Entrevistar a Sento Llobell (Ruzafa – 1953) es más como visitar a un amigo que ir a indagar sobre la vida de un conocido ilustrador. Sobre todo si pienso que Elena, su mujer, fue la que despertó en mí ese gusanillo del dibujo, el arte, la creatividad… Y claro, la visita se convierte en comida, charla y volver a reencontrar a alguien que sigue tan fresco como hace años.
Sento es eminentemente un dibujante, pero con una capacidad creativa que va más allá del simple trazo. Capaz de estar activo y brillante en todo lo que hace, nos reveló algunos de sus secretos e ilusiones. Después de unos años dedicados al arte de la publicidad, la crisis le ha hecho darse cuenta que prefiere reencontrarse con sus proyectos personales y con la docencia [Aprovechad sus clases en el ‘Curso de introducción al dibujo NO digital‘ que imparte en la ESAT] que fueron la forma de iniciar su actividad y la mejor manera de que podamos volver a disfrutar del verdadero Sento.
De niño recuerdo los dibujos de Penagos, de Saenz de Tejada o Méndez Bringa de los ABC encuadernados.
Llegué a pensar en ser funcionario de Embajada para no parar de viajar cada vez más lejos, si no me hubiera dedicado al dibujo.
Dibujo es hablar con signos, solo con puntos, rayas o tonos. Cuando dominas lo suficiente un lenguaje como este, su uso se convierte en un disfrute adictivo. A estas alturas el dibujo es, sobre todo, una adicción.
Soy incapaz de estar seguro del primer trabajo que hice. Quizás fuera un tebeo para el Ayuntamiento de Valencia que se llamaba Valentín. Era para niños y recordarlo me produce una inevitable vergüenza, por su ingenuidad. Mi último trabajo es una ilustración para realizar una maqueta de tres por dos metros que describe el funcionamiento de una planta de reciclaje de basuras en Algimia [alguien tenía que hacer ese sucio trabajo].
La maqueta del Gulliver, los cuatro álbums de historieta del Tirant lo Blanc y los recortables [imprescindible la descarga] publicados en el semanario de humor El Jueves son trabajos esenciales en mi carrera.
Me encantaría ilustrar un libro de Manuel Vicent. De hecho, tengo varios pensados, por si surge. Si tuviera que ilustrar un clásico haría una nueva versión de Los viajes de Gulliver, Me parece una magnífica parábola de cualquier situación política. He pensado mucho sobre ese relato y siempre lo encuentro lleno de sugerencias.
Si alguien me dice que no le gusta el trabajo que he hecho, pongo cara de que no me importa y cuando se va, me voy al lavabo a llorar. Esto en el caso de que yo pensara que le iba a gustar. Ahora bien, si no me importa su opinión, directamente pongo cara de no me importa. No se me ocurre dar explicaciones ni tratar de convencer a nadie.
Los álbumes del dibujante francés Fred, las oníricas aventuras de Philemón en los años 70, quizás esa sea la última bibliografía que he redescubierto.
En esta primera década del siglo XXI, sobre todo, he navegado por el mar de la publicidad. Dediqué los máximos esfuerzos a hacer dinero para mantener mi estudio y menos esfuerzos a realizar proyectos mas personales. La crisis me ha hecho ver lo poco consciente que era de mi ciega trayectoria. Ahora he dado un golpe de timón, vuelvo a mis orígenes, narraciones gráficas y algunas clases en la universidad. Cambio de ciclo. Aire fresco para la próxima década.
El modesto sector de los ilustradores ha vivido siempre una pobreza crónica que hace que la crítica situación actual no se vea como nueva. Personalmente, opino que corren buenos tiempos para la lírica, ahora se puede hacer aquel proyecto que antes no tenías tiempo de hacer.
¿Qué no haría nunca? Pues, por ejemplo, una biografía en cómic de Rajoy o Rubalcaba.
Entre Hugo Pratt y Canniff… Pratt tiene un concepto gráfico similar a Caniff, pero es mas contemporáneo y arriesgado. Sobre Quino y Forges… Quino pone el humor en el dibujo y Forges en el diálogo, me interesa más el primero. Entre Uderzo y Hergé… Hergé es mas icónico y claro. Uderzo, sin la colaboración de Gosciny no es tan interesante.
Me encantaría tener un estudio móvil, en un autobús, viajando en solitario.
A la hora de elegir entre papel o digital, me quedo con los dos. Cada cosa tiene su momento, no pienso renunciar a nada. Lo mismo me pasa con el lápiz y el ordenador, pero me atrae más el objeto-papel, el que tocaron las manos de mis dibujantes favoritos. Voto por el lápiz. En cuanto a la plumilla o el pincel, el pincel. Me da más registros gráficos diferentes que la plumilla.
A Rojas de la Cámara, de la Editorial Valenciana se le debe un homenaje aunque a algún otro dibujante cercano a nosotros, también.
Nunca me canso de volver a ver La diligencia o Frenesí. Cuando yo era pequeño no paraba de releer Colmillo blanco, de Jack London; ahora me gusta más Voyage au bout de la nuit de F. Celine, ilustrado por J. Tardí.
Un colegio profesional para defender a los ilustradores, con tarifas y esas cosas, no estaría mal.
Creo que en las escuelas de arte que yo conozco no se enseña tan mal como a veces se dice. Más bien creo que son enseñanzas incompletas. Lo que faltan son los cuatro años de A.I.R. (Artista Interno Residente) para completar la formación integral del principiante.
Soy muy modesto; no soy de los que opinan que yo lo hubiera hecho mejor. Eso sí, yo lo habría hecho diferente, seguro.
Qué propondría a los políticos para mejorar el mundo del dibujo… Que apoyen la edición digital de libros ilustrados a precios muy, muy bajos. Según como vaya esto… El año que viene ya les propondré otra cosa.
Mi foto a toda página en la portada de una revista… en ¡El Jueves! Un autodibujo de mi cara con el titular que dijera algo así como «Los millonarios y sus caprichos», me habría tocado un Euromillón de más de 800 millones de euros.
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+info: sentollobell.com