de fanzine, de la libertad que da la autoedición. Algunas tuvieron problemas importantes con la censura y el sistema judicial. Aun así, sorprende que, tanto en temáticas como en imágenes, aún hoy muchos de los artículos publicados se enfrentarían a problemas legales.

Lo que antes fue la censura del régimen que aún coleaba ahora es lo políticamente correcto y un sistema judicial que poco o nada ha cambiado. La contracultura de San Francisco y el punk incipiente venido de Londres se mezclan en ellas de forma fascinante. La necesidad del punk de «matar al padre», es decir al hipismo, reafirma en realidad esa relación paternofilial.

La ilustración (predominantemente venida del cómic) y la nueva fotografía son complementos indispensables para ver las conexiones entre el flower power y el no future.

Pero si hay un elemento esencial en todas esas expresiones es el collage. De raíz dadaísta, el collage underground es capaz de generar narrativas no lineales, imágenes psicotrópicas y relatos múltiples con medios muy limitados. Con tijeras, pegamento y revistas viejas, con ayuda del Letraset en algunos casos, fueron capaces crear una gráfica altamente explosiva y por tanto eficaz para conectar con un público ansioso de romper los márgenes de lo permitido.

Todo eso está en Undergorund y Contracultura a la Catalunya dels 70, tanto en la exposición como en el catálogo, aunque quizás es más evidente en este segundo. El libro, que recomiendo encarecidamente, es una pieza, que pese a no pretender ser completa y exhaustiva y quizás mejorable en términos documentales, es ya hoy, un referente importante para nuestra historia gráfica.

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