¿Es posible evitar la procrastinación cuando trabajamos en remoto durante el confinamiento? La respuesta es sí. Efectivamente, hay unas pautas y unos consejos que todos podemos seguir. Una de las grandes claves pasa por maneja nuestras emociones, no sólo de nuestro tiempo. ¿Quieres saber más?
La procrastinación es una de las tentaciones que más nos acompañan en nuestra rutina diaria y uno de los malos hábitos más comunes entre los diseñadores. Más aún tiempos de confinamiento, cuando estamos encerrados en casa, saturados de tareas y aburridos al mismo tiempo.
Tomarse un café (de nuevo), hacer una videoconferencia con algún colega, revisar nuestras redes sociales o los memes de última hora, hacen que dilatemos aquello que inevitablemente tenemos que hacer.
Los psicólogos Timothy Pychyl y Fuschia Sirois han descubierto que el problema de la postergación no consiste exactamente tratar de evitar el trabajo; sino en tratar de evitar las emociones negativas. En este sentido, procrastinamos o dilamos cosas para más tarde cuando una tarea en cuestión despierta en nosotros sentimientos de ansiedad, confusión o aburrimiento.
Esta postergación del deber o de aquello que tarde o temprano tenemos que hacer, aunque hoy nos hace sentir mejor, mañana nos llevará a sentirnos peor. Entonces, ¿por qué lo hacemos?
¿Cómo evitar la procrastinación? ¿Hay una solución?
La cuestión está en que si queremos procrastinar menos, no tenemos por qué aumentar nuestro método de trabajo o mejorar nuestra gestión del tiempo. En su lugar, podemos concentrarnos en cambiar nuestros hábitos en torno al manejo de las emociones.
Un ejemplo que sirve de referencia es el del humorista ciencia ficción Douglas Adams. A principios de la década de los 80, Adams estaba luchando consigo mismo para avanzar en la cuarta entrega de su amada serie, La guía del autoestopista galáctico. Para escribir sus libros anteriores, había tomado por costumbre que las buenas ideas, generalmente se le ocurrían en el baño. De esta forma, Adams se pasaba las mañanas en la bañera hasta que tuviera un momento inspiración. El problema llegaba cuando salía de la bañera para comenzar a escribir, porque en ese preciso momento de vestirse, toda idea se venía abajo. Finalmente, Adams no tenía más remedio que volver a la bañera y vuelta a empezar. Todo muy absurdo, ¿no?
Por otro lado, pocas semanas antes de la fecha de entrega de su manuscrito, Adams se ponía manos a la obra. En realidad, no necesitaba la bañera para trabajar, sino tener un tiempo límite para entregar el trabajo.
Otro caso famoso es el de Margaret Atwood. Si alguien tiene papeletas para llevarse el premio a la procrastinación, la autora de El cuento de la criada es una firma candidata.
Para Margaret Atwood su rutina de escritura consiste en pasar la mañana “postergando y preocupándose”, para luego sumergirse en el manuscrito en un frenesí de ansiedad, en torno a las 3:00 de la madrugada, cuando parece que ya no se puede hacer nada. Sin embargo, pese a estos moementos de procrastinación, según ha confesado la autora, nunca ha incumplido un deadline.
SOLUCIÓN 1: No autocastigarnos
De los dos ejemplos expuestos sacamos una enseñanza. ¿Por qué ese dolor autoinfligido? Adams sufrió lo que los psicólogos llaman perfeccionismo neurótico: fue su crítico más duro. Tiraría las páginas mientras las escribía.
En el caso de Margaret Atwood, la escritora iría más allá, llegando a dudar, incluso, de poner palabras en una página. Durante tres años, pospuso escribir El cuento de la criada por pensar que era demasiado disparatado. Esas ansiedades finalmente comenzaron a disminuir cuando ella cambió su enfoque de lo que los lectores podrían pensar y dejó de juzgar su trabajo mientras lo estaba creando.
Eso es lo que hacen los perfeccionistas productivos: apuntan alto en función de sus propios estándares, no preocupados por lo que otros piensen. Por tanto, cuando el boceto de un proyecto o un borrador te decepcionan, en lugar de golpearte a ti mismo, puede ser útil intentar la autocompasión.
Recuérdate a ti mismo que, además de creativo, eres humano y que todo el mundo procrastina algunas veces. Luego comienza a hacer planes para cerrar la brecha entre tu trabajo y tus expectativas.
SOLUCIÓN 2: Revisar en qué momento estamos haciendo esa tarea
Un segundo consejo para evitar la procrastinación consiste en reconsiderar cuándo realizamos la tarea. Múltiples estudios sugieren que los procrastinadores tienden a ser noctámbulos. El día de trabajo comienza antes de que sus mentes estén más alertas: una tarea aburrida se desinfla cuando solo uno está medio despierto.
Si ese es tu caso y prefieres trabajar de noche, reorganiza tus tareas y elige aquellas que sabes que prefieres dejar para la noche para el final de la jornada. Ese cambio de mentalidad te puede ser de ayuda. Eso es una estrategia win-win: si planeas hacer la tarea más tarde porque lo harás mejor, no estás postergando.
SOLUCIÓN 3: El trabajo, mejor en equipo
Una tercera opción es pensar, ¿con quién comparto la tarea? Según los estudios, cuando las personas se sientan junto a compañeros que son más productivos que el promedio, su propia productividad aumenta también alrededor de un 10 por ciento.
A veces, las personas altamente productivas hacen que las tareas sean más divertidas o más significativas. Otras veces, hacen que la postergación sea tan dolorosa que el progreso de repente se siente como un camino más atractivo.
Es fácil caer en la dilación cuando trabajas solo en tareas que parecen ambiguas y sin sentido. Pero, ¿alguien ha visto a un cirujano posponer los procedimientos médicos? Es más probable que procrastinemos menos (o no), cuando sabemos que otras personas dependen de nosotros.
Saber que nuestro trabajo va a ser útil para otros, nos hace adoptar otro enfoque mental y cobra un nuevo significado. En el caso de que sigamos anclados en nuestra dilación de tareas, siempre es conveniente tener a alguien que nos haga ver que podemos llegar a nuestra meta.
La procrastinación no es una enfermedad que pueda curarse permanentemente, es un desafío que todos tenemos que manejar. Siempre habrá tareas indeseables que evocan emociones no deseadas. Evitar esos sentimientos es un hábito en el que podemos trabajar para romper.