Sentarse. Respirar. Mirar al horizonte. Y, tal vez, reflexionar. En el pequeño municipio turolense de Albentosa, seis bancos se convierten desde este verano en un refugio para la contemplación, pero también en un poderoso ejercicio de diseño cargado de humanidad. Una colección de piezas únicas que transforman el paisaje rural en un recorrido emocional y simbólico, donde el diseño no solo embellece, sino que interpela.

La idea nace de la complicidad entre el diseñador Ximo Roca y el propio pueblo. Roca no es un extraño aquí. Hace tiempo diseñó un pequeño cuaderno del viajero para Albentosa y, como suele ocurrir con las buenas ideas, aquella colaboración fue solo el principio. Esta vez, la propuesta es mucho más ambiciosa: crear una ruta de bancos de diseño que, más allá de su función, sean una invitación a pensar sobre temas que atraviesan a todas las personas, vivan donde vivan. La soledad, la amistad, el amor, la violencia, la paz o la inmensidad del cielo estrellado.
Cada banco es una obra, y cada obra, una historia.
Diseñar emociones
Pocas veces el diseño tiene la oportunidad de materializar conceptos tan abstractos de manera tan directa. Para Isidro Ferrer, por ejemplo, el encargo fue hablar del amor. “Una palabra gastada y maltratada”, como él mismo dice. Su respuesta es un lazo, un nudo que abraza y conecta. Una pieza que convierte el acto de sentarse en un gesto de unión, de encuentro.

Lola Castelló eligió uno de los temas más incómodos, pero más urgentes: la violencia de género. Su banco, atravesado por una grieta, es una metáfora elocuente. “Quisiera que la pareja que tiene este conflicto se sentara y se mirara cara a cara, que arreglaran las diferencias por medio de la palabra”, explica. El banco no es solo asiento. Es diálogo. Ojalá, reconciliación.

Quim Larrea entendió la amistad como una plataforma. Literal. Un banco robusto, generoso, abierto. Un lugar donde cabe el juego, la conversación, el descanso y la compañía. “La amistad es eso: una plataforma cálida y muy sólida sobre la que pasan muchas cosas durante mucho tiempo”, resume.

Gemma Bernal aceptó el reto de diseñar el banco de la soledad. Y lo hizo con la lucidez de quien sabe que estar solo no siempre es estar mal. Su banco es un juego de piezas que funciona tanto de forma individual como en conjunto. Un canto a la posibilidad de reencontrarse con uno mismo mientras se contempla el paisaje.

Juan Benavente —Juanico— pensó en la paz. Y en abrazos. Su banco se llama, precisamente, A brazos. Un conjunto de formas que se entrelazan, que rodean, que acogen. “Necesitamos más abrazos y menos Putins, Netanyahus y Trumps”, sentencia sin rodeos.

Y Ximo Roca, anfitrión y alma de esta aventura, se reservó las estrellas. Su banco es un mirador que permite contemplar la inmensidad del cielo de Albentosa, limpio y sereno. Una ventana al universo que, curiosamente, nos hace mirar hacia dentro.
El diseño como acto de resistencia
Esta no es una intervención cualquiera. Es un proyecto que habla del poder del diseño cuando se pone al servicio de la vida cotidiana, del territorio y de las personas. Aquí no hay concursos, ni grandes presupuestos, ni marketing disfrazado de innovación. Lo que hay es generosidad. Compromiso. Y una convicción compartida: el diseño también pertenece al mundo rural.

“Cuando hablamos de ayudar a esa España mal aprovechada —más que vaciada—, la gente quiere ser partícipe de cualquier proyecto que pueda ser beneficioso para estas localidades”, apunta Roca. Lo cierto es que no es habitual ver a seis nombres de este calibre —todos referentes en el diseño español— implicados en un proyecto así. Menos aún de manera altruista.
Pero tal vez esa sea la clave. Lo que ocurre en Albentosa no es solo una ruta de bancos. Es una declaración. Un recordatorio de que el diseño no vive en las capitales, ni se encierra en las ferias. Vive donde hay problemas que resolver, historias que contar o paisajes que habitar.
Sentarse, mirar, pensar
Los bancos están fabricados en acero corten y madera, y colocados estratégicamente para ofrecer vistas privilegiadas del entorno. También para contar una historia. Cada uno lleva un texto que explica su sentido, su metáfora, su intención. Y al hacerlo, convierte el acto de sentarse en algo más que una pausa: en una experiencia.
La ruta no está pensada solo para atraer visitantes —aunque lo hará—. Está pensada para quedarse. Para formar parte del paisaje y de la vida del pueblo. De hecho, ya se piensa en ampliarla. Ximo Roca ha contactado con diseñadoras de Galicia, Sevilla e incluso Buenos Aires para seguir sumando voces, materiales y miradas.
Porque si algo deja claro esta ruta, es que el diseño no es solo forma y función. También es emoción. También es memoria. También es, aunque suene grandilocuente, una manera de estar en el mundo. Incluso —y sobre todo— cuando ese mundo es un pequeño pueblo de Teruel.
Actualizado 01/07/2025