Desde la Asociación ‘A Crear‘ [Asociación Riojana de Empresas de Comunicación], nos llega esta carta firmada por Ángel Sánchez y Raquel Marín como protesta y manifestación de lo que ocurre en la mayoría de ciudades con el diseño y la administración pública o los políticos. Sus protestas al Gobierno de La Rioja ya son repetidas aunque sin resultado.
A nuestros mandatarios se les llena la boca cuando hablan del valor estratégico del diseño como factor de competitividad, cuando lo califican de elemento de diferenciación para las empresas. Cuando hablan de un diseño que sea capaz de proyectar la imagen de las marcas hacia el exterior de una forma clara, coherente y diferenciada. Un diseño que transmita los valores de la empresa…
Se les llena la boca, mientras alternan este discurso con el consabido del valor de la marca país, o de la marca ciudad a la que representan y nos encontramos con ejemplos como los carteles de fiestas, la más pura expresión de la identidad de una ciudad. Una identidad que es maltratada, desprestigiada y vilipendiada, sometiéndola a concursos públicos escasamente retribuidos y cuya valoración se deja, en el mejor de los casos, en manos de un jurado no cualificado o, como parece que se está imponiendo, en una especie de referéndum popular que, en base de una transparencia mal entendida, es capaz de justificar los mayores desatinos.
Casos como los de Valencia, Bilbao, Logroño o Zaragoza –no vamos entrar en la imagen de la candidatura olímpica de Madrid 2020– son sólo una muestra de la escasa valoración que tienen nuestros representantes públicos por el diseño y por las empresas y profesionales autónomos que se dedican a esta actividad, a quienes deberían apoyar. Y, lo que es aún más grave, por la propia marca del territorio al que representan.
Porque prescindir de los diseñadores profesionales no sólo va en detrimento de la profesión, favoreciendo el intrusismo, sino que también juega en contra de la imagen de la ciudad de la que son representantes.
Y luego pasa lo que pasa, como el concurso para “sensibilizar a la población sobre la violencia de género”, tema nada baladí, convocado este mes de octubre por la Dirección General de Servicios Sociales del Gobierno de La Rioja, al que pueden presentarse tanto personas físicas como jurídicas. En él se equipara el trabajo realizado por las empresas y autónomos que pagan impuestos con, por poner un ejemplo, el que pueda realizar un niño de diez años sin ningún tipo de experiencia o titulación académica dejando, eso sí, al arbitrio –no se especifica de quién– el fallo inapelable de dicho “concurso”.
Pero lo más chocante de todo este dislate es que, el premio por ganar dicho concurso es… ¡un iPad!… Como lo oyen, o mejor dicho como lo leen… Desconocemos quién les habrá dicho que los diseñadores comen iPads, pero teniendo en cuenta que el premio por el cartel ganador de las fiestas de San Mateo de la ciudad de Logroño es material escolar, cualquier cosa nos parece posible.
Este tipo de concurso deja a las claras el escaso valor que la administración pública da no sólo al diseño, sino al propio objeto del concurso: la sensibilización de la población sobre la conciencia de género vale lo que cuesta un iPad.
Tanto la administración como las instituciones deberían dar ejemplo (y de hecho, lo dan), ya que regalar iPads puede acabar siendo una moda. Prueba de ello es un nuevo concurso sacado hace pocos días por “Hueverías la Floreta” (también en Logroño), en el que se busca el eslogan que mejor resalte los atributos de la marca y sea original, ingenioso y memorable… Descorazonador. Y todo en base a un pretendido y mal entendido “ahorro en costes”…
Creemos que ya es hora de empezar a valorar adecuadamente a los profesionales del diseño, porque si hay algo que es infinitamente más caro que el diseño es el diseño que no funciona. Si no puedes pagar a un profesional sus tarifas, simplemente no lo contrates. Dejad de intentar conseguir el brillante más grande del escaparate por el precio del más pequeño y que encima parezca que nos estáis haciendo un favor y que valoráis nuestro trabajo.
Ángel Sánchez y Raquel Marín