Hoy en día, confiamos más en las empresas que en la política. Este cambio en la confianza ha elevado aún más la responsabilidad de las empresas. Siempre la han tenido, pero ahora, en un contexto en el que las personas exigen más de las compañías que de sus gobiernos, esa responsabilidad es mayor.
Nos encontramos ante consumidores y consumidoras que buscan marcas sostenibles, justas y éticas. Y no solo eso: muchas de esas personas también emprenden con la intención de crear empresas que reflejen esos valores.
A esto hay que sumar los cambios legislativos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 y la creciente conciencia de las nuevas generaciones.
Estamos en un momento clave para recuperar el liderazgo ético, para devolver la humanidad a las empresas.
Durante años hemos escuchado hablar de la necesidad de “humanizar las marcas” o la comunicación, y aunque hemos avanzado, aún queda mucho por hacer.
La tecnología: una espada de doble filo
El avance tecnológico ha acelerado el aprendizaje continuo, creando una presión constante por estar al día. Esta competencia por dominar la tecnología genera una obsesión colectiva. ¿Quién no quiere ser experta en inteligencia artificial hoy en día? Mientras miles de personas se encierran en sus ordenadores para no quedarse atrás, muchas empresas dedican la mayor parte de sus recursos de forma irresponsable al desarrollo tecnológico, a veces con resultados desastrosos. ¿Cuántas veces nos hemos topado con un chatbot que, lejos de ayudarnos, nos deja aún más frustradas?
La clave no está en rechazar la tecnología, sino en integrarla de manera humana. Si no avanzamos en este sentido, nos quedamos atrás. Además, mientras tratamos de adaptarnos a las nuevas herramientas tecnológicas, olvidamos otras áreas igualmente importantes para el desarrollo empresarial.
Creatividad: el motor del cambio
La creatividad es una capacidad innata, pero también se puede desarrollar. No es solo una habilidad artística, sino una herramienta fundamental para cualquier disciplina, desde el derecho hasta los negocios.
La tecnología ha cambiado nuestra forma de pensar, nuestras prioridades y nuestro estilo de vida. Este cambio genera nuevas necesidades y, con él, surge la urgencia de integrar la ética en todos los aspectos de nuestra sociedad, incluyendo el mundo empresarial.
Históricamente, las épocas de grandes cambios –como guerras y transiciones– han sido seguidas por un renacimiento, un momento de reflexión en el que la humanidad se reinventa. Hoy, el cambio va tan rápido que no tenemos tiempo para detenernos a pensar si las decisiones que tomamos son realmente las mejores.
Y aquí es donde la ética y la creatividad juegan un papel fundamental.
La creatividad es la reina de las soluciones, la que encuentra nuevas formas de afrontar problemas y alcanzar objetivos.
El dinero como indicador de éxito
En el mundo de los negocios, la rentabilidad económica se ha convertido en el indicador por excelencia del éxito. Pero, ¿es realmente así? Reducir el éxito a una simple cuestión de ganancias es una visión superficial.
Cuando se convirtió el dinero en el único medidor del éxito y la felicidad, la ética perdió.
Vender mucho no garantiza el éxito, ni siquiera para el propio negocio. Sin embargo, frases como “Estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros” se han popularizado porque “convienen”.
En lugar de arreglar los problemas aquí en la Tierra, invertimos en investigar cómo escapar a Marte.
Pero la realidad es que ya no toleramos como antes. El cambio es inevitable, y volvemos al origen: queremos justicia, transparencia, bondad… y premiamos a quienes nos la ofrecen.
Vemos cada vez más personas que huyen de las ciudades en busca de una vida más sencilla y auténtica. Los canales de YouTube con creadores que documentan cómo construyen casas autosuficientes o viajan en camper son prueba de ello.
Esta tendencia refleja el burnout causado por una sociedad consumista y exigente, que a menudo olvida la ética.
La ética en los negocios es rentable
Paradójicamente, muchas empresas creen que actuar de manera ética no es rentable. Sin embargo, la ética es rentable, especialmente a largo plazo. Lo es en términos de números, de resultados, de calidad y de satisfacción. Porque cuando las empresas integran la ética en su ADN, no solo ganan en reputación, también construyen relaciones más sólidas con sus clientes y empleados, y eso, a largo plazo, siempre trae éxito.