READ firma un manifiesto contra la IA usando IA

READ firma un manifiesto contra la inteligencia artificial redactado con ayuda de inteligencia artificial. En el propio Anexo III del documento se reconoce, sin rubor, que se utilizó “ChatGPT-4 para el análisis documental de las fuentes”. Es decir, el texto que pretende advertir sobre los riesgos de la IA en el diseño y marcar un marco ético de actuación se apoya en la misma tecnología que supuestamente amenaza la profesión. No es un rumor ni una interpretación: está escrito negro sobre blanco en el anexo del propio documento. El anexo lo confiesa, pero la sospecha va más allá. Cuatro herramientas de detección distintas —Originality.ai, Scribbr, GPTZero y Copyleaks— señalan que el 85% del texto del manifiesto muestra patrones característicos de haber sido escrito por una IA. Es cierto, no es concluyente, pero tampoco es casualidad. Y cuando se lee el manifiesto con atención, huele bastante a IA: párrafos planos, enumeraciones interminables de valores y principios, un estilo neutro y burocrático, fórmulas repetitivas como “es necesario garantizar” o “resulta esencial que”. Un manifiesto sobre ética, sostenibilidad y humanidad que parece más salido de un generador automático que de un grupo de diseñadores reflexionando sobre su profesión. Y no es que me parezca mal que usen ChatGPT. Este mismo texto está escrito con la ayuda de ChatGPT. Lo utilizo, lo pruebo, lo corrijo y lo adapto porque entiendo lo que me da y lo que me quita. En Gràffica lo vivimos en cifras: hemos perdido un 30% de tráfico en búsquedas orgánicas, pero lo hemos compensado con un 40% de crecimiento desde ChatGPT, Gemini o Copilot. Entiendo el cambio y me enfrento a él con los ojos abiertos. Y después de entrevistar a expertos reales en inteligencia artificial tengo claro que estamos ante una tecnología que roba, que va a acabar con empleos y oficios igual que lo hicieron el ordenador, la cámara digital, el móvil o el propio internet. Cada una de esas innovaciones mató millones de actividades humanas y, al mismo tiempo, potenció millones de otras. La IA no será distinta. Por eso no me escandalizo por su mera existencia: trato de comprenderla. Lo que me escandaliza es que se presente un manifiesto solemne como si eso fuera a frenar a las grandes tecnológicas o a proteger a los diseñadores. Dentro de unas décadas, cuando la IA esté tan incrustada en nuestras vidas como hoy lo está internet, leeremos este tipo de textos y nos parecerán ridículos. Ridículos porque, en lugar de defender a los profesionales de verdad, perdíamos el tiempo en declaraciones abstractas contra empresas a las que ni las multas millonarias las hacen retroceder ni un centímetro. Bueno, para ser justos el manifiesto no está “en contra” de la inteligencia artificial: es “por la convivencia”. Que no deja de ser un eufemismo de “bueno, como no podemos pararlo, vamos a portarnos bien”. Una manera absurda de no saber si se está en contra, a favor o las dos cosas a la vez. El documento se organiza en varios apartados, pero el núcleo está en el llamado “Manifiesto”, dividido en seis puntos. Ahí se encuentran las propuestas y también las contradicciones. El primero defiende que la creatividad humana es irreductible y que la IA debe ser un apoyo, no una sustitución. Bien, pero esto no deja de ser una obviedad. Nadie explica cómo se mide o quién decide cuándo la IA pasa de apoyo a sustituto. Donde sí aparece algo más concreto es en la contratación pública: exigir que los concursos y licitaciones declaren el uso de IA y que se priorice lo humano frente a lo automatizado. Sobre el papel tiene lógica, pero choca de lleno con la realidad: ¿cómo se cuantifica lo humano en un proceso creativo híbrido? ¿Qué mecanismos existen para auditarlo? Además, plantea un dilema absurdo: ¿cuánto de humano hay en el uso de Photoshop, de un software de edición, de una cámara digital o de un banco de imágenes? ¿Es más humano un pincel en una tableta Wacom que un prompt escrito en una IA? Si seguimos esa lógica, habría que exigir originales hechos a mano y prohibir cualquier herramienta digital. En otros puntos, como el de la trazabilidad, hay al menos una referencia técnica con sentido: se menciona el estándar C2PA que ya usan medios y tecnológicas. Pero se estropea con frases grandilocuentes como “todos los procesos deben ser trazables”, algo que hoy es directamente imposible, ni siquiera las empresas que crean los modelos lo garantizan. En sostenibilidad ocurre lo mismo: alertar del gasto energético de la IA es lógico, pero se queda en un eslogan vacío —“la IA debe ser sostenible”— sin cifras, sin comparaciones, sin medidas concretas. Un brindis al sol. El caso más ingenuo es el de la llamada “reversibilidad algorítmica”: la idea de que todo proceso automatizado pueda revertirse por intervención humana. No existe tecnología que permita deshacer lo que un modelo entrenado con millones de parámetros ha calculado. Es pura retórica. Una exigencia imposible que demuestra hasta qué punto el manifiesto está escrito desde el deseo y no desde el conocimiento técnico. Lo que sí está claro es la cantidad de tiempo que se ha invertido en esto que no sirve para nada. Tiempo que se podría haber dedicado a cosas mucho más importantes. Y aquí está lo más triste de todo: el tiempo, la energía y los recursos que se han dedicado a elaborar este manifiesto podrían haberse invertido en lo que de verdad importa. Perseguir las malas prácticas que destrozan la vida laboral de los diseñadores. Concursos especulativos en los que se pide trabajar gratis, administraciones que pagan miserias, proyectos públicos que ignoran cualquier norma de contratación ética. Pero claro, contra Microsoft, OpenAI o Google no hay riesgo: nunca protestarán porque READ publique un manifiesto en España. ¿Quien le va a hacer caso a este manifiesto? ¿Quien lo va a leer? ¿Quien lo va a aplicar? Sam Altman no va a perder el sueño por esto. En cambio, enfrentarse a un ayuntamiento, a una comunidad autónoma o a un ministerio sí tiene consecuencias. Si se enfadan, se acaba la subvención, se pierde la sede pagada con dinero público o se cierran las puertas institucionales. Lo que sí se hace es montar una fiesta: un viaje para vernos, brindar, sacarnos la foto y subirla a redes para que parezca que hacemos cosas. Y al día siguiente, a otra cosa. Así funciona. Ya si eso haremos algo que solucione problemas reales... como cuando la Dana de Valencia, que hicieron... ¿nada? Ahí está la doble moral. Contra las tecnológicas, un manifiesto que no cambia nada. Contra la administración, silencio absoluto. Y mientras tanto, los diseñadores seguimos sin defensas reales.

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