“The Present of Spanish Design”… pero, ¿qué diseño?

Hace poco vi un libro que en portada, en mayúsculas y con un cuerpo tipográfico monumental, anunciaba sin pudor: THE PRESENT OF SPANISH DESIGN. Así, sin matices, sin apellidos, sin complejos. El presente del diseño español. No del diseño de producto. No del diseño industrial. No de los objetos ni del mobiliario. No. Todo el diseño. En una sola declaración, rotunda y absorbente, se proclamaba como si pudiera hablar en nombre de todo un sector, de toda una diversidad de disciplinas que rara vez comparten espacio, presupuesto o reconocimiento. Y sí, el libro está bien diseñado. Sí, tiene fotografías espectaculares. Pero eso no lo hace menos irritante. Porque lo que molesta no es el diseño del objeto editorial, sino la arrogancia de la categoría. Esa apropiación silenciosa de un término amplio para reducirlo a una sola cosa. Como si lo demás no existiera. Como si se pudiera enunciar el diseño español y que solo apareciera producto, mueble, tecnología o automoción. Como si todo lo demás —grafismo, ilustración, tipografía, packaging, branding, cómic, editorial— fuera un decorado, un extra, algo que solo sirve para acompañar. Este vicio no es nuevo. Viene de lejos. Lo hemos visto una y otra vez. En exposiciones internacionales donde se titula "Spanish Design in Tokyo" o "Diseño español en Nueva York" y luego uno abre el catálogo y sólo hay muebles. Ni rastro de una portada de libro, de un cartel, de una fuente tipográfica, de un fanzine, de una publicación experimental. Eso sí, en los créditos de la muestra está el diseñador o diseñadora gráfica que hizo el cartel, las cartelas, la comunicación, el diseño del propio catálogo. Estábamos, pero no dentro. En los bordes, pero sin voz. Diseñadores gráficos convertidos en personal de servicio visual. No es solo una cuestión semántica. Es una estrategia de exclusión. Porque las palabras construyen el relato. Y cuando alguien titula un libro o una exposición como "el presente del diseño español" sin especificar, está diciendo al mundo que eso es lo que cuenta. Que lo demás no importa. Que no tiene industria, ni legitimidad, ni lugar. Es curioso que sectores enteros se desvivan por ser diseño. Que antes fueran interioristas, pero ahora se presenten como diseñadores de interiores. Que los peluqueros ahora se anuncien como estilistas de imagen. Que hasta la industria de automoción se apunte a la etiqueta: "100% diseño español". Y sin embargo, quienes llevamos años haciendo diseño gráfico, editorial o visual, seguimos siendo los grandes ausentes del concepto amplio. Como si hacer "dibujitos" no fuera diseño, como si ilustrar, maquetar o pensar una experiencia visual fuera una profesión menor. Exclusión con nombre de diseño Que no se nos malinterprete: el diseño de producto, el industrial, el de mobiliario, tienen todo el derecho a ocupar espacio. Lo que no tienen es el derecho a ocupar todo el espacio. A proclamarse embajadores del sector entero cuando no hay representación del resto. A apropiarse de la marca "diseño español" como si fuera suya por defecto. Y lo peor: a hacerlo sin rubor, sin matices, sin el más mínimo ejercicio de responsabilidad terminológica. Esa falta de rigor la reproducen también los medios. Por simplificación, por prisa o por desinterés, acaban replicando titulares como "el diseño español se pasea por París", cuando en realidad solo desfilan trajes. "El diseño español galardonado en Milán", cuando lo que se premia es un electrodoméstico. Y así, noticia tras noticia, se va instalando en el imaginario colectivo una definición sesgada, empobrecida y profundamente injusta de lo que somos. Luego no extraña que la gente diga eso de que algo "es de diseño" sin saber qué quiere decir. Ni si es bueno, malo o mediocre. Ni quién lo ha hecho, ni desde qué disciplina. El término se ha vaciado de sentido. Y mientras tanto, quienes no tenemos industria detras, quienes no producimos objetos pero diseñamos cultura visual, seguimos siendo invisibles. Seguimos siendo los huérfanos del diseño español. Lo más doloroso no es que nos dejen fuera. Es que nos utilicen. Que se nos llame para embellecer proyectos, para hacer el cartel de la exposición, para diseñar el catálogo, para resolver la identidad visual... y luego no estemos invitados a formar parte del contenido. Como si bastara con estar en los créditos. No es una cuestión de ego. Es una cuestión de justicia. Y de dignidad profesional. Hay que dejar de permitir que se use el término "diseño español" sin contexto, sin adjetivos, sin respeto por la diversidad del sector. Hay que denunciar esa impostura cada vez que ocurra. Hay que señalar los libros, las exposiciones, los eventos y a quienes los hacen. No para censurarlos, sino para exigirles que digan la verdad. Que nombren lo que hacen. Que no nos borren con palabras grandilocuentes. Porque si hablamos de "el presente del diseño español", hablemos de verdad. Con todo. Con los que diseñan productos, pero también con los que diseñan portadas. Con quienes hacen coches y quienes hacen libros. Con los que piensan objetos y los que piensan ideas. El presente del diseño español no cabe en una sola portada. Pero puede empezar a contarse cuando se deja de ocultar a quienes lo construyen desde otros lugares. Desde siempre, y a menudo en silencio.

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