El diseñador Ronald Shakespear exhibe una serie de nuevos retratos en su muestra Caras y Caritas: Medio Siglo Después. Una cita con personalidades de la cultura y del diseño como Tomás Maldonado, Bob Gill y Rubén Fontana.
La exhibición de fotografías Caras y Caritas: Medio Siglo Después en el Centro de Diseño ORT (Buenos Aires, Argentina), representa una de las más vívidas interpretaciones estéticas de Ronald Shakespear. Las nuevas figuras que retrata –el ojo de un diseñador que piensa con una cámara de fotos y el espíritu guía de Irving Penn– son tan alusivas como las estampas espectrales de Rómulo Macció en París (1964), Orson Welles en Madrid (1964) o el ex-presidente argentino Arturo Frondizi en la comodidad de su sillón (1965). En esa esencia, Tomás Maldonado, Quino y Juan Carlos Distéfano, junto a otros maestros como Bob Gill, Rubén Fontana y Gui Bonsiepe, conmueven en sus claroscuros y se convierten en referencia para las generaciones llegadas que, distraídas, no las encuentran en el menú de su top of mind. Con principio organizador, Ronald Shakespear –para quien las fotos, según revela, son y han sido su libertad–, logra en esta secuela su anhelado cometido, es decir, convertir en clásico su catálogo de Caras y Caritas, original de 1966.
Ronald Shakespear indaga esta parte del siglo, seleccionando de forma certera a quienes retrata, bajo el signo de la tenacidad y la admiración. Nos consta. «Solo incluí amigos de gran talento», nos dice. En esa justicia poética y capacidad curatorial, ¿cuánta historia hay en la reunión en una plaza con Tomás Maldonado veinte años después? Existe en ese reencuentro un hecho histórico para los archivos del diseño, cuyo eco resulta vital. ¿Y en el reposado encuentro con su maestro Juan Carlos Distéfano tras cincuenta y cinco años? Un rostro que dice mucho en los pliegues de su discreción, a quien Shakespear agradece por prestarle su cara. «Es el escultor más importante de la Argentina. Me enseñó todo lo poco que sé. Fui su peor discípulo», agrega aunque no le creemos. El registro fotográfico de Shakespear modula el grano de la voz y la conversación amena, con la naturaleza como testigo y la cámara como estandarte. El hombre peregrina en busca del retrato ideal. Baja al sótano de nuestra historia y trae amistades y testigos de la mano. «Te quiero sacar un retrato para mi exposición», le dice a Quino en su departamento de Santa Fe y Talcahuano, mientras Mafalda los mira.
Como Erik Spiekermann, Shakespear le rinde homenaje a la Leica F3 de preguerra. Como Hillman Curtis, hace un culto de las peripecias del diseñador moderno. No habla de técnica, sino de grandes inspiradores de la luz. No utiliza estudio, sino la sombra de los árboles. No busca la pose, –frente al dispositivo muchos nos confundimos–, sino el instante. Se escucha crecer el pasto mientras hace foco. Como describe su experiencia la escritora Amélie Nothomb frente a las órdenes del célebre Jean-Baptiste Mondino,”lo que quiero es que estés vacía. Que no sientas nada”. Y algo de eso sucede en su aventura de composición no tecnicista y disparo medido, donde su juicio estético legitima el retrato simple, en tiempos de capitalismo artístico y fascinación por la desmesura del espectáculo de variedades.
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Actualizado 21/05/2015