¿Y si las redes sociales ya hubieran muerto y nadie se hubiera dado cuenta?

Cada cierto tiempo alguien proclama el fin de las redes sociales. Que si Facebook agoniza, que si TikTok aburre, que si X (antes Twitter) se vacía. Yo mismo suelo desconfiar de esos epitafios digitales, las redes siempre encuentran la forma de mutar y sobrevivir. Aun así, el análisis publicado por John Burn-Murdoch en el Financial Times aporta algo distinto: una tendencia medible y sostenida que quizá esta vez sí marque un cambio de ciclo en la relación global con las plataformas. Basándose en los datos de GWI (GlobalWebIndex), firma de análisis de audiencias digitales que estudia el comportamiento de más de 250.000 adultos en más de 50 países, el estudio muestra una caída cercana al 10 % en el uso diario entre 2022 y finales de 2024. El fenómeno, lejos de ser puntual o fruto de la resaca pospandemia, parece marcar un punto de inflexión más profundo: el momento en que las redes sociales, tras años de expansión y mutación, pierden atractivo y sentido. El periodista británico John Burn-Murdoch lo resume con ironía al decir que quizá, cuando miremos atrás, recordemos septiembre de 2025 como el momento en que las redes sociales “saltaron el tiburón” (jumped the shark), expresión popular que en inglés describe el instante en que algo que fue innovador empieza a degenerar en una caricatura de sí mismo. Del “social” al “antisocial” Los datos del FT reflejan una transformación que va más allá del tiempo de pantalla: lo que ha cambiado es la naturaleza misma de la experiencia social en internet. Las redes, nacidas para conectar a personas, son hoy (según Burn-Murdoch) entornos cada vez más “antisociales”, donde la interacción humana real ha sido sustituida por la lógica del scroll infinito, los contenidos generados por inteligencia artificial y la economía de la atención llevada al extremo. Su artículo apunta a una paradoja: cuanto más aparentan las redes ser sociales, menos lo son en realidad, porque cada vez hay menos interacción humana y más automatización del contenido. Las nuevas plataformas anunciadas por Meta o OpenAI, centradas en vídeos cortos generados por IA, representan para el periodista británico la culminación de esa deriva. Y lo resume con una frase que duele por su precisión: “Este es el contenido ultraprocesado: denso en dopamina, pobre en información y corrosivo en sus efectos”. La metáfora alimentaria no es casual. Igual que los alimentos ultraprocesados saturan sin nutrir, el consumo compulsivo de vídeos y reels vacíos de contenido informativo provoca un empacho de estímulos. Y sin embargo, hay apetito para ello. El periodista británico lo llama “slop” (papilla digital): una mezcla de ruido, placer culpable y dopamina fácil que mantiene a flote un ecosistema de miles de millones en publicidad. El desgaste del modelo En el informe “The 2025 Social Media Report” de GWI, los analistas subrayan que las redes siguen ocupando un lugar central en la vida cotidiana (más de una cuarta parte del tiempo en línea se dedica a ellas), pero su función está cambiando. Ya no son el escaparate aspiracional que prometía visibilidad, sino un espacio funcional de información, mensajería y consumo. El estudio de GWI confirma, además, una grieta generacional: los jóvenes entre 16 y 24 años siguen siendo los más activos, pero también los más ambivalentes. Son quienes más tiempo pasan en redes y, al mismo tiempo, quienes declaran que estas les generan ansiedad. No se trata solo de cuánto se conectan, sino de para qué lo hacen. Los usuarios que utilizan las redes para debatir ideas o establecer nuevos contactos tienden a percibirlas como algo positivo; quienes lo hacen de forma pasiva, dentro de círculos cerrados, las asocian más con estrés y fatiga. Burn-Murdoch coincide: el problema no es solo la cantidad de tiempo, sino la calidad de la interacción. Las cifras de GWI muestran que, desde 2014, el porcentaje de personas que dicen usar redes para “mantener el contacto con amigos”, “expresarse” o “conocer gente nueva” ha caído más de un 25 %. En paralelo, crece el uso automático (abrir una app para “matar el tiempo”), síntoma de una navegación cada vez menos consciente y más impulsiva. El punto de saturación La hipótesis del autor es provocadora: puede que hayamos llegado al punto de saturación de las redes sociales, ese momento en que la experiencia deja de aportar valor y empieza a expulsar usuarios. En su análisis, el declive no se limita a una fatiga pasajera, sino a un proceso de “enshittification” (Mierdificación), el término acuñado por el escritor tecnológico Cory Doctorow para describir cómo las plataformas digitales se degradan a medida que priorizan los beneficios por encima de la experiencia del usuario. En su etapa final, dice Doctorow, las plataformas se convierten en “máquinas de maximizar el tiempo de pantalla”, dispuestas a todo para retener atención aunque eso implique sacrificar su razón de ser. Burn-Murdoch aplica esa idea a las redes sociales contemporáneas: ya no son redes de personas, sino redes de contenido, donde la producción automatizada ha desplazado a la interacción humana. La atención ya no se organiza por vínculos, sino por algoritmos. En palabras del informe, hemos entrado de lleno en “la era del algoritmo social”, donde el número de seguidores importa menos que el tiempo de visionado, los guardados o las reproducciones completas. La excepción americana En el panorama global descrito por el Financial Times, hay una excepción inquietante: América del Norte. Mientras el uso cae en Europa y otras regiones desarrolladas, el consumo de redes sigue creciendo en Estados Unidos y Canadá, un 15 % por encima del promedio europeo. Allí, según Burn-Murdoch, la dieta digital se compone cada vez más de “retórica extrema, cebos de interacción y papilla mediática”, un cóctel que mantiene la atención a base de polarización y ruido emocional. La paradoja es evidente: mientras una parte del mundo empieza a desconectarse, otra se radicaliza en su hiperconexión. El debate sobre si las redes dañan la salud mental o la cohesión social sigue abierto, pero Burn-Murdoch apunta a una evidencia difícil de rebatir: cada hora invertida en las plataformas es una hora menos de interacción real. Y si esa tendencia empieza a revertirse, quizá estemos ante una buena noticia. Del desencanto a la madurez digital Ni el Financial Times ni GWI anuncian el fin de las redes sociales. Lo que describen es algo más sutil: un cambio de fase. El entusiasmo inicial se ha agotado, los hábitos se estabilizan y el usuario empieza a buscar propósito. GWI lo resume con una frase que funciona casi como moraleja: “No podemos desinventar las redes, pero sí podemos hacer que el tiempo que pasamos en ellas valga la pena”. Tal vez ese sea el verdadero reto de la próxima década digital: reaprender a estar conectados sin dejar de estar presentes. Porque si algo muestran los datos, es que no se trata de cerrar sesión, sino de recuperar el control sobre cuándo, cómo y por qué lo hacemos.

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