Normalmente un jurado de cualquier tipo de concurso o convocatoria para seleccionar a alguien —bien sea para un premio o para realizar un proyecto— suele componerse por personas bien seleccionadas.
Suele buscarse a especialistas de la materia, a los mejores de cada campo. Lo más importante es que sean profesionales de la materia que deben juzgar. Es así en todas partes del planeta. Ser miembro de jurado ya es un honor en sí mismo, y en la mayoría de procesos el jurado es el que marca el prestigio del concurso o premio.
En las llamadas a proyecto el proceso es un tanto especial.
En primer lugar son varias asociaciones, con intereses muy diferentes, las que participan en la organización y confección del jurado y de las normas que rigen la competición.
En segundo lugar, suele ser miembro del jurado alguien de la junta «si puede o le interesa» y si no se delega a algún asociado. No importa si es competente en la materia. Se trata de una especie de representante, una especie de cuerpo diplomático de cada asociación el que se presenta al concurso.
Tanto en entrevistas, como en investigaciones que hemos realizado en Gràffica, casi siempre es así. «Va quien puede». «Nos llamamos entre los miembros de la junta». «Si no puede uno, va otro». «Va quien menos trabajo tiene». Esos son todos los méritos.
¿Qué ocurre cuando se reúne el jurado? Que los que allí aparecen son cada uno de una casa diferente. No solo no hay una dirección de cómo y qué juzgar, sino que cada uno juzga en función de los intereses de quien representa. Es muy difícil pensar que todos los miembros del jurado están preparados para juzgar lo mismo. Los ojos de un diseñador no tienen nada que ver con los de un publicista o un ilustrador. Son mundos muy diferentes y cada uno ve lo que quiere ver.
Curiosamente casi nunca se publica y se sabe quienes son los miembros del jurado de las llamadas a proyecto. Pero nuestras indagaciones desvelan que hay muchas repeticiones y muchos intereses cruzados.
Si se hace un cruce de quien está de jurado y quienes son los agraciados con el premio, en muchas ocasiones se llega a relaciones evidentes. Proveedores habituales, colaboradores habituales, y amigos habituales. Si no estás en la esfera de las asociaciones tienes muy pocas posibilidades. Si no eres conocido no te van a señalar aunque tu capacidad sea mayor que otros.
Desde hace tiempo observamos que, además, hay una especie de ley no escrita en la que los premiados se alternan. Una vez un diseñador, luego un ilustrador y otro un publicista. Hay que ser ecuánimes no sea que siempre salgan del mismo colectivo.
No cabe duda que los premiados siempre lo merecen. No cabe duda que la elección suele ser acertada pero las formas en muchas ocasiones también son importantes.
Se debe velar por que el jurado sea el mejor y el más preparado. No una especie de representación consular. Incluso es deseable que sean profesionales externos de la ciudad por aquello de la imparcialidad.
Y todo esto porque optamos por la modalidad ‘concursil’ que es lo que son las llamadas a proyecto, porque la opción del ayuntamiento de Madrid de tener un director de arte que sepa elegir me parece mucho más acertada y nos dejaríamos de tanto populismo. ¡Qué todo el mundo participe! Un populismo entre la administración y las asociaciones, en las que todos salen ganando: unos porque les hacen el trabajo y los otros porque están al lado del poder.