Qué tipo de influencer eres y a qué precio

En un entorno donde el número de seguidores todavía parece ser moneda de cambio, hablar de ética, responsabilidad y bienestar emocional puede sonar… incómodo. Pero tal vez precisamente por eso, empieza a ser urgente. En ese contexto nace Thinkfluencer, una herramienta de autoevaluación que, más que imponer normas, busca poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿qué tipo de influencia estás ejerciendo, y a qué precio? https://www.youtube.com/watch?vMjtDleWzqjk El proyecto, desarrollado por iCmedia con la Universidad de Navarra como partner académico y el apoyo de Conese, se presenta como una propuesta que intenta aportar cierto orden (o al menos, conciencia) en el desordenado universo de los creadores de contenido. Y lo hace con un cuestionario gratuito que invita a los influencers a reflexionar sobre su relación con la audiencia, su transparencia comercial y, quizá lo más olvidado: su salud mental. Influencia responsable: del escaparate al espejo Una cosa es tener alcance. Otra muy distinta, tener influencia. Y una tercera, mucho más desafiante, ejercerla con responsabilidad. Thinkfluencer no pretende darte una palmadita en la espalda ni convertirte en ejemplo de buenas prácticas. Solo quiere que te detengas a pensar: ¿desde dónde estás comunicando? ¿Qué efecto tiene lo que publicas, más allá del algoritmo? El cuestionario invita a mirar con lupa prácticas cotidianas que se normalizan en el ecosistema digital: colaboraciones poco claras, uso de inteligencia artificial sin aviso, publicaciones que difuminan la línea entre opinión y dato, dinámicas para inflar comunidad sin medir consecuencias. Nada especialmente novedoso, pero sí importante de revisar. No hay castigos, ni puntuaciones para presumir. Solo un informe que refleja lo que haces, o dejas de hacer, en relación con tu audiencia. Una invitación a mirarte sin filtros ni storytelling. No para mejorar tu marca personal, sino para entender qué tipo de relación estás construyendo con quienes te siguen. Porque influir no es solo gustar. Es también hacerse cargo de lo que uno deja en los demás. Bienestar emocional: lo que no se publica también importa El segundo bloque de Thinkfluencer enfoca donde pocos quieren mirar: en el desgaste silencioso que implica ser influencer. No el desgaste técnico —plataformas, métricas, formatos—, sino el personal. El emocional. Ese que no se ve en los reels ni se mide en likes. ¿Te planificas o estás atrapado en la inercia de publicar? ¿Te exigen las marcas ser alguien que no eres? ¿La presión por gustar te está pasando factura? ¿Te cuesta distinguir tus emociones de tus estadísticas? Estas preguntas, más que apuntar al drama, apuntan a algo más básico: el equilibrio. La herramienta no viene a dar diagnósticos, pero sí a visibilizar una realidad cada vez más compartida en la profesión: que detrás de la imagen pública, hay una vida. Y que sostener una identidad digital sin poner en jaque la propia salud emocional no solo es posible, sino necesario. Hablar de bienestar en el trabajo de la influencia no debería ser un lujo, ni algo que se deja para el final. Debería ser parte del núcleo. Porque si tu profesión te deja sin energía, sin margen de error y sin espacio para desconectar, quizá la pregunta no sea cómo crecer… sino a qué estás llamando éxito. ¿Estamos listos para una comunidad más ética? La iniciativa busca, según sus impulsores, construir una comunidad basada en la confianza. El reto, claro, es que la confianza no se mide en métricas ni se compra en sorteos de iPhones. Se gana a pulso. Y exige, por parte de los creadores, asumir que tener influencia implica también tener responsabilidad, aunque el término suene anticuado. Para muchas marcas y agencias, Thinkfluencer puede ser también un criterio útil (y urgente) para diferenciar entre contenido con valores y contenido solo con visibilidad. Porque la saturación de discursos en redes ha creado una paradoja: nunca hubo tantos mensajes, y nunca costó tanto distinguir cuáles son relevantes, honestos y con impacto positivo. ¿Y ahora qué? Thinkfluencer no es una varita mágica. Ni pretende serlo. No va a arreglar el sector ni a filtrar automáticamente el contenido tóxico de las redes. Pero sí puede ser ese punto de partida necesario para quienes se toman en serio su papel como comunicadores, creadores y referentes (aunque la palabra pese). Y si después de hacerlo, alguien decide replantearse una campaña, una colaboración o incluso un contenido… entonces habrá cumplido su función. Porque al final, influir no es solo hablarle a muchos. Es asumir qué se está diciendo, cómo, y con qué consecuencias.

Contenido relacionado

¿De quién es la creatividad cuando la crea una IA?

¿Debería hacer falta un título para hablar en redes sociales? China exigirá credenciales a quienes hablen de ciertos temas sensibles

¿Y si las redes sociales ya hubieran muerto y nadie se hubiera dado cuenta?

¿Adiós al clic? Google enciende su ‘Modo IA’ y cambia para siempre la forma de buscar (y de hablar con las máquinas)

Cuando crecer ya no significa conectar: la madurez de las redes sociales

OpenAI no quiere ser solo ChatGPT: quiere acompañarte de la mañana a la noche