Óscar Guayabero reflexiona sobre las bondades de copiar como ejercicio de análisis y el perjuicio que los plagios suponen a los creativos.
Cíclicamente, ilustradores/as o diseñadores obtienen una notoriedad pública que escapa al estricto ámbito de la profesión. Y en casi todos los casos, al poco tiempo, aparecen versiones más o menos afortunadas de obras suyas. Las más torpes son la utilización directa de una pieza del autor sin su permiso, como en este último que hemos conocido de Malika Favre y Carrefour. No es la primera vez que sucede y es habitual ver en cadenas de tiendas de ropas estampados extraídos directamente de otros contextos y reproducidos sin más. Pero no siempre es tan evidente, normalmente se calca el estilo. En la mayoría de los casos son campañas de publicidad. En el caso de los ilustradores es muy evidente, pasó con Mariscal, con Jordi Labanda, con Paula Bonet, con Juanjo Saez y con muchos otros y otras.
mirar con la mirada del otro
Yo doy clases de Historia del Diseño en varias escuelas y en algunos ejercicios les pido a los alumnos que copien a un autor. Siempre les digo que no copien los tics, sino que intenten imitar la estrategia la manera en que ese profesional se ha enfrentado a la pieza gráfica. Eso es muy difícil, porque hay que entender el trabajo que estamos copiando. Hay que ser capaces de ponernos en su lugar, de mirar con su mirada y eso nos obliga a aprender. En la mayoría de los casos a los alumnos les es imposible, suelen tirar de recursos gráficos parecidos, tipografías, trazos, gamas de color, formas, composiciones. Pero en algunos casos excepcionales lo ves. Miras el trabajo y entrevés como el alumno ha percibido el modus operandi del autor que emula y puedes estar seguro de que ha aprendido un montón.
Creo que esa es la diferencia entre copiar y calcar que, aunque es un debate lingüístico absurdo a mí me interesa ahora explicar. Alrededor de la copia se ha escrito profusamente, ya hace años de aquella fantástica exposición Cocos (Copias y coincidencia) de Juli Capella y Ramón Úbeda. Copiar es entender el original, aprender de él y desarrollar tu propio trabajo a partir de ahí. Como cuando los grupos noveles aprenden a tener su propia voz, tocando temas de otros que les precedieron y luego en su primer LP, ves como aplican aquello que han copiado/aprendido. Calcar es simplemente quedarse en la epidermis, en la forma resultante y repetir esos rasgos formales, aun cambiando el motivo de aquello que se calca. Desde esta mirada, podríamos afirmar que tanto Mariscal, como Jordi Labanda, Miguel Gallardo, Malika Favre y tanto otros, copian, efectivamente. Su trabajo no parte de la nada, hay referencias a ilustradores de los años 50 en muchos casos, desde los primeros cartoons a las ilustraciones de moda. Pero esas referencias están asimiladas, deglutidas y evolucionadas hacía un lenguaje propio.
Es mucho más fácil que eso suceda con creadores que tienen un estilo muy marcado porque calcarlo es más fácil. Y las agencias de publicidad suelen tener la tentación de pedir «un Mariscal» más barato que el original o «un Paula Bonet» con menos remilgos por promocionar un producto. El hecho en sí es lastimoso e injusto, ya que no se trata de copiar para aprender sino de calcar para hacer dinero rápido. Pero el efecto más perverso de esos calcos es la saturación que sufre el usuario del estilo que se fusila.
sobreexposición
Llegó un momento en que parecía que todo lo hacía Javier Mariscal y al cabo de unos años pasó con Jordi Labanda. Esa saturación se traduce casi siempre en hartazgo e incluso en desprecio por esa manera de hacer. «Otra vez la pesada de Julia Solans con sus bromas haters», «qué plasta Javier Jaén con sus poemas visuales a lo Brossa», «otro juego con sombras y erotismo de Malika». Luego descubres que en realidad esa campaña no es suya, pero la mayoría no lo sabe y tampoco tiene ni tiempo ni ganas de averiguarlo. Y las consecuencias suelen ser que el autor «se quema». Recibe menos encargos porque «ya está muy visto». Esa es, para mí, la peor consecuencia.
La sobreexposición de un autor nunca da buenos resultados y los ilustradores suelen medir los encargos para no caer en ello. Pero los calcos low cost, que aparecen de debajo de las piedras, hacen que esa mesura se desbarate y nos hartemos de ellos. Cuenta Paula Scher que le pasó eso mismo cuando hizo la identidad y cartelería del Teatro Publico de Nueva York. Es estilo «funky y urbano» como se le llamó entonces, llenó las calles, pero la mayoría no eran de Scher ni de ese teatro. Así que se vio obligada a evolucionar constantemente, para no ser atrapada por los calcos.
Por esa causa yo apostaría por recuperar, cada cierto tiempo, la presencia de esos autores/as quemados/as en nuestras calles. Quizás re-descubramos lo buenos que eran sus trabajos. Y cuando empiecen a calcarlos, a por otro/a.