La fotografía de Francesc Català-Roca (Valls, 1922-Barcelona, 1998) constituye la piedra angular de la fotografía documental en España. Su discurso en blanco y negro conjugó la belleza de lo cotidiano con la realidad, a veces dura y amarga, de mediados de los 50 y los 60 del siglo pasado. La Sala Kubo –Donostia– muestra 150 imágenes de uno de los mejores fotógrafos documentales europeos del siglo XX.
_
El discurso de Francesc Català-Roca está lleno de «autenticidad, fe y consciencia», explica el fotógrafo, editor y comisario de exposiciones Chema Conesa. El reportaje fotográfico estaba libre de toda experimentación y tentativa artística. Él mismo se consideraba un profesional de la fotografía cuya función era documentar aquello que se presentaba ante sus ojos, rechazando la idea de artista. «Su misión –según Conesa– era rescatar, inmovilizar instantes que la misma fotografía convertirá en relevantes. Sin intervenir. Sin añadir más construcción que la elección del instante y la óptica». Sin embargo, aunque sin pretenderlo, además del valor documental no se puede negar el gran valor artístico del legado fotográfico de Francesc Catalá-Roca. Sus fotografías son «iconos de la memoria».
Francesc Català-Roca nació 19 de marzo de 1922 en Valls, hijo del legendario Pere Català i Pic, también fotógrafo industrial y especializado en publicidad. A los 13 años empezó a trabajar con su padre, quien no quiso permanecer al margen de los nuevos lenguajes gráficos, se interesó y participó en los discursos de las vanguardias de anteguerra. Conoció y se interesó por la obra de Man Ray y fue autor de algunos carteles de propaganda para la causa republicana. Como aprendiz, Francesc convivió con las tendencias de modernidad y con el espíritu inquieto y curioso de su padre.
Durante la guerra, trabajó como responsable del archivo y ayudante en la imprenta en el Comisariat de la Generalitat de Catalunya. La relación de Català-Roca con el mundo de la publicidad, el grafismo y la fotomecánica le proporcionó una visión moderna de la fotografía. Al mismo tiempo, su trabajo en el Comissariat de Propaganda le permite conocer a personajes como al anarquista Durruti, Errol Flynn o André Malraux.
Una vez acabada la guerra gracias a las destrezas aprendidas en la imprenta, como la de saber utilizar la máquina offset, encontró trabajo a partir del cual mantenía a toda la familia. En 1948 abrió su propio laboratorio fotográfico. Esta emancipación le permitió encontrar su propio estilo alejado de la fotografía publicitaria que hacía su padre.
La casi totalidad de las corrientes vanguardistas del momento, que Francesc conoció de manos de su padre, materializaban el concepto del mensaje en un arte final plasmado con una técnica de manipulación compleja y por lo general muy elaborada. La minuciosidad en la construcción de todo esto le obligó a ser muy detallista en cuanto a la técnica y, al mismo tiempo, cimentó la certeza de su credo fotográfico en la dirección opuesta, en la no manipulación de las imágenes, en la representación del mundo que le rodeaba sin trucos inducidos más allá de los que impone la química fotográfica.
Definió como una buena foto aquella que reflejaba una historia bien contada. Frecuentemente decía: «Estoy más cerca de la literatura que de las artes plásticas». Nada le exaltaba y hasta enfurecía más que estas veleidades acomplejadas de la fotografía frente a la pintura u otras artes manufacturadas como la pintura o la escultura. La fotografía era una vía de comunicación múltiple, cuyo valor residía en la posibilidad de la multiplicación hasta el infinito de imágenes tomadas para diferentes usos, entre los que destacaba el documental.
Para Francesc Català-Roca una buena fotografía es aquella que está hecha para reconocer cómo somos y para reconocer a los otros. La copia no tiene mayor valor que su uso para comunicar, para dar a conocer. De ahí que, lejos de amputar o reducir las imágenes a objetos decorativos, cuidadosamente enmarcados y presentados Català defendía la copia reemplazable, sin necesidad de protección más allá de unos listones de madera a modo de bastidor en la parte de atrás, que permitieran la rigidez suficiente.
Fue el primer fotógrafo en obtener el Premio Nacional de Artes Plásticas, que se le otorgó cuando ya contaba con sesenta años. Cuando aún no la fotografía no se había integrado oficialmente en ellas, años más tarde se creó el específico Premio Nacional de Fotografía.
Más allá del galardón, el hecho constituyó para él el triunfo de la fotografía en España. En relación a este premio Català comentó «personalmente fue muy importante, pero sobre todo se lo dieron a la fotografía; enseguida imaginé que se lo concedían a mi padre, a Man Ray, a Bresson, etc., que son la base, gracias a ellos estoy hoy aquí. A mí me tocó ser el polarizador de este premio. Para mí los premios son mis clientes, me los dan cuando me llaman para trabajar con ellos y además son monetarios. Para mí es un honor que un personaje como Chillida me llame para hacerle unas fotos. Ese es mi premio y vivo de él».
Exposición Català-Roca. Obras maestras
Sala Kubo – Donostia/ San Sebastián
Del 14 de febrero al 1 de junio de 2014
Comisario: Chema Conesa
_______
+info: catala-roca.com
Actualizado 01/03/2014