Lola Espinosa: «Una tipografía de plomo en los 70 costaba 18 veces el salario mínimo»

La tipografía no siempre ha sido algo tan rápido y sencillo como lo es en la era digital. No hace tanto tiempo adquirir, que no descargar, una fuente era algo mucho más caro y complejo, incluso podía generar un problema serio de espacio. Lola Espinosa nos desvela lo que suponía la compra de una tipografía en la era del plomo.

Para diseñar una tipografía en los tiempos de plomo había que ponerse a dibujar: papel, un lápiz, un compás, una escuadra y un cartabón eran en esencia las herramientas que utilizaron Eric Gill o Stanley Morison para crear sus tipografías. Sin embargo, para que sus tipografías pudieran utilizarse hacía falta… una fábrica; una fundición en el sentido estricto de la palabra (en Madrid, a principios del siglo XX la Fundición Richard Gans tenía alrededor de 120 empleados).

Una vez dibujado el alfabeto eran grabadores y técnicos expertos los que fabricaban las letras. De cada letra debía hacerse un punzón de acero del que luego se sacaría la matriz en cobre para fundir los tipos. Con las matrices fabricadas para cada tipografía, cada cuerpo y cada peso, la fundición ya estaba lista para producir y distribuir las tipografías entre las imprentas.

LOLA ESPINOSA
Lola es una entusiasta de la historia de la tipografía. Conoce la terminología tipográfica mejor que muchos y no le hace justicia a su edad. Al frente de su pequeño taller de tipografía, Oficio, realiza trabajos con tipos de plomo con su pequeña Barcino, una Minerva que luce mejor que el primer día. Visita obligada si estás en Valencia.

Las tipografías se vendían por pólizas o por mínimos. Cada fundición establecía su unidad de medida que se basaba principalmente en el peso y que llevaba asociada una cantidad de letras fija que se medía por el número de aes mayúsculas y minúsculas que contenía la póliza. Por ejemplo, para la Fundición Tipográfica Iranzo una póliza eran tres kilos de plomo e incluía para el cuerpo 6: 300 aes minúsculas y 35 aes mayúsculas. Conforme el cuerpo aumentaba, la cantidad de letras disminuía y en una póliza del cuerpo 12 ya sólo se incluían 126 aes minúsculas y 11 aes mayúsculas. La distribución del peso entre el resto de letras era proporcional a la cantidad de aes. En otras ocasiones, las fundiciones exigían al cliente comprar un mínimo de kilos de una tipografía, que podía variar desde los 3 kilos para los cuerpos más pequeños hasta los 12 o 15 kilos para los cuerpos más grandes.

Las imprentas pequeñas solían comprar unos pocos comodines (el mueble en el que se guardan las tipografías de plomo) y llenarlos con tipografías y cuerpos variados para poder hacer frente a pequeños trabajos. En una imprenta grande, en la que se fuese a disponer de familias ‘completas’ de tipos, es muy probable que cada comodín contuviera una sola tipografía de tal forma que en cada caja se guardasen un cuerpo y un peso distinto.

Para hacernos una idea de lo que costaba utilizar una tipografía de plomo he echado mano de algunas facturas antiguas. Veamos. En 1976 un comodín con 24 cajas (los cajones del comodín) costaba alrededor de 12.000 pesetas. Con las tipografías digitales, cuando se compra un peso se tienen todos los tamaños de letra posibles, sin embargo, con los tipos de plomo, se compran pesos y cuerpos concretos. A saber, supongamos que vamos a comprar tipografía Futura y almacenarla en el comodín del que hablábamos antes; compraremos Futura normal de 6, 8, 10, 12, 16, 24, 36 y 48 puntos. Estas tipografías ya nos ocupan 8 cajas, en las siguientes 8 cajas deberíamos almacenar los mismos cuerpos pero pongamos que en negrita, y a continuación los mismos cuerpos en cursiva. Así tendríamos nuestro comodín ‘completo’ de Futura. Y digo ‘completo’ porque esto es de lo más completo que podía ser en la era del plomo; no se fundían cuerpos impares (excepto el 3 y el 5 montados sobre cuerpos pares), y sí se fundían cuerpos 4, 18, 20, 28, 60 y 72 aunque no se utilizaban mucho, por eso no los incluyo en nuestro comodín.

Para continuar con nuestros precios de 1976, llenar este comodín con una póliza de cada uno de los cuerpos y pesos que hemos detallado costaría 198.000 pesetas (198 kilos de plomo a una media de 1.000 pesetas el kilo). A este precio habría que sumar los espacios y los lingotes (interlíneas) que se compraban por separado. Si valoramos estos extras el comodín de Futura ‘completo’ nos costaría 220.000 pesetas de 1976.

¿Qué se podía comprar con este dinero en 1976? El salario mínimo mensual en España era de 11.400 pesetas, el Apple I salió a la venta en 1976 y costaba 666 $, el coche más vendido en aquel año en España fue el Seat 124 y costaba 478.468 pesetas.

Así que con el dinero que costaba un coche utilitario podíamos comprar solamente dos tipografías ‘completas’. Y con los 198 kilos de plomo que hemos calculado por tipografía no podríamos componer un libro completo, por lo que lo más habitual era componer algunos pliegos, imprimirlos, distribuir los tipos (devolver cada letra a su sitio) y reutilizarlos para los siguientes pliegos. De hecho, si nuestra imprenta se dedicara a imprimir libros probablemente habríamos tenido que comprar un comodín para cada peso y dedicar varias cajas a cada cuerpo. Cuando con el desarrollo de la técnica llegaron la linotipia y la monotipia, las imprentas grandes pudieron fundir sus propios caracteres según sus necesidades; aunque ahora debían surtirse de matrices de linotipia y de plomo para fundir, en vez de de tipos.

Los precios del plomo subieron considerablemente, y en los años noventa las pólizas había que pagarlas a 8.000 pesetas el kilo (24.000 pesetas una póliza habitual de 3 kilos). Debieron de ser los años más caros del plomo, pues 15 años más tarde, cuando las fundiciones españolas estaban saldando las pólizas que les quedaban los precios oscilaban entre los 36 € el kilo de los cuerpos grandes y los 42 € el kilo de los cuerpos pequeños.

Hoy todavía se pueden comprar tipos de plomo nuevos a precios similares a los de los años noventa, aunque normalmente los tipos se han fundido en una monotipia.

 

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